VI domingo del Tiempo Ordinario
Al comienzo de esta Cuaresma Dios quiere renovar con nosotros su alianza. Como lo hizo con la familia de Noé: después del diluvio, como escucharemos este domingo en la primera lectura, Dios le dijo: «Yo hago un pacto con vosotros». Este tiempo de Cuaresma nos invita a renovar nuestro compromiso con Dios. Alianza es amistad, fidelidad y compromiso. Por las dos partes, pero de la fidelidad de Dios no podemos dudar, él es siempre fiel; nosotros, sin embargo, estamos siempre tentados de infidelidad. Tenemos experiencia de que vivir en cristiano es difícil y supone lucha ante las tentaciones de este mundo. Como también lo experimentó Jesús, en sus tentaciones en el desierto, para mostrarnos el ejemplo de su fidelidad a Dios.
Las primeras palabras de Jesús, por tierras de Galilea, fueron: «Está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en la Buena Noticia». Hoy inauguramos el tiempo en el que Dios nos quiere curar de nuestros males, nos quiere comunicar la energía y la vida nueva de Cristo Jesús. Hoy vuelve el Señor a tendernos una vez más su mano. Dejémonos convencer y aceptemos esa mano tendida. Miremos el ejemplo de ese Cristo que empieza su camino, que actúe en nosotros y nos prepare a celebrar con él su Pascua. En una plegaria eucarística le decimos agradecidos: «Cuando el hombre, por desobediencia, perdió tu amistad, tú no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca, y reiteraste tu alianza a los hombres».
En la primera lectura del domingo se nos cuenta cómo Dios hizo un pacto con los contemporáneos de Noé y cómo les dio un signo muy sencillo y fácil de aplicar: que cuando vieran el arco iris, que sale después de la tormenta, recordaran su indestructible bondad. A nosotros, los cristianos, es Cristo Jesús, con su muerte y resurrección, o sea, con su Pascua, el que mejor nos recuerda este amor de Dios. Ha sido él, Jesús el Salvador, el que «murió por los pecados una vez para siempre, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios» (lo hemos escuchado así en la lectura de san Pedro). La alianza ahora es «la Nueva Alianza en la sangre de Cristo». Ha habido algo más que un diluvio o un periodo de esclavitud: Cristo, nuestro hermano, se ha entregado hasta la muerte, por solidaridad, y ha restablecido de una vez por todas la alianza entre Dios y la humanidad. Es lo que vamos a celebrar en todo este tiempo de Cuaresma y de Pascua, es como comenzar una nueva primavera.
El día de nuestro bautismo entramos cada uno de nosotros en el ámbito de esta alianza. Como nos ha dicho san Pedro, el diluvio fue como símbolo del bautismo: por medio del signo del agua Dios nos salvó y nos introdujo en la nueva humanidad. Cuando celebramos la Eucaristía, haciendo el memorial de la muerte de Cristo, participamos de su Cuerpo y su Sangre, la «Sangre de la Nueva Alianza». Siempre es él, Cristo Jesús, ahora en su existencia gloriosa, quien nos hace partícipes de la fuerza salvadora de su muerte pascual. Y de una manera especial en la Pascua de cada año. De momento, seis semanas de Cuaresma. Iniciando ya lo que será la Pascua: paso de lo viejo a lo nuevo, de la oscuridad a la luz, de la enfermedad a la fortaleza, de la muerte a la vida. Os deseo un feliz tiempo de encuentro con el Señor.