Clausura Año de la Esperanza

Homilía del Obispo de Cartagena en el Santuario de Nuestra Señora de la Esperanza.

Queridos hermanos,

Hemos venido a la casa de María a presentar nuestra acción de gracias por su protección y a pedirle que nos ayude a vivir siempre, según el modelo que ella ha vivido de cara a Dios, su confianza, su firme decisión para hacer la voluntad de Dios y su fidelidad a la acción del Espíritu Santo.

La acción del Espíritu, desde el Antiguo Testamento, no es sólo realidad presente, sino también es promesa, es un don de carácter universal, al que podemos aspirar también nosotros. Esta promesa se anuncia en Isaías para el Siervo de Yahveh: «Reposará sobre él el Espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Dios» (Is 11,2). Se anuncia que quien tenga el Espíritu tiene asegurada la fidelidad (Ex 39,29) y que el don del Espíritu es universal, para todo hombre de cualquier raza y condición (Ac 2,23; Ef 1,2).

Veamos cómo el secreto de la Virgen Santísima ha sido su docilidad a la voluntad de Dios. La cooperación de María con el Espíritu Santo, manifestada en la Anunciación y en la Visitación, se expresa en una actitud de constante docilidad a las inspiraciones del Paráclito. Consciente del misterio de su Hijo divino, María se dejaba guiar por el Espíritu para actuar de modo adecuado a su misión materna. Como verdadera mujer de oración, la Virgen pedía al Espíritu Santo que completara la obra iniciada en la concepción para que el niño creciera «en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). En esta perspectiva, María se presenta como un modelo para los padres, al mostrar la necesidad de recurrir al Espíritu Santo para encontrar el camino correcto en la difícil tarea de la educación.

La presencia al pie de la cruz es el signo de que la Madre de Jesús siguió hasta el fondo el itinerario doloroso trazado por el Espíritu Santo a través de Simeón. Desde la Cruz el Salvador quería derramar sobre la humanidad ríos de agua viva (cf. Jn 7, 38), es decir, la abundancia del Espíritu Santo. Pero deseaba que esta efusión de gracia estuviera vinculada al rostro de una madre, su Madre. María aparece ya como la nueva Eva, madre de los vivos, o la Hija de Sión, madre de los pueblos. El don de la madre universal estaba incluido en la misión redentora del Mesías: desde la Cruz nos entrega a la Madre: «Mujer, he ahí a tu hijo», y «He ahí a tu madre» (Jn 19, 26-28).

Al amparo de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la Esperanza, cuya imagen contemplan nuestros ojos, nos colocamos todos junto a la Cruz de Cristo para sentir su calor de Madre y la voz de Jesús que habla al corazón. Para poder gozar de ella es necesario conocer la historia y quién mejor que vosotros, que la queréis y cuidáis su imagen de la Esperanza para presentarla a los miles y miles de hombres y mujeres creyentes, que pasan todos los años por este bello santuario. Decidles a todos que la Madre de la Esperanza nos alcanza continuamente la compasión de su Hijo y nos enseña el modo de comportarnos ante las necesidades de los hombres: Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia…, le hemos dicho tantas veces. Decidle a todo el mundo que María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina, porque conoce el corazón de su Hijo y lo que ha padecido por nosotros. A ella la llamamos también Madre de Misericordia, porque ella participa también del deseo de su Hijo de hacernos partícipes de su redención y nos facilita el camino hacia la salvación y la vida.

La Iglesia os entrega a vosotros, hermanos, el mejor tesoro que tiene, la imagen de María, ya sabéis que no es sólo vuestro, sino del corazón de la Iglesia, del ser de la Iglesia, porque se trata de nuestra Madre. La Iglesia os hace custodios de esta advocación de la Santísima Virgen María para imitarle y para enseñarnos el camino de la fidelidad a Dios y no sólo os pide, sino que os exige respeto, cuidado y mucho amor. Sed dignos de este tesoro del que sois responsables, siendo ejemplo de amor para todos, por medio de vuestras palabras y de vuestras obras.

Vuestra vocación es la de evangelizar. El pueblo de Calasparra y la cofradía tenéis una alta y bella misión, mostrar a todos la belleza del corazón de la Iglesia, mostrarnos el rostro de la Virgen en vuestras vidas. Ella es nuestro consuelo y nuestra seguridad: «Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora». Ni un solo día ha dejado de ayudarnos, de protegernos, de interceder por nuestras necesidades. En vuestra tarea evangelizadora, habladnos del perdón, perdonando; habladnos del amor, amando; habladnos de la esperanza, mostrándonos el rostro de María en vuestra vida… Os ruego que trabajéis para conservar lo bueno, purifiquéis lo imperfecto y abráis nuevos caminos a la evangelización.

Este Santuario donde acuden miles de personas es un don, un hermoso instrumento de Buena Noticia que expresa, a través de la imagen querida y venerada de la Virgen María, la firme posibilidad de convertirnos de corazón y salir de aquí henchidos de la gracia de Dios. Que el final del camino, de la peregrinación a María sean las obras de caridad y misericordia que salgan del corazón de cada uno de los fieles y se note en la vida, de tal forma que crezcamos en unidad, comunión y fraternidad.

La Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, no ha dejado un momento de dar consuelo a quien se siente oprimido por el peso de la tristeza, de la soledad, de un gran dolor. Si alguna vez nos pesan las cosas, la vida, la enfermedad, el empeño en la tarea apostólica, el esfuerzo por sacar la familia adelante, los obstáculos que se juntan y amontonan, acudamos a Ella, en la que siempre encontraremos consuelo, aliento y fuerza para cumplir en todo la voluntad amable de su Hijo. Le repetiremos despacio: Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra… En Ella aprenderemos a consolar y alentar, a ejercer la misericordia con quienes veamos que necesitan esa ayuda. En Ella encontramos todas las gracias para vencer en las tentaciones, en el apostolado, en el trabajo… Ella es la seguridad, el amor que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y consuela siempre.

Ruego a la Virgen de la Esperanza, Madre de Calasparra y Madre nuestra, que bendiga a esta ciudad, a sus instituciones y sus habitantes, pero de una forma especial a todas las familias para que deis ejemplo de una serena búsqueda de la voluntad de Dios en medio de tantas seducciones y enseñéis a vuestros hijos la fe, con palabras y con el ejemplo.

Que así sea.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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