«Para los cristianos de Irak, Cristo no es una idea, es alguien vivo»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El autor de «El horror del Estado Islámico: cristianos sirios e iraquíes refugiados en Líbano» ha visitado Málaga para explicar a grupos de escolares la situación de los cristianos perseguidos. Ahora prepara un documental sobre su reciente viaje a Irak.

¿Cómo surgió su vocación al periodismo de denuncia?

En el colegio me pasaba más tiempo en el despacho del director que en clase. Mi familia es católica, pero yo me empecé a alejar de la Iglesia: fiesta, chicas, bebida, porrillos… Hasta que hubo otra cosa. Un sábado por la noche conocí a un grupo de jóvenes que, en vez de dedicar la madrugada del sábado a no hacer nada, a coger su tiempo y tirarlo a la basura, que es lo que hacía yo, lo que hacían era recorrer las calles del centro de Barcelona repartiendo comida y mantas a la gente que está en la calle. Yo recuerdo llegar de la calle de fiesta, sentarme en la cama sin poder dormir, todavía con el pitido de la discoteca en los oídos, mirar al suelo y decir: «¡Vaya mierda de vida! ¿qué estás haciendo?»; y sin embargo volver de estar con los jóvenes de San José, que es como se llama ese grupo, y a los tres minutos estar frito. Y pensé: «yo esto lo quiero comunicar a la gente, los que en teoría son mis amigos, que están como yo. Que el bien que me ha hecho a mí se lo haga a otras personas y de ahí nace mi pasión por contar historias».

Cuenta usted historias poco convencionales…

Tras mi experiencia con los jóvenes de San José decidí contar las historias de la gente de la calle, gente mayor que está muriendo sola en sus casas, drogadictos, borrachos, etc. Partía de la base de que mis limitaciones eran que yo nunca sentiría la soledad como la sienten estas personas, porque tengo a mi familia y a mis amigos esperándome en casa. En otros parámetros, hace dos años y medio, lo mismo. Vi que había cristianos que, en pleno siglo XXI, estaban muriendo por Cristo. Por no renunciar a Cristo lo estaban perdiendo todo: casa, coche o trabajo. Nosotros nos avergonzamos de Cristo por el ridículo, el no ascender en el trabajo o el miedo a perderlo… Cada día decimos que no a Cristo y esa gente, que de verdad se juega la vida, está diciendo sí a Cristo y lo está perdiendo todo, incluso sus propias vidas. Y dije:»bueno, ahora hay que contar esas historias que son un ejemplo para nosotros». Eso me movió a ir al Líbano hace dos años y a Irak este verano. Del primer viaje salió un libro y del segundo, si Dios quiere, saldrá un documental en enero o febrero.

¿En qué situación están los cristianos de aquel país?

Es gente que hace año y medio, lo perdió todo, y todo es todo. Se fueron con la muda que llevaban ese día y nada más. Llegan a ciudades o barrios cristianos que estaban pensados para 8.000 personas y, de repente, tienen 60.000 habitantes. Encuentras gente durmiendo en las calles, en los parques o en edificios abandonados. Pasa el tiempo y básicamente es la Iglesia –ni los gobiernos, ni las ONGS– quien les consigue tiendas de campaña. Se construyen centros de desplazados, pero llega el invierno y los problemas que acarrea el frío. Entonces, lo mismo: es la Iglesia la que consigue que las tiendas se sustituyan por contenedores de mercancías como los que vemos en los puertos, pero habilitadas como viviendas. Es una situación infrahumana. En verano son hornos. Si se estropea el aparato de aire acondicionado, apenas se puede respirar…. Lo poco que se ha dignificado su situación ha sido gracias a la Iglesia, a organizaciones religiosas como Ayuda a la Iglesia Necesitada que es la institución, a día de hoy en España, que más y mejor está ayudando a esos cristianos.

En la persecución, la fe se hace más firme ¿Ha sido testigo de ello?

