El Señor realiza en el corazón de sus fieles las mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica. La Solemnidad de Pentecostés trae maravillas divinas al corazón humano. Jesús resucitado cumple la promesa hecha a los discípulos antes de su muerte: pide al Padre que envíe otro Defensor, el Espíritu Santo. En la tarde del día de la resurrección, Jesucristo derrama el don del Espíritu sobre los apóstoles, anticipando la efusión del día de Pentecostés. La efusión espiritual e invisible se realiza con un gesto material y sensible: Jesús sopla sobre los discípulos. Si con un soplo el hombre moldeado del barro recibió la vida de Dios, con un nuevo soplo el hombre recibe ahora al Señor y Dador de vida. El evangelio del domingo de Pentecostés nos permite reconocer algunas de las maravillas que el Espíritu Santo obra en el corazón de los fieles. Podemos destacar cinco.
La primera maravilla se refiere al encuentro renovado con Jesucristo. El Espíritu Santo, que el Hijo pide al Padre para sus discípulos, garantiza el encuentro vivo con el Señor mientras caminamos en este mundo, hasta que Él vuelva. La promesa de no dejarnos solos, Jesús la cumple primeramente con el don del Espíritu Santo.
La segunda maravilla tiene que ver con el don de la paz. El apóstol san Pablo recuerda que la paz es fruto del Espíritu Santo. La paz del Espíritu es tranquilidad del orden, sosiego en el progreso, concordia en las relaciones, serenidad en el ánimo. Quien protege la paz, camina en el Espíritu.
La tercera maravilla es alegría colmada. También la alegría es fruto del Espíritu. Jesucristo quiere para los suyos alegría completa. El don del Espíritu Santo nos trae la alegría plena. La alegría del Espíritu hace fuertes en medio de la debilidad y el sufrimiento, transmite esperanza a quien desespera, otorga luz a quien vive en tinieblas, aleja miedos, rebosa ante la belleza.
La cuarta maravilla es la pertenencia a la misión salvadora del Redentor. La misión recibida del Padre se extiende a los discípulos del Hijo por la acción del Espíritu. El Espíritu Santo convierte al discípulo en apóstol, haciendo de él un testigo del Señor.
La quinta maravilla, en fin, se refiere al perdón de los pecados. El domingo de Pascua, Jesús resucitado constituye a los apóstoles en portadores de su perdón. El amor de Dios derramado con el Espíritu Santo es mayor que los errores y pecados del ser humano. El corazón perdonado atestigua las maravillas que el Espíritu Santo obra en él.
Vivamos Pentecostés como romeros, peregrinos de esperanza, que buscan cobijo en María Santísima, a quien invocamos como Virgen del Rocío. Como Ella y con Ella, acogemos las maravillas que el Espíritu Santo obra en el corazón.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez