Pablo con Pedro en la memoria de la Iglesia.

Carta Pastoral del Obispo de Almería, D. Adolfo González Montes, ante el Año Jubilar Paulino. Benedicto XVI ha promulgado un año jubilar que se inaugura hoy día 28, con unas solemnes vísperas, a las que él mismo presidirá en la basílica papal de San Pablo Extramuros, en la romana Vía ostiense, acompañado del Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartomolé I. Este jubileo quiere honrar la memoria del nacimiento del Apóstol de las gentes, el gran evangelizador convertido por Cristo de perseguidor de cristianos  en “vaso de elección”. Pablo de Tarso nació en torno a diez años después de Jesús por las conjeturas que permite la cronología de los personajes judíos y romanos que tienen que ver con su biografía.

1. Una biografía centrada en Cristo, pasión de Pablo. No conoció personalmente al Jesús terreno y fue el Resucitado el que salió a su encuentro en el camino de Damasco. Este acontecimiento de gracia fue para él revelación del misterio de Cristo, como él mismo declara a los Gálatas (1,15). El encuentro con el Resucitado cambió su vida de perseguidor en apóstol de Cristo y predicador infatigable del evangelio. Después de su conversión, Pablo se retiró al desierto de Arabia para volver a las regiones limítrofes con su patria natal y su primera estancia en Jerusalén, y darse apasionadamente a la misión cristiana que llevó a cabo en tres viajes por el Asia menor, las ciudades griegas y las islas del Mediterráneo.  Finalmente, un último viaje llamado “de la cautividad” le llevaría preso de Jerusalén a Roma para ser juzgado por el tribunal imperial. Sabemos que después de su absolución, probablemente en el verano del año 63, Pablo retornaría a los escenarios mediterráneos de su misión y terminar volviendo definitivamente a Roma, donde dará el último y decisivo testimonio de Cristo víctima de la cruel persecución de Nerón, después de la segunda prisión romana y no sin haber llegado, con probabilidad bien fundada, hasta las tierras de la Hispania romana, según él mismo informa a los romanos, y tal como también Clemente, el tercer sucesor de Pedro, da cuenta de ello.

Su pasión por Cristo marcó en tal modo su vida que la experiencia mística de la revelación del misterio redentor del Señor, el conocimiento por gracia divina que de él recibió, abrió la fe en Jesucristo a su universalización  misionera. Esto llevó a muchos a pensar en Pablo como verdadero creador del cristianismo, pero Pablo no hizo otra cosa que transmitir aquello que él mismo había recibido y contrastado para no correr en vano; y dar a conocer el misterio del amor redentor de  Dios revelado en Jesús crucificado y resucitado. Místicamente unido al Salvador, exclamará: “Estoy crucificado con Cristo; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,19-20). Expresaba así la experiencia de su fe, que le llamó a la misión de “anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo” (Efesios 3,8), convencido de que el que había actuado en Pedro para hacer de él un apóstol de los judíos, “actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles” (Gálatas 2,8).

2. El año jubilar paulino. El Papa ha querido promulgar este jubileo paulino para honrar la memoria de gran apóstol, cuyas cartas recogen el evangelio de Cristo y son leídas en la asamblea litúrgica, reconociendo en ellas la inspiración divina que las hace palabra de Dios al tiempo que son lenguaje humano en el que el Apóstol vertió su experiencia de Cristo. En ellas resuena la proclamación del misterio de Cristo y las orientaciones que se siguen de él para vivir según el Evangelio. La «epístola» paulina, alternada con lecturas de los profetas, de los Hechos de los Apóstoles y de las otras cartas apostólicas jalonan el año litúrgico flanqueando la proclamación del evangelio en la celebración de la Misa. La proclamación evangélica de Pablo es hasta tal punto biográfica que el Apóstol nos ha dejado en sus cartas la figura y el testimonio, el perfil y la enjundia, el referente insoslayable de la personalidad apostólica según el Nuevo Testamento. El “último de los apóstoles” ha venido a ser así junto a Pedro, columna de la Iglesia, definición que el mismo Pablo aplicó a Pedro, Juan y Santiago el hermano del Señor (ya había muerto Santiago Zebedeo ejecutado por Herodes Agripa) cuando por segunda vez subió a Jerusalén.

Es un año para leer con particular atención, estudiar y familiarizarse con las cartas paulinas, personalmente y en círculos de estudio, en familia y en comunidad. Un año para dar a conocer y activar la misión universal evangelizadora que recorre el «corpus» paulino del Nuevo Testamento, cometido y razón de ser de la Iglesia. Un año para suplicar y agradecer a Dios las vocaciones apostólicas y misioneras al estilo de Pablo; y para el crecimiento de la responsabilidad de todos los bautizados en la evangelización de una sociedad culturalmente alejada del conocimiento de Cristo urgidos por el amor de Cristo, que nos apremia “al pensar que él, uno solo,  murió por todos” (2 Corintios 5,14). Un año para volver sobre esta verdad fundamental que da cuenta y razón de la plantación y expansión de la Iglesia: “Pero ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído?” (Romanos 10,14). Un año, en fin, también para peregrinar a los escenarios de los viajes paulinos y a las basílicas de los dos Apóstoles, para beber en las fuentes y hace del centro de la catolicidad referencia de comunión y de compromiso ecuménico por la unidad de la Iglesia.

3. Pablo con Pedro en Roma. La reciente exploración del subsuelo del altar de la confesión en la basílica romana de San Pablo ha llevado a los arqueólogos a localizar los restos de Pablo, confirmándose las noticias de que aseguraban que se hallaban allí. Los “trofeos” de Pedro y Pablo dicen las crónicas de la Iglesia antigua dan honor y primacía a la Iglesia de Roma, asentada sobre las columnas apostólicas. La memoria de Pablo se halla entrelazada de modo inseparable con la del Príncipe de los Apóstoles, al que Cristo confió su Iglesia cambiando su nombre de Simón por Pedro, para que sobre la «piedra» de su ministerio levantar la Iglesia. Convergen así en Roma los carismas apostólicos de Pedro y Pablo. Al recordarlo en la Jornada del Papa, la fe en el misterio de Cristo presente en su Iglesia se nos descubre en su condición de ser petrina y paulina a un mismo tiempo, pues, como dice el prefacio de su fiesta, por caminos diversos, los dos apóstoles congregaron la única Iglesia de Cristo y a los dos celebramos en una misma veneración.

Benedicto XVI, obispo de Roma y sucesor de Pedro, reúne en su ministerio, que Dios ha deparado a su Iglesia, la sabiduría con que le ha adornado como maestro de la fe, que expone con claridad y transparencia, saliendo al paso de su disolución o oscurecimi
ento. Después de la gran figura de Juan Pablo II, Dios ha querido dar a su Iglesia un Papa que da a conocer con clarividente magisterio el misterio de Cristo. Lo que hace con aquel calor y aquella pasión cordial que atraviesa su magisterio teológico.

Quiera el Señor bendecir la persona y el magisterio del Santo Padre Benedicto XVI, para que su amorosa y clarividente exposición de la verdad de la fe, hondamente madurada y llena de un singular amor por Cristo, nos ayude a todos, pastores y fieles al conocimiento de la riqueza insondable del misterio del Salvador.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Almería, a 28 de junio de 2008
Apertura del Año jubilar paulino

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