Hay testimonios de fe impresionantes. Por ejemplo, una madre a la que le arrancan a su hija de tres años de los brazos, la secuestran, no sabe nada de ella excepto que está en Mosul con una familia musulmana como esclava sexual. Le preguntan que si perdona y te dice «perdono a los que secuestraron a mi hija igual que Jesús en la Cruz dijo: ‘Padre perdónalos por que no saben lo que hacen’». O ves a un padre de familia al que le han matado al hijo mientras desayunaba tranquilamente en su casa en Qaraqosh y te dice que no está enfadado con Dios, que eso es cosa del «Estado Islámico», que ellos no se han sentido nunca abandonados por Dios. Ves gente que se abandona completamente a los brazos del Señor. Estas personas tendrían todos los motivos para rebelarse contra Dios, porque todo el sufrimiento que tienen les viene por ser cristianos, por profesar una fe. Pero ellos, en vez de decir «¿por qué me pasa esto?», en vez de gritar «¿por qué?», se reafirman en su fe.

¿Qué tienen que enseñarnos a los cristianos occidentales?

Allí, la gente ningún día dejaba de ir a la iglesia a rezar y se estaba jugando la vida, mientras que aquí nos quejamos si nos viene mal el horario. Ves que, para ellos, Cristo no es una idea, ni una teoría, ni son voluntaristas. Sólo tienen la esperanza puesta en Dios, no en sus propias fuerzas. Aquí, a veces, vamos a Misa por cumplir, hacemos esto por que toca… Para ellos, Cristo es algo concreto, es algo vivo, como puede ser su hijo o su casa, y por eso están dispuestos a perderlo todo con tal de no tener que negar a Cristo.

Nos decía el obispo de Qaraqosh que él estaba muy contento con su diócesis porque, a pesar de haberlo perdido todo, a pesar de no tener nada, a pesar de vivir muy precariamente con la poca comida y agua que la Iglesia les da; se preocupan por conseguir capillas, no dejan de practicar la fe. La vida común del centro de desplazados se hace alrededor de la vida de la parroquia. Cada mañana, las familias van a rezar laudes; por la tarde, el rosario; y cada día en misa tienen que colocar sillas fuera porque dentro de la iglesia no se cabe.

La transmisión de la fe debe ser difícil en estas circunstancias.

La gente sabe que por bautizar a sus hijos, por tener un nombre cristiano, cuando sean mayores muy probablemente sufrirán persecución. Y aún así, los bautizan. Saben que, estando en una iglesia, en cualquier momento puede haber un atentado. Conocimos a un padre de familia que tenía la vida solucionada, mucho dinero y un buen trabajo, pero que era un poco frívolo en el tema de la fe. Nos contaba que el 6 de agosto (el día que lo perdieron todo) el Señor entró en su corazón y lo transformó. Y ves a ese padre que ahora se pasa el día hablando del Señor a sus hijas. Ves cómo esas niñas te dicen que ellas perdonan a los que les han hecho esto. Luego tienen la suerte de que hay un montón de canales cristianos. Allí no ven tonterías. Hay un canal especial para los musulmanes conversos al catolicismo, canales de dibujos cristianos y catequesis para niños. Al final, lo que une a las personas, a las familias, es la fe. Cuando lo han perdido todo, no les queda nada, sólo les queda la fe. Eso es lo que comparten las familias en su fuero interno y en comunidad.

¿Qué piensan ellos de la descristianización de Europa?

En Líbano se me ocurrió decirle a una familia: «mirad, yo estoy aquí porque en mi país la gente se avergüenza de la fe por la que vosotros estáis muriendo» y el tío se pilló un cabreo impresionante. Dijo: «no entiendo. ¡Cómo puede ser que la gente se avergüence de eso! Eso en parte es problema de que los sacerdotes no os dan motivos para estar orgullosos de vuestra fe». No es sólo culpa de los sacerdotes, también es culpa de los laicos. Pero es verdad que nos avergonzamos y decimos: «no voy a hablar de la Virgen en público porque van a pensar que estoy loco». Ciertamente, allí la gente respeta muchísimo al clero y a las monjas porque ven cómo, siendo las únicas personas que se podrían marchar de allí si quisieran, escogen quedarse con ellos. Mientras todos tratan de huir, ellos se quedan y no viven en palacios, viven en los centros de desplazados junto a ellos. Y no sólo eso, sino que además son los responsables de esos centros. Lo cual no es un privilegio, sino que es una carga bastante importante, porque han de vigilar, han de cuidar de las familias. Entre 500 y 1.000 familias están bajo su responsabilidad. Tienen que estar pendientes de que no les falte agua, comida, electricidad –porque sin aire acondicionado es un infierno–, que a los niños no les falte educación, que puedan estudiar aunque sea de forma precaria… No sólo no se van, sino que trabajan, y los que más. Están dando un ejemplo espectacular.

El hambre, el Ébola, la guerra… Nada parece poder con los misioneros.

Cuando viene la guerra a un país, muchas ONGS son las primeras en marchar si no se les garantiza seguridad. Si no les dejan trabajar allí, se van a atender a la gente del país fuera de ese país. Cuando ves que las ONGS corren para marchar, los misioneros se quedan y vienen para ayudar. La Iglesia ha dado un testimonio increíble. Las monjas de Libia por ejemplo que siguen allí. Ves a las dominicas que han matado un montón, o a las Hijas del Sagrado Corazón. Gente que está entregando su vida por Cristo y por esos cristianos.

Los obispos de los países en los que hay persecución nos piden que recemos ¿Sirve de algo?

Pensamos que no sirve de nada, hemos dejado de creer que la oración tenga ningún efecto, ningún poder. Pensamos que es una forma de relajarnos mentalmente… Evidentemente que tiene un valor y una eficacia real para acabar con este drama. La oración ha acabado con guerras. Si no somos conscientes de eso, no vamos a rezar ¡No vamos a rezar! Es que Europa ha perdido la fe. Ese es uno de los motivos por los que en los medios de comunicación occidentales no hablan de esto. Se habla de la guerra, pero no de la persecución, porque no entra en nuestros esquemas que haya gente dispuesta a morir por Cristo. Y como no entra, no nos lo creemos y los medios no se hacen eco. Igualmente, como no entra en nuestros esquemas que la fe no sea un cuento de hadas y que realmente la oración tiene un poder, pues no rezamos. Ellos te lo dicen: «Por favor rezad por nosotros. Nosotros rezamos por vosotros». Y el arzobispo de Mosul, que fue uno de los últimos cristianos que huyó cuando el 10 de junio del 2014 la tomaron los yihadistas, nos dijo: «dos cosas: si queréis ayudarnos, rezad por favor por nosotros y vivid la fe de forma valiente y coherente allí donde Dios os haya puesto».

La Iglesia siempre ha considerado la sangre de los mártires como semilla de nuevos cristianos.

El obispo de Qaraqosh, Petros Mouche, me decía que ellos están convencidos de que con su ejemplo florecerán nuevas vocaciones, nuevos cristianos. No sólo en Oriente sino también en Occidente. O sea, su martirio, su ejemplo, va a ayudar a que Europa recupere un poco de esa fe que ha perdido. El padre Douglas, párroco en Bagdad, nos dijo: «la gracia de la sangre de los mártires es la que permite que nosotros podamos seguir en ese país, que no hayamos desaparecido todavía».

¿Están estos cristianos entre los refugiados que vamos a acoger?

Por una cuestión de estadística, la mayoría son musulmanes. En Irak, el porcentaje de cristianos está entre el uno y el tres por ciento. La mayoría, en el Kurdistán.

Ante la acogida a los refugiados hay opiniones contrapuestas ¿Qué piensa usted?

Este es un reto importante en el que hay tener en cuenta varias cosas. Por un lado, no caer en la ingenuidad. Tenemos un discurso «buenista» que hay que cuidar. Todas las personas que conocí en Líbano e Irak, y no sólo civiles, sino sacerdotes, obispos, militares, nos decían que el problema que ellos están sufriendo ya lo tenemos en nuestras casas, en Europa. Emil Nona, arzobispo caldeo de Mosul, en un diario italiano, decía lo mismo: «Nuestro sufrimiento es preludio del sufrimiento que vosotros, cristianos occidentales, sufriréis». Yo aquí siempre digo una cosa con el tema de los refugiados: generosidad y prudencia. Generosidad, y ahí tenemos un ejemplo muy claro que es Líbano. Tiene 4 millones de habitantes, es 50 veces más pequeño que España, es mucho más pobre y además hace pocos años estuvo en guerra con Siria.; sin embargo está acogiendo a 1.200.000 refugiados registrados, 800.000 sin registrar, además de medio millón de palestinos y miles de iraquíes. Aquí en Europa nos peleamos si yo cojo 3.000 ó 5.000 porque no puedo acoger a más. En este sentido damos bastante pena, pero luego hay que ser también prudentes.

