Frenar la desigualdad

Carta dominical del Arzobispo de Sevilla

Manos Unidas inicia una nueva Campaña. La imagen que ha elegido muestra unas manos en blanco y negro, unas manos fuertes, que significan una invitación a tender las nuestras a los hermanos más vulnerables y descartados. Con el lema y la imagen de esta Campaña, «Frenar la desigualdad está en tus manos», quiere hacer un llamamiento a la sociedad para luchar por la dignidad de las personas. Para hacer frente a la desigualdad, todas las manos son necesarias y pueden ayudar a acabar con ella. El trabajo por la justicia es un proyecto común, que concierne a toda la humanidad, y es el momento de colaborar decididamente en la construcción de un mundo según la voluntad de Dios.

Recordemos, en primer lugar, que Jesús comienza su predicación haciendo una llamada a la conversión: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15). El pecado personal aleja de Dios y del hermano, y tiene una dimensión social por sus consecuencias inmediatas y por la solidaridad en el mal. El pecado, en sentido estricto, es siempre un acto libre de la persona, no del grupo o la sociedad. El hombre puede estar presionado por muchos factores externos e internos, que pueden atenuar su libertad y, por tanto, su responsabilidad. Pero la persona humana es libre y no se puede diluir su responsabilidad personal en culpabilidades colectivas. Si no afirmáramos esto, estaríamos negando la libertad del ser humano, que se expresa tanto en el mérito de sus buenas obras como en la responsabilidad de sus culpas.

Hablamos de pecado social en diversos sentidos. En primer lugar, significa que en virtud de la solidaridad humana, todo pecado personal repercute de alguna manera en el conjunto eclesial y en la familia humana. En segundo lugar, también hablamos de pecado social cuando se da una agresión directa contra el prójimo. Se ofende a Dios porque se ofende al hermano. Aquí se incluye todo pecado contra el amor a los demás, contra la justicia, contra los derechos, contra la libertad, dignidad, honor. Se incluye todo pecado contra el bien común, de obra u omisión, por parte de los dirigentes políticos, económicos y sociales, y de todos los miembros de la sociedad. Por último, se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas, que no siempre se corresponden con la voluntad de Dios, que quiere que reine la libertad, la justicia, la paz, entre individuos y pueblos.

La Doctrina Social de la Iglesia habla de estructuras de pecado, que se fundan en el pecado personal y se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de las personas y de los pueblos. Provienen de la ambición y del egoísmo, de la estrechez de miras, de los cálculos políticos errados y de las decisiones económicas imprudentes e injustas. Estas estructuras de pecado, que se resumen en el afán de ganancia exclusiva y en la sed de un poder impositivo sobre los demás, afectan al desarrollo de las personas y de los pueblos, impidiéndolo o ralentizándolo, y se oponen a la voluntad de Dios y al bien común.  Dios exige de los hombres actitudes precisas que se expresan también en acciones u omisiones ante el prójimo.

Frenar la desigualdad es responsabilidad de todos. En los libros de los Profetas encontramos textos iluminadores: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is 58,6-7). También en la parábola del juicio final: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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