Carta de Monseñor José Rico Pavés con motivo de la Jornada Nacional de Manos Unidas

Dramática coincidencia. Cuando nos desagarran el corazón las terribles imágenes de la tragedia humanitaria provocada por los terremotos de Turquía y Siria, la Iglesia celebra dos Jornadas anuales: la Jornada Mundial del enfermo, el 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes; y la Jornada Nacional de Manos Unidas, el 12 de febrero. La primera jornada pone el foco en el cuidado de los mayores y propone como lema “Déjate cautivar por su rostro desgastado”. La segunda jornada inicia la campaña contra el hambre y señala la causa de esta lacra injusta con el lema “Frenar la desigualdad está en tus manos”. Ambas campañas, y la necesaria movilización para salir al paso del desastre provocado por los seísmos de Siria y Turquía, requieren reaccionar con urgencia.

Inspirándose en el Evangelio y en la Doctrina Social de la Iglesia, Manos Unidas trabaja para que cada persona, hombre y mujer, en virtud de su dignidad, sea por sí misma responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual, de modo que pueda gozar de una vida digna. La primera campaña que impulsó hace sesenta y tres años denunció “el hambre de paz, de cultura y de Dios que padece gran parte de la humanidad”. La campaña de este año, número sesenta y cuatro, apunta a una de las causas estructurales de la pobreza y del hambre: la desigualdad, a nivel laboral, cultural y sanitaria. Las cifras de la desigualdad, publicadas por Manos Unidas con motivo de la campaña de este año, son desgarradoras: unos 8,7 millones de personas mueren de hambre al año; 5,6 millones de personas mueren cada año por falta de acceso a servicios sanitarios; el 84,5 % de la pobreza está concentrada en el sur de Asia y en África Subsahariana.

Las campañas no se impulsan para amargarnos, sino para hacernos reaccionar. La indignación no es evangélica si no es portadora de esperanza. A estas alturas de la historia, sabemos bien que la sola crítica de la realidad negativa existente o el empeño indignado por deconstruir solo sirven para agudizar la desigualdad. Quien ve al otro como adversario y hace de la confrontación que divide su forma de actuar, lejos de combatir la desigualdad, la perpetua. No será así entre vosotros (Mt 20, 26), recuerda Jesucristo a los discípulos cuando entre ellos disputan por ganar espacios de poder. La desigualdad se vence cuando nos hacemos servidores, por amor, de los demás, al igual que Cristo, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28).

Quienes trabajan y colaboran con Manos Unidas, saben bien que su fuerza nace de la comunión, entre ellos y con Cristo en su Iglesia. Por eso, las campañas de Manos Unidas alcanzarán su fin si, al denunciar la existencia del hambre y buscar los recursos económicos para financiar los proyectos de desarrollo integral, ayudan a otros a mirar con los ojos de Jesús y a actuar con su mismo amor. ¡Acoge a Cristo en su Iglesia, vive el evangelio, y comprobarás que frenar la desigualdad, está en tus manos!

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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