Domingo XI Tiempo Ordinario – A

Domingo XI Tiempo Ordinario – A

MT 9,36 -10,8
“En aquél tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tiene pastor”
El empiece del evangelio es fuerte. Al ver Jesús a las gentes…
¡Lo importante que es la mirada y el saber mirar!
No es igual ver que mirar, hay una intencionalidad diferente. Estamos asistiendo a una sociedad en la que la mirada está muy puesta en el yo, en primera persona. Los intereses son tanto en cuanto me afectan.
Siento también cómo hoy Jesús dice que se compadece de la gente porque están extenuadas. Llama a los discípulos, al igual que hoy, y a cada uno dentro de su rango en el que formamos la Iglesia porque, cada uno, tenemos nuestro pedacito de responsabilidad en el sitio concreto que estamos plantados. Nos llama, digo, como siempre y nos da herramientas necesarias (muy importante, así no lo hacemos desde nuestro modo de pensar) para ver si somos capaces
de ayudar a que se conforme la mirada. De la vista estamos todos muy bien, vemos lo que necesitamos, pero de mirar…creo que nos hace falta que hagamos un ejercicio de saber mirar para poder reconducir (vamos a darnos al menos la duda de si lo hacemos bien) “La mies es abundante”, no quiero ni pensar que dejemos la mies en manos de nuestros hermanos sacerdotes solo. Acabamos de celebrar no hace mucho el día del Apostolado Seglar y de celebrar también nuestra responsabilidad ante el mandato que se nos da como cristianos.
Sí, la mies es abundante. Sabemos que tenemos trabajadores, que somos trabajadores para los campos de Dios. Pedir a Dios trabajadores para su mies es importante, igualmente habrá que pedir cada día que los que estamos en el campo sepamos trabajar bien lo que se nos ha puesto por delante. Cada uno en su lugar de trabajo, como hormiguitas, lograremos los frutos que se nos pide.
A veces, si no vemos bien, tendremos que pedirle al Espíritu que nos ponga los lentes necesarios para poder MIRAR las necesidades, no sólo ver, sino contemplar lo que tenemos por delante para dar la respuesta que se necesita. Si no miro bien, si sólo veo, no discierno.
Mirar con ojos de Dios para ver bien la extenuación que las gentes tienen hoy, que no es la misma necesidad de ayer por tanto, tengo que dar respuestas a las necesidades que hoy se presentan.
Sí, la mies es abundante. ¡Gracias a Dios tenemos trabajadores!, silenciosos, no se hacen notar
mucho, pero se nota en los ambientes en los que trabajan. Si pensamos que son pocos es
porque los que están o no tienen fuerzas o no miran bien la vida o están cansados o se han
acostumbrado, o piensan que no es su mies. Pediremos al Espíritu Santo que nos ilumine las
pupilas, que nos ponga colirios en los ojos y podamos dar luz a la vida. Gracias a todos los que
han cogido el arado y se han puesto a trabajar para la gran mies que tenemos por delante.
Hay un texto de Pagola que dice así:
ABIERTOS AL ESPÍRITU.
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la
tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad
espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad
más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No
destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo
mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin
que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan
absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser.
Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos,
palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay
dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la
superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta
y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con
personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen.
Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores
del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos
recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde
se apaga toda sed.

María Jesús Arija García

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