Jornada Mundial de oración por las vocaciones: La vocación, el camino de la felicidad

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Jornada Mundial de oración por las vocaciones: La vocación, el camino de la felicidad

“Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros”. De esta forma comienza el papa Francisco una carta que este año pone el acento en la esperanza y la construcción de la paz, y con la que reconoce a quienes han abrazado “una llamada que implica toda su vida”. La vocación tiene tantas expresiones como ámbitos de la vida en la Iglesia: el sacerdocio, la vida religiosa o el matrimonio.

Begoña Navia-Osorio nació hace 85 años en el barrio de Heliópolis. Religiosa de la Doctrina Cristiana, ahora comparte la misión en San José de la Rinconada. Su vocación le llevó a dejar lo mejor de sí misma en Argentina y Uruguay. “Me di cuenta de que Dios me llamaba para trabajar con la gente sencilla”, afirma. Ahora se rebela cuando escucha que hay que tener compasión del misionero: “No hay que tener pena, todo lo contrario, el misionero es la persona más feliz que hay en el mundo”.

A la hora de poner fecha y rostros al comienzo de su vocación, reconoce que le atrajo el carisma los fundadores de su congregación, el padre García Tejero y la madre Mercedes: “Siempre se dirigieron a la clase más pobre, y eso a mí me entusiasmaba”. Ahora, con el paso de los años y muchos kilómetros en su haber, es compañera de comunidad de niñas con las que compartió aulas en el colegio. “Es un regalo de Dios”, afirma.

La vocación es una llamada

El seminarista Moisés Benahmed tiene 25 años y creció en Lebrija, al amparo de una devoción mariana que le ha marcado, la Virgen del Castillo. Hijo de padre musulmán de ascendencia argelina, descubrió su vocación al sacerdocio cuando terminaba la carrera de Derecho. Amigo de sus amigos, alegre e innovador, es uno de los responsables de la comunicación del Seminario Metropolitano de Sevilla. Define la vocación como una “llamada” que está discerniendo desde hace cuatro años en el Seminario. Y, sin duda, esta vocación encauza su vida al cien por cien.

En términos parecidos se expresan Manuel García e Irene López. Son padres de una niña desde hace un mes, y también tienen claro que su vocación, en este caso a la vida matrimonial, conduce sus vidas, “para empezar en la toma de decisiones, que siempre es de los dos”. “Nos ponemos en el centro mutuamente y, por supuesto, a Dios con nosotros. Toda la vida -añaden- se reordena en función del matrimonio”.

Tanto Irene como Manuel coinciden en afirmar que la vocación tiene “la forma en que uno ama y se deja amar por Dios”. En el caso de esta joven familia, “ese amor pasa por el otro”. Irene reafirma esta idea, y añade: “Mutuamente, el uno para el otro somos un regalo de Dios, y esa ayuda adecuada que Dios nos pone por el camino para llegar al Cielo”.

“Te hace ir contracorriente”

Estos son testimonios de un sí, de una aceptación, y de vidas consecuentes con una relación de amor con Dios. También de ir contracorriente. “Y es lo lógico”, apunta Moisés: “El mundo nos invita a las comodidades, y el Señor nos llama a abrazar la cruz”. “Buscar la verdad en todo, en una sociedad tan materialista, tan líquida, te hace ir contracorriente”, destaca. En esta línea, señala que “si nos tomásemos en serio la vida, la realidad que nos rodea, y mirásemos a las personas a los ojos… Pero hoy nos cuesta mucho tomar decisiones radicales, lo cual no va con el mundo”.

Irene López apunta que la opción por el matrimonio puede despertar “incomprensión o asombro” en algunas personas de su entorno. Reconoce que su ritmo de vida es muy distinto al de muchos amigos, porque “comprometerse totalmente y para toda la vida, hoy día es ir a contracorriente”. Como bien apunta su marido, “apostar por una persona para siempre es lo más revolucionario”. Máxime si nuestras vidas se enmarcan en una sociedad que, como la hermana Begoña define, “se ha olvidado o ignorado a Dios”.

Referentes de la vocación

La respuesta afirmativa a esta llamada, no es un salto al vacío. En todos los casos no faltan referentes, testimonios vivos que avalan la viabilidad de una vocación que se presenta de la forma más inesperada. Manuel e Irene se miran en la Sagrada Familia de Nazaret y, de forma más cercana, añade Irene, “en mis padres, en quienes veo un ejemplo como matrimonio a lo largo de los años, que han sabido disfrutar de cada una de las etapas del matrimonio y la vida, sin quedarse en la nostalgia de un pasado o la ansiedad por el futuro”. También es habitual que un seminarista sitúe a un sacerdote en el inicio de su discernimiento -para Moisés, su párroco en Santa María de Jesús, de Lebrija-, o que una joven se sienta atraída por el ejemplo de una religiosa en esos años en los que comienza a definirse la propia identidad.

La aceptación de la vocación, la respuesta afirmativa a la llamada, comporta en primer lugar saber que Dios tiene un plan para uno. Moisés Benahmed tiene claro que todo pasa por “seguirlo por el camino del sacerdocio”. “Dios quiere que aprendamos de su Hijo, y nos da la fuerza necesaria a través de los sacramentos”, afirma. Por su parte, la hermana Begoña asumió hace tiempo que Dios le llama a la santidad, “viviendo de una manera sencilla y austera”. Manuel e Irene no son menos. Esta incipiente familia ha sabido focalizar el plan de Dios en sus vidas, “viviendo en la entrega diaria, acogiendo al otro, a uno mismo y al Señor, en cada circunstancia”.

“Acércate al Señor, enamórate de Dios”

No son pocas las ocasiones en las que los cuatro se enfrentan a los interrogantes que sus vidas generan en personas de su entorno. “Cuando me encuentro con alguien que se ve en la misma situación en la que yo estaba hace cinco años, le invito a que se acerque al Señor, que lo busque en los sacramentos, en su Palabra. Porque -añade- nadie ama lo que no conoce, así que acércate al Señor, enamórate de Dios”. Desde su destino actual en San José de la Rinconada, sor Begoña se dirige “a los jóvenes y no tan jóvenes” para decirles “que no tengan miedo, que sean valientes y digan ese sí como el de María a Dios. Seguro que serán felices toda la vida”. Ha vivido y ha visto lo suficiente para afirmar que “el mundo como está necesita un cambio, y Dios cuenta para ello con todos nosotros”.

Con la misma alegría y confianza, Manuel e Irene no dudan en afirmar que “merece la pena”. La vocación es un tesoro que, “si Dios te lo pone en el corazón, te hace muy feliz”. Claro que el camino no está exento de dificultades, pero, como ambos sostienen, “se experimenta plenitud incluso en cada prueba”.

 

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