
Queridos diocesanos,
En este Año Jubilar de la Esperanza, nos sentimos llamados a vivir con renovada confianza en el Señor, seguros de que “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5). Con esta certeza, celebramos el Día del Seminario 2025, bajo el lema “Sembradores de esperanza”, una invitación a mirar la vocación sacerdotal como un servicio de entrega a la Iglesia y al mundo, irradiando la luz y la fuerza de Cristo Resucitado.
El reciente Congreso de Vocaciones, celebrado en el contexto de este Año Jubilar, nos ha interpelado con una pregunta decisiva: “¿Para quién soy?”. Cada vocación en la Iglesia es un don que hemos recibido de Dios y que nace en el encuentro personal con Cristo y en la llamada a una misión concreta. En el caso del sacerdocio, esta misión es la de sembrar esperanza en los corazones.
El sacerdote no es un simple gestor de lo sagrado ni un funcionario religioso. Es un sembrador, llamado a depositar la semilla de la fe en el corazón de las personas, a sostenerlas en la caridad y a infundir en ellas la certeza de que Dios camina con su pueblo. Donde hay un sacerdote fiel a su vocación, hay esperanza: en la parroquia, en el confesionario, en la predicación, en la atención a los enfermos, en la entrega silenciosa y constante de su vida.
Toda vocación necesita un tiempo y un espacio para crecer y madurar. Nuestro Seminario diocesano es el campo donde la semilla de la llamada de Dios al servicio de los hermanos es cuidada con amor y dedicación, para que pueda dar fruto en el ministerio sacerdotal.
Quiero aprovechar esta carta para felicitar y agradecer de corazón al equipo de formadores de nuestro Seminario, que con paciencia, sabiduría y entrega acompañan a nuestros seminaristas en su proceso de discernimiento y crecimiento humano, espiritual, pastoral e intelectual. Su labor, discreta pero fundamental, es clave para que nuestra Diócesis siga contando con sacerdotes santos y entregados.
Igualmente, deseo expresar mi alegría y reconocimiento a los veinte jóvenes que en este momento se están formando en nuestro Seminario. Cada uno de vosotros sois un signo de esperanza para nuestra Iglesia. Con vuestro sí generoso al Señor, recordáis a toda la sociedad que Dios sigue llamando y que merece la pena entregar la vida por Él y por su pueblo. Os animo a perseverar con alegría y confianza en este camino apasionante que el Señor ha trazado para vosotros.
El Santo Padre Francisco decía a los seminaristas, enmarcado en el Jubileo de la Esperanza, que son tres las señales que van marcando el itinerario en el viaje de la vida y de modo particular las del camino hacia el sacerdocio. “La primera es la dirección: hacia el cielo, al encuentro definitivo con Jesús. No a las primeras posiciones, no a los sitios más cómodos, esos son callejones sin salida, que si tenemos la desdicha de embocarlos debemos salir marcha atrás con trabajo y vergüenza. La segunda señal, los peligros en el camino. Armados con el yelmo de la esperanza, se puede dar testimonio, se puede perseverar en el camino del Señor, convencidos de que Jesús los sostendrá siempre y nos dará además la fuerza de ser sembradores de esperanza. Y la tercera señal, las zonas de avituallamiento. En el camino, necesitamos ser sostenidos, sentir la presencia del que es nuestra única esperanza, Jesús. Sin esa esperanza, ponernos en camino sería una locura, pero fiados en Él no tenemos dudas de que llegaremos al puerto deseado”. (Saludo del Santo Padre Francisco a la comunidad del seminario de Córdoba. Enero de 2025) Que vuestro camino sea siempre el de seguir los pasos de Cristo, sumo y eterno sacerdote, que os conducirá al cielo; armados de esperanza, sabiendo que es Dios quien sostiene vuestra vida y siempre confiando en el que es camino, verdad y vida, nuestro Señor.
Queridos jóvenes, que podéis estar leyendo esta carta, este es también un momento para vosotros. Dios sigue llamando hoy, como lo hizo con nuestros seminaristas. A veces lo hace en el silencio de la oración, otras a través de quienes nos rodean o de experiencias concretas de la vida.
No tengáis miedo de preguntarle a Dios cuál es su plan para vosotros. Tal vez, entre vosotros, alguien sienta la llamada al sacerdocio. Os animo a confiar en Él y a seguir su voluntad con un corazón generoso. “No penséis en darle al Señor las migajas de vuestra vida”, porque Él no ha escatimado en entregarnos la suya. Quien se entrega a Dios nunca queda defraudado; Él siempre recompensa con amor, alegría y paz.
No podemos hablar de vocaciones sin reconocer el esfuerzo y el trabajo que se realiza desde la pastoral vocacional en nuestra Iglesia diocesana. Por ello, agradezco, de manera especial, a la Delegación diocesana de Pastoral Vocacional y a todos aquellos que, desde sus distintas responsabilidades y carismas, se dedican a fomentar la cultura vocacional en nuestras parroquias, movimientos y familias. Su labor es esencial para que más jóvenes se pregunten, con sinceridad, cuál es el plan de Dios para sus vidas y puedan descubrir la belleza de la vocación sacerdotal.
El crecimiento de nuevas vocaciones sacerdotales no depende solo de la buena voluntad de los jóvenes, sino del testimonio de toda la comunidad cristiana. Sembrar esperanza significa también sembrar vocaciones, ayudando a los jóvenes a descubrir la llamada de Dios en sus vidas.
Por ello, como Iglesia diocesana, debemos comprometernos en:
- Orar intensamente por las vocaciones sacerdotales, pidiendo al Señor que suscite en nuestro Seminario nuevos sembradores de esperanza.
- Acompañar a los jóvenes en su discernimiento vocacional, ofreciéndoles espacios de escucha, formación y dirección espiritual.
- Sostener nuestro Seminario con generosidad, tanto con la colaboración económica como con el apoyo humano y espiritual a nuestros seminaristas.
Cada vocación es un don para la Iglesia. Cuidemos y fomentemos este don, con la certeza de que el Señor sigue llamando y enviando obreros a su mies.
En este camino de siembra, confiamos nuestra tarea a María, Madre de la Esperanza. Ella, que acogió con fe la Palabra de Dios y la hizo germinar en su seno, nos enseña a ser dóciles al Espíritu y a confiar en el plan de Dios. Que, bajo su amparo maternal, nuestro Seminario siga siendo un lugar fecundo donde crezcan los futuros sembradores de esperanza.
Con afecto y en comunión en la oración, os bendigo de corazón.
+Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén
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