Homilía del obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra, en la Misa Pontifical de Pentecostés 2022

Lecturas: Hch 2,1-11. Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34. Rom 8, 8-17 y Jn 14, 15-16. 23b-26

Queridos hermanos y hermanas todos:

Nos encontramos aquí, en el Real de El Rocío, celebrando un nuevo Pentecostés, que muchos habéis llamado “El Rocío del reencuentro”. Como bien sabéis la Virgen ha estado en Almonte treinta y tres meses consecutivos. Nada nuevo en la historia devocional rociera, pues en otros episodios históricos la Virgen ha permanecido durante períodos prolongados de tiempo entre los vecinos del pueblo que la tiene por Patrona desde 1653.

Después de dos años, de nuevo nos hemos reunido aquí, como la primera Iglesia, junto con María, la madre de Jesús (Hech 1,14), viviendo Pentecostés con la Virgen del Rocío, haciendo nuestra la súplica de la Secuencia: Ven, Espíritu Divino …Ven, dulce huésped del alma, …Entra hasta el fondo del alma… Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro.

Hemos escuchado en la lectura de los Hechos de los Apóstoles la experiencia que tiene aquella Iglesia naciente, que vio cómo Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 1-4).

Hoy, esta asamblea, reunida en torno a la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía, integrada por tantos hermanos y hermanas peregrinos procedentes de numerosas iglesias particulares y de tantos y diversos lugares como representan las ciento veinticinco hermandades filiales, también está llamada a adentrarse en la experiencia pentecostal, por eso hemos pedido a Dios en la primera oración de la Misa: realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica (Oración colecta).

En Pentecostés el Espíritu Santo se manifiesta como fuego. El fuego del Espíritu Santo es una llama que arde, pero no destruye; más aún, ardiendo hace emerger lo mejor de cada persona. La llama del Espíritu Santo transforma y consume en el corazón de cada uno las escorias que lo corrompen y obstaculizan sus relaciones con Dios y con el prójimo.

Queridos hermanos y hermanas, dejemos que el fuego del Espíritu Santo transforme nuestro corazón, siempre sujeto a las debilidades humanas. Vale la pena dejarse tocar por el fuego del Espíritu Santo. Por eso invoquemos al Espíritu desde lo más profundo de nuestro ser: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Enciende en nosotros el fuego de tu amor!

En Pentecostés el Espíritu Santo como fuego divino descendió sobre los discípulos reunidos y les dio el nuevo ardor de Dios. Todos los bautizados tenemos la encomienda del Señor de llevar esta llama divina a todos los hombres, estamos llamados a colaborar con Dios, que con su fuego quiere renovar la faz de la tierra.

Recordemos que hoy es el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que este año tiene el siguiente lema: Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita.

Se nos presenta una oportunidad singular para seguir construyendo juntos. El próximo 19 de junio, los andaluces hemos sido convocados para elegir a nuestros representantes en el Parlamento autonómico.

La Iglesia sabe que la fe ni es, ni puede reducirse a un programa de acción política. Los católicos votamos a diferentes partidos, pero todos debemos tener en cuenta las afinidades o incompatibilidades de nuestros principios morales con los proyectos, programas y actuaciones de cada uno de ellos.

Los Obispos de las diócesis de Andalucía, en una nota publicada el pasado día uno, recordamos que, en esa coherencia con la fe cristiana, es necesario respetar el derecho a la vida humana, inviolable desde su concepción hasta su muerte natural; el reconocimiento, la promoción y la ayuda a la familia, como unión estable entre un hombre y una mujer, abierta a la vida; la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos según las propias convicciones morales y religiosas; el respeto a la dignidad de toda persona, a la libertad religiosa, a los valores espirituales y a la objeción de conciencia; la defensa y ayuda a los más débiles de la sociedad, como ancianos, jóvenes, parados e inmigrantes.

Invocando estos criterios de discernimiento, no pretendemos imponer un ordenamiento jurídico de la vida social, derivado de la revelación cristiana. Estamos apelando a principios morales accesibles a la razón; porque hay asuntos que no deben estar sujetos a diferentes estrategias de partido, sino que son temas exigidos por la ley natural, por la razón, por el verdadero humanismo.

En cada Salve rezada a la Reina de las Marismas le pedimos: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, esa es la mirada de la Virgen del Rocío, porque es la misma mirada misericordiosa de Dios, que no abandona a su criatura. Misericordia divina que experimentamos en esta nueva y poderosa auto-comunicación de Dios, enviando al Espíritu Santo, que produce la unión entre los hombres y los pueblos.

Este “Rocío del reencuentro” es mucho más que la posibilidad de volvernos a ver en este hermoso lugar. Las personas, a menudo reducidas a individuos desvinculados que compiten o entran en conflicto entre sí, alcanzadas por el Espíritu de Cristo, se abren a la experiencia de la comunión. Este es el efecto de la obra de Dios: la unidad; por eso, la comunión, la fraternidad, la amistad acompañan las manifestaciones verdaderas de la fe, como hoy testimonian aquí los miles de peregrinos del Rocío. Desde el principio, desde el día de Pentecostés, la Iglesia tiene la misión de ser signo e instrumento de unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium,1).

Todos tan diversos unos de otros, tan distintos, pero todos unidos en Cristo y por Cristo. Como nos recordaba el Papa Francisco: “Pasada la crisis sanitaria … Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender … Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (FratelliTutti, 35).

Ahora es el momento para vivir cerca de la Celestial Patrona de Almonte y fortalecer nuestra devoción, amistad y comunión.

En este reencuentro con la Virgen, sírvanos como plegaria lo que dicen estos antiguos gozos almonteños: Sois María la Esperanza, y el consuelo del mortal, y por Vos viene a las almas el Rocío celestial. Sí, como la Iglesia naciente, en medio de nosotros está María, y por Ella y con Ella, entramos en este Pentecostés en la intimidad de Dios con la recepción del Espíritu.

En la alegría de esta tradicional romería, recoge Señora nuestras peticiones. A ello nos impulsa la confianza en Ti, tan bien expresada por el sacerdote hinojero Muñoz y Pabón: Pocito de la Virgen, ¡siempre manando! ¡Lo mismo que la Virgen: siempre escuchando!

Madre y Señora del Rocío, escucha hoy nuestra plegaria, la plegaria de los pastores y de los fieles que acudimos a Ti desde tantos lugares. Acompáñanos como en el cenáculo de Jerusalén, para que recibamos el Espíritu Santo, que, antes que nadie, hizo maravillas en Ti y que nos haga personas nuevas.

Blanca Paloma almonteña, intercede para que pare el horror de la guerra y el sonido de las bombas en tantas partes del mundo, especialmente en la nación ucraniana; para que seamos artesanos de amistad y concordia en todos los ámbitos de nuestra vida.

Robadora de corazones, moldea los nuestros con los dones del Espíritu, para que estemos cerca de los refugiados, de los inmigrantes, de los pobres, de los que no cuentan, de los enfermos.

Salud de los Enfermos, Rosa temprana, Estrella Reluciente de la mañana, Lirio de la Marisma…, Blanca Paloma, sigue acompañando a esta Iglesia de Huelva y a las iglesias hermanas, a Almonte y a los pueblos y ciudades de donde vienen las hermandades filiales, a la familia rociera y a todas las personas que se postran ante tus plantas.

Santa Madre de Dios, Rocío, Señora, Pastora que alumbra el camino, la luz de nuestra aurora, lucero que ilumina el tiempo de todas nuestras horas…

Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

+ Santiago Gómez Sierra,
Obispo de Huelva

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