Beatificación

Carta con motivo de la Beatificación de 498 mártires del siglo XX en España
Queridos diocesanos:

    Hoy llegan a los altares 498 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Aquella persecución fue el resultado de un plan deliberado de exterminio de la Iglesia, cuyo origen hay que ver en la crítica filosófica y social de la religión. La crítica más conocida y de mayores consecuencias, por su programa, organización y ejecución política, ha sido el marxismo, cuyos efectos devastadores sobre las Iglesias de los países que la han padecido son notorios. La persecución de la Iglesia en los países dominados por el totalitarismo comunista alcanzó un grado de crueldad y una extensión que no es posible silenciar. Fue uno de los signos que acompañó la humillación de los pueblos y de la cultura por la imposición ideológica, y el acoso y represión de la libertad de pensamiento, conciencia y religión, y de las libertades y derechos fundamentales de las personas y las sociedades. Esta persecución se ha querido justificar por razones políticas, pero la verdad contundente es que las víctimas fueron muertas por causas estrictamente religiosas. En España los mártires lo fueron por ser obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, por ser de Acción Católica o de la Adoración Nocturna o de alguna otra asociación católica de apostolado, por ir a Misa y por practicar públicamente la fe. Tan horrible mancha contribuyó de forma decisiva a la deslegitimación social y política de la República. Los hechos históricos en su condición de hechos acaecidos no son modificables. El plan de exterminio de la Iglesia respondía al odio de la fe por los perseguidores. No entramos en otros análisis.
   
La Iglesia no puede renunciar a glorificar a Dios por los mártires que dieron su vida por Cristo, porque la Iglesia se levanta sobre la sangre del mismo Crucificado; y el martirio ha jalonado la marcha histórica de la Iglesia hacia la Jerusalén celestial, “a la asamblea de primogénitos inscritos en el cielo”. Renunciar a bendecir y alabar a Dios por los mártires sería la más alta traición contra la fe. Al glorificar a quienes murieron por Cristo no glorifica a los caídos en un bando contra el otro de aquel enfrentamiento bélico entre españoles. Lo saben muy bien quienes han levantado su voz crítica contra la beatificación de los mártires, conscientes que esta beatificación arroja una poderosa luz sobre la muerte que los mártires sufrieron. El espíritu sectario termina siempre por aparecer a los ojos de la historia. Basta sólo que la conciencia moral de los pueblos emerja libre de propaganda política, y decidida a aceptar la verdad de los hechos históricos encenagados por razones ideológicas.
   
Las Iglesias de España están hoy de fiesta, porque los 498 mártires que suben a los altares vencieron en el combate decisivo de su vida, que el designio de Dios les deparó, y conquistaron la libertad de la fe por la gracia de Cristo. Como canta el cántico del Apocalipsis: «Ellos vencieron en virtud de la sangre del Cordero, y por la palabra y el testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por esto estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas» (Ap 12,11-12).
   
Entre los mártires hay dos hijos de la Iglesia de Almería: el sacerdote don Andrés Jiménez Galera, nacido en la Rambla de Oria, presbítero diocesano durante diez años hasta su ingreso en la congregación de los Salesianos. Fue sacrificado en la carretera de Guadalajara a Madrid el 27 de julio de 1936 y enterrado en fosa común, desconociéndose el paradero de sus restos. Le acompaña a los altares el hermano carmelita fray José María de la Dolorosa, nacido en Fondón, el pueblo alpujarreño que ve así cómo otro de sus hijos es glorificado en seguir a Cristo hasta su inmolación en la carretera de Madrid a Toledo en julio de 1936 y sus restos también arrojado a fosa común hasta su rescate. Otros cuatro mártires pasaron por nuestra diócesis en misión de consagración a Dios y servicio eclesial a los demás. Estuvieron temporalmente en comunidades religiosas de Almería las hermanas adoratrices Juana F. Pérez de Labeaga y María García; y los hermanos de las Escuelas Cristianas, de La Salle, Dalmacio Bellota y Modesto Sáez.
   
La sangre de los mártires no sólo es semilla de cristianos, sino sangre que reconcilia y trae la paz purificando los corazones. No se vertió contra nadie sino para gloria del Crucificado. ¡Dios sea bendito por el testimonio de amor de estos sus hijos que, unidos a Cristo resucitado, ruegan por nosotros!
   
Con mi afecto y bendición.

 + Adolfo González Montes
    Obispo de Almería

Almería, a 28 de octubre de 2007

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