Carta semanal del Arzobispo de Sevilla.
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo nos interpelan acerca de los valores sobre los que tenemos asentada nuestra existencia y nos preguntan concretamente cuál es la piedra angular que da sentido, consistencia y esperanza a nuestra vida. En el evangelio, el Señor nos asegura que nadie puede servir a dos amos, porque o bien abandonará a uno para dedicarse al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. Por tanto, no podemos servir a Dios y a las riquezas.
Las riquezas a las que se refiere el Señor no son exclusivamente el dinero, sino también todas aquellas realidades que pueden apartar el corazón humano de su centro natural que es Dios, la única posible plenitud del hombre.
Si abrimos los ojos al mundo que nos rodea, será fácil constatar que muchos hombres y mujeres, incluso cristianos, tratan de forjar su equilibrio y armonía interior y, en definitiva su felicidad, sobre valores puramente terrenos, en unos casos el trabajo y el deseo inmoderado de poseer y atesorar; en otros el afán de poder y dominio sobre los demás, sea desde el campo polìtico o ideológico; en ocasiones la fama y la gloria; en otras el placer, el confort, el consumir o el disfrutar. En suma, son los ídolos que el mundo de hoy ha ido multiplicando y que para muchas personas son verdaderos sucedáneos del Dios vivo y verdadero.
También a nosotros, que con la ayuda de Dios tratamos de vivir responsablemente nuestra vida cristiana, puede ocurrirnos que de manera inconsciente nos dejemos seducir por los ídolos del dinero, del placer, el amor propio y el orgullo, de manera que estos valores materiales son realmente los móviles de cuanto anhelamos, por lo que luchamos y sufrimos hasta convertirlos en sustitutivos de Dios.
Corremos tras estos ídolos porque creemos que ellos nos van a dar la felicidad. Y eso, como tantas veces nos dice la experiencia, no es verdad. Ni cada uno de ellos en particular, ni todos ellos juntos pueden darnos la dicha a la que aspiramos porque el ansia de felicidad del corazón humano es ilimitada y sólo puede ser satisfecha por un bien infinito y supremo que es Dios.
Las lecturas de este domingo nos presentan a Dios como Padre. Él nos ha creado, nos ha llamado a la existencia, de Él procedemos y somos hechura de sus manos. Él ha diseñado un plan personal para cada uno de nosotros y nos conoce por nuestro propio nombre. Él guía y tutela nuestra vida con su providencia amorosa. Si se olvidara de nosotros, volveríamos al instante a la nada. Él nos cuida con un amor más tierno, profundo y constante que nuestras propias madres, como nos dice hoy el profeta Isaías. El evangelio nos ha asegurado que si Dios se preocupa con amor de los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, mucho más se preocupa de nosotros, de manera que no está justificada una preocupación obsesiva por los bienes materiales.
El fin último del hombre sólo puede ser Dios. De Él venimos, hacia Él vamos y sólo en Él tiene sentido nuestra vida. Sólo en Dios encontramos descanso, como afirma el salmo responsorial. Las demás realidades, el trabajo, el dinero, la fama, los honores, sólo se logran con esfuerzo, y mantenerlos produce angustia y desasosiego. El verdadero descanso del hombre sólo se encuentra en Dios. Ni el dinero, ni la gloria, ni las ideologías que hoy se nos proponen como salvadoras, pueden propiciar al hombre la salvación, que sólo Dios nos brinda por medio de la gracia de Cristo, merecida de una vez para siempre en su Pasión, Muerte y Resurrección, gracia que la Iglesia nos entrega a través de los sacramentos.
No tiene, pues, nada de extraño que el salmo responsorial llame a Dios escudo, refugio y alcázar, que es tanto como decir salvador. No tiene nada de extraño igualmente que el salmo llame a Dios roca, roca firme, porque es el único principio que da estabilidad, firmeza, seguridad y sentido a la vida humana.
Estamos ya en vísperas de la Cuaresma. El próximo miércoles tendremos la imposición de la ceniza e inauguraremos este hermoso tiempo litúrgico. A lo largo de cuarenta días, la Iglesia y la liturgia nos van a invitar al cambio de mente y de criterios, al cambio de actitudes; en suma, a la conversión del corazón para encontrar el auténtico norte de nuestra vida, nuestro eje natural que es Dios. Nadie puede servir a dos amos, nos ha dicho el Señor en el evangelio de este domingo. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, hemos escuchado también. Dios quiera que nuestra Cuaresma sea una auténtica búsqueda de Dios y de su reino, un auténtico acontecimiento de gracia, que centre nuestra vida definitivamente en el Señor.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla