El Obispo de Almería Dedica la iglesia de Vera tras las obras de restauración

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El rito de la Dedicación de iglesias y de altares es una de las más solemnes acciones litúrgicas. El lugar donde la comunidad cristiana se reúne para escuchar la Palabra de Dios, elevar preces de intercesión y de alabanza a Dios y, principalmente, para celebrar los sagrados misterios, y donde se reserva el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Es imagen peculiar de la Iglesia, templo de Dios, edificado con piedras vivas; también el altar, que el pueblo santo rodea para participar del sacrificio del Señor y alimentarse con el banquete celeste. Es signo de Cristo, sacerdote, hostia y altar de su mismo sacrificio.

Así pues, la dedicación de la iglesia supone para la comunidad cristiana local el coronamiento de una larga empresa de esfuerzos compartidos por todos. Un día de fiesta, que no pasa desapercibido, sino que debe marca un hito importante en la vida eclesial. Tal y como sucedió en la mañana del pasado sábado en la parroquia de La Encarnación de Vera, cuando Mons. Adolfo González Montes, Obispo de Almería, abría las puertas del restaurado templo veratense, ante las miradas espectantes de los fieles que aguardaban impacientes el inicio de la ceremonia litúrgica, donde se pondría el broche de oro a todas las obras acometidas en el centenario edificio sacro.

Sacerdotes del arciprestazgo, así como los que fueron párrocos de esta población del levante almeriense, arroparon a Carlos María Fortes García, párroco de Vera, en este día festivo, en el que las puertas de la iglesia de La Encarnación se reabrían para al culto.

Solería, instalación eléctrica, pintura, recuperación de la ornamentación de retablos y frescos, junto con un largo etcétera, han sido las acciones acometidas para recuperar este templo que Dedicó el Sr. Obispo, además de consagrar el nuevo altar.

El altar es signo de Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.

Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, suba hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de los fieles lleguen agradables y propiciatorias, acompañadas del aroma de las buenas abras, hasta el trono de Dios.

La incensación de la nave de la iglesia significa que llega a ser casa de oración; pero se inciensa primero al pueblo de Dios, que él es el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un altar espiritual.

El revestimiento del altar con manteles blancos y su iluminación con cirios indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma oración pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste y se adorna festivamente.

Al finalizar todos y cada uno de estos ritos durante la Eucaristía, Fortes García agradeció el esfuerzo realizado por todos los implicados en esta empresa, recibiendo por ello un prolongado aplauso en reconocimiento por su labor pastoral que ha posibilitado la restauración de la iglesia de Vera.

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