El Papa Francisco instituyó el Domingo de la Palabra de Dios hace seis años, a celebrar en el último domingo de enero. Este año lo celebramos el domingo 26 de enero con el lema “Espero en tu Palabra”, en el contexto del Año jubilar, que gira en torno a la esperanza cristiana.
El Concilio Vaticano II ha dado un fuerte impulso a la valoración de la Palabra de Dios como cauce por el que Dios no sólo habló, sino continúa hablando hoy a su Pueblo y a cada uno de nosotros. La Constitución Dei Verbum ha situado en el primer plano la importancia de la Sagrada Escritura, como cauce de revelación por el que Dios se comunica con su Pueblo, y la armonía que existe entre Escritura, Tradición y Magisterio.
Se han multiplicado las iniciativas de acercar la Palabra de Dios al pueblo cristiano, pero todavía hay mucho por hacer hasta que la Palabra de Dios se convierta en alma de la vida cristiana, alma de la teología, alimento continuo de espiritualidad y de santidad. Se ha revalorizado el ministerio de Lector, que no es simplemente el que lee en altavoz durante la celebración litúrgica, sino el “pregonero” de esa Palabra en la asamblea de los fieles, procurando ser un digno mensajero de lo que Dios dice a su pueblo.
El Evangelio de cada día, con un breve comentario, nos ayuda a leer año tras año los cuatro Evangelios, donde se nos relata la vida de Jesús en todas sus etapas. Los grupos de lectura creyente de la Palabra de Dios, o de formación bíblica, que nos introducen en el contexto de esa Palabra de Dios. La Palabra de Vida, que nos trae un breve texto y su comentario para todo el mes. Las reuniones que giran en torno a la Palabra de Dios y su eco en nuestro corazón, particularmente preparando las lecturas bíblicas del próximo domingo. Los adoremus, donde cada uno extrae una papeleta con frase bíblica para meditarla. En fin, otras muchas iniciativas que hacen de la Palabra de Dios alimento, a veces muy sencillo, pero muy eficaz a la larga.
Este año se acentúa la virtud de la esperanza cristiana, que se alimenta en la Palabra de Dios. Mirarlo en el contexto del Año jubilar, en el que todos somos “Peregrinos de Esperanza”. La Palabra de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento es alimento continuo de la esperanza. Cristo es nuestra esperanza, Cristo es para nosotros “como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá… donde entró por nosotros Jesús Sumo Sacerdote” (Hbr 6,19-20). Nuestra esperanza está en el cielo, más allá de la muerte, y allí está nuestra ancla de salvación. “La esperanza nace del amor y se funda en el amor del Corazón de Jesús traspasado en la Cruz” (Bula Jubileo 3).
“Espero en tu Palabra” expresa esa esperanza del salmista reflejada en el salmo 129: “Desde lo hondo a ti grito, Señor. Señor, escucha mi voz. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica… Mi alma espera al Señor como el centinela la aurora”. Se trata de una oración que ha sido repetida por millones de personas en su súplica confiada en Dios. Se trata de un salmo que Jesús ha repetido en su vida, y prolongando la oración de Jesús, reza la Iglesia continuamente en su liturgia.
La Palabra de Dios es alimento del alma y recuerda continuamente las promesas de Dios. El rezo de estas oraciones afianza la esperanza del corazón humano, porque Dios cumple sus promesas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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