Pero se corre el riesgo de ser políticamente incorrecto…

Yo no tengo ningún problema en hablar de esto, aunque a veces nos chirríen los oídos. Voy a citar lo que dijo el Padre Douglas: «los cristianos de Oriente somos los únicos cristianos del mundo que hemos visto el rostro del mal, y el rostro del mal se llama Islam. No se llama Estado Islámico, no se llama terrorismo yihadista, no se llama radicales musulmanes, se llama Islam. Estado Islámico es el Islam al cien por cien. La tendencia natural del Islam es la guerra». Eso no quiere decir que todos los musulmanes sean unos desgraciados. Hay musulmanes bellísimas personas y cristianos muy desgraciados. Pero en el caso del musulmán, dependerá de cómo se posicione respecto a su religión. No es casualidad que más del 90% de los países donde hay persecución a cristianos, sean países musulmanes. Para un cristiano es casi imposible vivir en un país musulmán. Menos del 10 % son dictaduras: China, Corea del Norte, Azerbayán, etc. Si no somos conscientes de eso, si no somos conscientes de lo que es el Islam, vamos a tener un problema muy serio. Nos pensamos que son unos pocos y que son unos cuantos descontrolados en Siria y en Irak y eso no es verdad. En los países de alrededor, que no hay ninguna guerra, porque en Arabia Saudí no hay ninguna guerra, está pasando lo mismo que en Siria bajo el control de Estado Islámico. Hay crucifixiones, hay decapitaciones y ningún tipo de libertad para los cristianos. En Irán hay lapidaciones a las mujeres que han cometido adulterio. Y son países musulmanes, suníes o chiíes, da igual. Si el occidental no es consciente de lo que es el Islam y cae en el error, en la trampa de ese discurso buenista, lo que se nos viene encima es bastante gordo. Nos lo dijo el obispo de Qaraqosh: «Estado Islámico ya está en vuestras casas». Hay una cosa que no se puede olvidar y es que todas las personas tienen la misma dignidad. Eso es evidente. Eso es una cosa que no se puede discutir, pero si no somos conscientes de lo que es el Islam vamos a tener problemas muy serios. Y sorprende que no sean los países musulmanes suníes como Arabia Saudí, Kuwait, Qatar o Emiratos Árabes los que acojan a esos refugiados que son en su mayoría musulmanes suníes… Los acogemos nosotros y ellos dicen que financian mezquitas aquí, pero ellos no acogen a un solo refugiado. Eso no se aguanta por ningún lado.

El panorama mundial pinta oscuro. ¿Hay motivos para la esperanza?

Dios. Esa es la palabra de esperanza. Yo recuerdo hablar con un sacerdote de un monasterio en Alqosh, casi la única cristiana de Nínive en la que a día de hoy siguen sonando las campanas, donde se puede seguir celebrando misa, y me dijo: «hemos perdido la esperanza en todo hombre. Sabemos que humanamente no hay esperanza, todo pinta muy negro, nos hemos sentido abandonados por los hombres incluso por los cristianos de Occidente, pero no hemos perdido nuestra esperanza puesta en Dios». Y lo mismo decía monseñor Emil Nona, y es lo que escribe en la carta de introducción de mi libro Viaje al horror del Estado Islámico: «Lo que nos mantiene en pie es nuestra esperanza cristiana que es la esperanza puesta en Dios». Y esa es la única esperanza que sirve en este mundo, porque si esperamos de los hombres o de nosotros mismos, nos frustraremos una y otra vez. El único que no defrauda es Dios.

Antonio Moreno Ruiz

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