HOMILÍA DEL OBISPO EN EL 75 ANIVERSARIO DEL PRENDIMIENTO

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Lecturas: Hch 4, 32-37; Salmo 93 (92) “el Señor reina vestido de majestad”; Jn 3, 7b-15

Querida hermandad del Prendimiento en su 75 aniversario de la fundación. Hermana Mayor Dña. María del Mar. D. Isaac, Presidente de la Agrupación de Cofradías. Sra. Alcaldesa y corporación municipal. Brigada II de la Legión. Consiliario y Vicario General D. Ignacio. Sr. Deán y antiguo consiliario D. Juan José. Y: D. Francisco y D. Miguel, también antiguos consiliarios, D. Ramón, Director de la casa sacerdotal. Hermanas y hermanos Mayores. Queridos todos que el Señor os ha convocado hoy alrededor de su altar, en esta nuestra Iglesia Madre, la Santa y Apostólica catedral de la Encarnación de nuestra diócesis de Almería. Querida Comunidad.

Hoy como colofón damos gracias a Dios por este 75 aniversario y celebramos la Misa Pontifical, presidida por mí, vuestro obispo, tras el triduo extraordinario a Jesús Cautivo de Medinaceli, que mañana procesionaremos por las calles de nuestra ciudad, para así manifestar nuestra fe y nuestra devoción.

Nuestras imágenes son: Jesús en el Prendimiento, Jesús Cautivo y la Virgen de la Merced, y todas ellas tienen que ver con un momento inusual de nuestra vida diaria. Pero de alguna manera, (en esos momentos de esclavitud y de liberación de los cautivos que representan) trasciende la humildad serena, es decir que no hay ni orgullo ni ambición, los pecados destructores de la vida comunitaria y también de la humanidad.

La presión popular, que hizo que un inocente fuera apresado, maniatado, injuriado y lacerado, expresada en la imagen del “Ecce Homo”, hizo también que el mismo pueblo de Dios, en el siglo XVII, tapase sus heridas, golpes y latigazos, y le vistiésemos de majestad: Lo hemos proclamado así en el salmo 93:   El Señor reina vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder. Y todo se convierte en brocado, y a la corona de espinas se superponen las potencias, en una joya sin igual. El amor nos hace cambiar el escenario. No lo podemos expresar de otra manera, aunque el salmo termina diciendo: la santidad es el adorno de su casa.  ¿No estaremos expresando así, a nuestra manera, la santidad de Dios? ¿Y nuestra santidad? Esa es La pregunta que queda en el aire. Que el exterior de Nuestro Cautivo, exprese el interior de nuestra vida, si es así, nadie podrá acusarnos de que esto es simplemente una puesta en escena. ¡Claro que no!

Pero el salmo continúa: la santidad es el adorno de su casa. La casa es un hogar habitable, donde vive una familia, una comunidad, una hermandad. La santidad exige una comunidad, nadie se salva solo. El domingo celebraremos que nuestro Dios es comunidad. Los primeros cristianos se llamaban a sí mismo “los santos” y como hemos escuchado en la primera lectura, conocemos bien el camino a seguir: tenían un solo corazón / daban testimonio, con valor, de la resurrección de Jesús / y se distribuían los bienes, a cada uno según su necesidad. Otra vez el Cristo humilde y Cautivo. Esto, queridos hermanos, no tiene nada que ver con el orgullo, la soberbia y la ambición. Nuestro Cristo está sereno, sin rencor, que te invita a mirarle a la cara y buscar en su rostro la paz del corazón para poder nacer de nuevo, como hemos proclamado en el Evangelio.

Nicodemo es un discípulo de la noche, de los que no se atrevían a dar la cara, porque podía perder mucho prestigio ante los demás, pero era un buscador de la verdad. Hablar de lo que sabemos y dar testimonio de lo que hemos visto, es el mensaje de Cristo a cada uno de nosotros. Y, aun así, que difícil es dar testimonio y que nos crean. Pero ¡es nuestra tarea de bautizados! Por eso nuestro testimonio tiene que ser comunitario, en nuestras parroquias, en nuestras asociaciones y movimientos, en nuestras hermandades, cofradías y mayordomías, en la vida consagrada, en los sacerdotes, ¡en la vida! Todo es cuestión de AMOR. Como el amor derramado de Cristo, el Cautivo sereno, que mira a lo profundo de nuestro ser.

Termino, ¡Jesús es nuestro prisionero! Lo dice Santa Teresa de Jesús en ese hermoso poema místico, “Aspiraciones a la vida eterna”:

Aquesta divina unión / del amor con que yo vivo

hace a Dios ser mi cautivo / y libre mi corazón,

mas causa en mi tal pasión / ver a Dios mi prisionero

que muero por que no muero.  

Sin duda este es el camino: el amor con que yo vivo hace a Dios ser mi cautivo y hace libre mi corazón. ¡Dejémonos cautivar por El! Amén.

+ Antonio, vuestro obispo

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