Hemos vivido jornadas intensas de vida y de evangelio, nos hemos acercado a los más pobres de la tierra, que nos evangelizan, hemos constatado su sed de Dios. Hemos conectado con una Iglesia joven y pletórica de vida. Nos han robado el corazón. Álvaro Tejero, fotógrafo del obispado, me ha acompañado y ha difundido fotos de primera calidad, que todos podéis contemplar en la web del obispado.
La Misión diocesana de Picota, en la Prelatura territorial de Moyobamba-Perú, es como una prolongación de la diócesis de Córdoba en tierras peruanas. Por acuerdo del obispo prelado de Moyobamba y del obispo de Córdoba, desde octubre de 2010, la diócesis de Córdoba atiende la parroquia de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro en Picota. En estos más de doce años ha habido continuamente dos sacerdotes cordobeses en estancias sucesivas de cuatro años cada uno.
Desde los primeros sacerdotes, Juan Ropero y Francisco Granados, a los que acompañé en su primer viaje, hasta los actuales Antonio Reyes y Nicolás Rivero, pasando por Leopoldo Rivero, Francisco Delgado y Rafael Prados, los siete sacerdotes guardan el mejor recuerdo de haber gastado unos años de su vida en la evangelización de aquella parroquia, que cuenta con cien comunidades diseminadas por la selva peruana. En la semana del 16 al 22 del pasado enero, he vuelto a vivir la experiencia misionera en Picota y su entorno, cuando he ido al Perú para el encuentro de sacerdotes españoles misioneros en Hispanoamérica, OCSHA, del 23 al 27.
Me ha impresionado de nuevo la abundancia de niños y jóvenes en un país lleno de vida, que contrasta con nuestros ambientes europeos, donde la pirámide de edad está invertida. Entre nosotros abundan los mayores y escasean los niños y jóvenes. Precisamente la mayor riqueza de aquellas tierras es su gente joven con un gran futuro por delante.
Me llama la atención el deseo de Dios, el hambre de evangelizadores que les lleven la Palabra de Dios y los sacramentos. Recuerdo en aquella primera ocasión, acompañando a los dos primeros sacerdotes, que las gentes lloraban y lloraban en la Misa de presentación. Al final de la Misa me acerqué a preguntarles por qué lloraban y me respondieron: -Toda la vida pidiendo a Dios que nos envíe algún padrecito, y acaba de enviarnos dos. No podían creérselo. Los pobres son siempre agradecidos.
Ahora he podido recorrer algunas de las cien comunidades que atienden los dos sacerdotes de Córdoba: llegar a El Dorado fue toda una proeza por caminos intransitables, a donde hacía siete años que no llegaba un sacerdote y pude hacer nueve bautizos. Shamboyacu, lugar más adentro de la selva, donde en estos años la diócesis de Córdoba ha construido un santuario a la Virgen del Soterraño y una Casa Hogar de niñas Virgen de Araceli. Tingo de Ponaza, Tres Unidos, San Hilarión, Nuevo Egipto y sus alrededores.
Se han levantado varios templos, haciendo casas dignas para el Señor y para la comunidad católica. La Casa parroquial, los salones para actividades pastorales, el Centro pastoral, la biblioteca. Son realidades visibles. Pero hay toda una labor invisible y más importante de evangelización, de catequesis y de promoción humana, que hace que aquellas gentes conozcan a Jesucristo y su evangelio, que dignifica la persona humana.
Ahora bien, como siempre, es mucho más lo que recibimos que lo que damos. La diócesis de Córdoba tiene abierto este puente misionero, a través del cual han podido ir hasta allí grupos de jóvenes, nuestros propios seminaristas, seglares de cooperación internacional, algunos sacerdotes. La visita a la Misión de Picota ensancha el horizonte de la vida, nos hace valorar lo mucho que tenemos e incluso nos sobra, y nos hace sensibles a las necesidades elementales de nuestros hermanos más pobres. Ellos nos enseñan lo felices que son con lo poco que tienen y nos ayudan a confiar en Dios que nunca falla. Ese puente sigue abierto y aprovecho la ocasión para agradecer a todos los que colaboran con la Misión de Picota. Dios os pague vuestra generosidad.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
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