El anuncio misionero, senda para la unidad y la paz
Queridos fieles diocesanos:
Como todos los años, el penúltimo domingo de octubre, la Iglesia celebra el día del DOMUND. Una jornada que nos da la ocasión de traer ante los ojos la vocación esencialmente misionera de la Iglesia. «La Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza el corazón mismo de la Iglesia». Por eso, ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos (Juan Pablo II, Redemptoris misio, nn.62 y 3). De igual modo, el Catecismo de la Iglesia Católica nos señala que la fe debe ser compartida: “El creyente ha recibido la fe de otro y debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (CEC 166).
La misión es la razón de ser de la Iglesia y del cristiano en ella. Para llevar el Evangelio a todos los hombres fundó Jesús la comunidad que llamamos Iglesia y, por consiguiente, para eso mismo somos cristianos. Esta verdad tan evidente y elemental, en ocasiones, pasa a un segundo lugar. La Iglesia o es misionera o no es la Iglesia de Jesucristo. Es el impulso que desde hace siglos la pone en movimiento, bajo la dirección del Espíritu Santo, precisamente hacia un mundo sin fronteras. La misión es el servicio al Espíritu de Dios, el único capaz de derribar los muros que constantemente alza el hombre encorvado sobre sí mismo.
En un mundo lleno de divisiones y conflictos, que expresan la condición pecadora del hombre, el anuncio misionero que por necesidad trasciende las fronteras que creamos los hombres, es el verdadero camino para realizar ese ideal de unidad y paz, que está inscrito en el corazón del hombre. Esas divisiones crecen, inevitablemente, en la medida en que los hombres se alejan de Dios, y generan multitud de sufrimientos que podrían evitarse, que es posible evitar cuando se accede a la vida nueva en Cristo.
Hay un hecho cierto. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre (Hbr 13, 8). Siempre que un hombre conoce a Jesús, sus palabras, conducta, su muerte y su vida, comprende que no se ha encontrado con un extraño; lo siente muy cercano. Lo siente como alguien que de una vez para siempre ha entrado en la vida de todo hombre, como alguien en quien se ha decidido nuestro destino, como alguien en quien los hombres, cualquiera que fuere su condición, pueden encontrarse y unirse.
La Iglesia es una comunidad misionera. Enviada por Jesús, testimonia ante el mundo a Jesús y su salvación. Cada miembro de esa comunidad participa de esa común misión. En el DOMUND cada uno de nosotros ha de medir el alcance de su responsabilidad como miembro de la comunidad misionera: si presenta en sus palabras y en su vida a Jesús como Él es ante el mundo, sin enmascararlo y desfigurarlo; si sus palabras y testimonio acerca de Jesús le abren camino a los hombres hacia Él o son, por el contrario, un obstáculo puesto en el camino.
Hoy nos encontramos a las puertas de una época nueva. Una señal de ello es la conducta de la juventud respecto a las creencias, ritos, costumbres cristianas. A la Iglesia se la llama a anunciar a Cristo a esa juventud. Esto es mucho más que extender la presencia y la acción evangelizadora a la mayor parte de los hombres que pueblan la Tierra. Se trata de evangelizar una nueva cultura, una nueva evangelización. La acción misionera de la Iglesia y de los cristianos ha de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los centros de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de conducta que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación (Evangelii Nuntiandi, 19).
El Papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada nos dice: “Hoy más que nunca la humanidad, herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Noticia de la paz y de la salvación en Cristo. Por tanto, aprovecho esta ocasión para reiterar que todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La conversión misionera sigue siendo el objetivo principal que debemos proponernos como individuos y como comunidades, porque la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia.” (Papa Francisco, mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2023)
El lema escogido para este año es “Corazones ardientes, pies en camino”. Esa es la experiencia de tantos misioneros y misioneras, que, con su corazón ardiente, se han puesto en camino y se entregan sin reservas para instaurar el Reino de paz y justicia que nos trajo Jesucristo. Sirva esta jornada, también, para unirnos como Iglesia diocesana en oración y pedir por todos esos misioneros jiennenses, sesenta en la actualidad, que repartidos por todo el mundo anuncian con su vida el Evangelio. Y de manera especial, por los cuatro diocesanos, tres laicos y un sacerdote que entregan su vida por el Reino de Dios, en Ecuador, proclamando la Buena Noticia. Sea nuestra oración de agradecimiento al Señor por su vida y su entrega fiel.
El DOMUND nos invita a dirigir nuestra mirada a los misioneros y misioneras que se convierten en los más claros exponentes, con su palabra y con su compromiso vital tantas veces sellado con la propia sangre, de la solidaridad descendente de Dios y de la exigencia de unos derechos reconocidos en las circunstancias concretas de cada comunidad y de cada individuo; derechos que tienen por objeto desde la conciencia adquirida de la filiación divina hasta la distribución más equitativa de los bienes de la tierra.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén
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