VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, por Ramón Carlos Rodríguez García

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Lecturas: Lev 13, 1-2. 44-46. El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento. Sal 31. R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación. 1 Cor 10, 31 -11, 1. Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo. Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio.

Precisamente en este domingo que celebramos la fiesta de la Virgen de Lourdes y la jornada mundial del enfermo, la Palabra nos presenta la historia de un peculiar enfermo y su sanación de manos de Jesús. La lepra es considerada para aquella cultura como la más despreciable de las enfermedades y a los leprosos como verdaderos apestados. El texto que la primera lectura nos presenta, trata de regular esta “indeseable anomalía” que para colmo de males se percibía como castigo de Dios, debido a algún oculto pecado. Urgía evitar el contacto y separarlo de todo ámbito social y religioso (no se le permitía participar en el culto divino). Los zombis que sobreabundan en películas y series de ahora, gozarían de más prestigio y privilegios que aquellos verdaderos muertos vivientes, tal era su infortunio. Este hombre, porque no lo olvidemos, es un hombre, aunque la deformidad de su carne pudiera llevar al asco y a promover olvidos, es audaz y transgresor. Quebranta la Ley, la misma Ley que le ha quebrado miles de veces, tantas como llagas refleja su maltratada piel. Se arroja en brazos de Jesús. Es un verdadero salto de fe.

Ante la petición humilde del leproso, Jesús se conmueve. Este verbo sólo se aplica a Dios en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, este amor de Dios sólo se refleja en la acción de Jesús. Si el leproso viola la Ley, Jesús la transgrede también. La Ley no está por encima del hombre. Al permitirle que se acerque y al extender la mano y tocarlo, también Jesús desobedece la “sagrada” norma. El Señor queda contaminado de impureza y el leproso vuelve a contaminarse, pero en esta ocasión de verdadera humanidad/divinidad. Uno ha quedado sano y el otro se ha vuelto impuro. Curar a un leproso era como resucitar a un muerto; sólo Dios podía hacerlo (Nm 12,10-15). La palabra de Jesús envuelve y da cauce al deseo de comunicación del leproso. Es palabra creadora y en ella muestra la novedad del Evangelio: un mundo sin marginados, un mundo que no margina. Sólo el amor de Dios vence la dureza del corazón de los hombres. La Vida vence a la Ley. Dios se la juega por ti. Este domingo llevemos a la Eucaristía el rostro de los leprosos de hoy.

Ramón Carlos Rodríguez García

Rector del Seminario

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