Corpus Christi (Catedral-Málaga)

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la solemnidad del Corpus Christi en la Catedral de Málaga el 6 de junio de 2021.

“CORPUS CHRISTI”

(Catedral-Málaga, 6 junio 2021)

Lecturas: Ex 24,3-8; Sal 115; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26.

Invitados a la mesa del Señor

1.- La fiesta litúrgica del “Corpus” nos transporta a la última Cena que Jesús hizo con sus discípulos para celebrar la Pascua, invitándolos a su mesa (cf. Mc 14, 14-16.).

«Mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomad, este es mi cuerpo» (Mc 14, 22). Lo mismo hizo con el cáliz, invitándoles a beber de él, como su «sangre de la Alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 24).

Estas palabras, pronunciadas por Cristo en la noche de la institución de la Eucaristía el Jueves Santo, contienen en síntesis toda la esencia del Evangelio y del misterio de la Encarnación. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, es el mismo Verbo Encarnado que nos invita a su mesa.

2.- Desde entonces la Eucaristía se ha convertido para nosotros, los cristianos, en el verdadero alimento, de donde obtenemos las fuerzas para nuestra vida cristiana. La Eucaristía ha sido y sigue siendo la fuerza de los mártires; la fortaleza de la Iglesia, que a lo largo de la historia ha superado tantos intentos por destruirla o manipularla, pero no lo han conseguido porque es Cristo la Cabeza de la Iglesia y por ello es indestructible; la Eucaristía es también la razón de la fidelidad a la gracia en medio de las dificultades de la vida; es la fuerza que nos ayuda a superar los obstáculos.

Invitados a la Mesa del Señor recobramos la energía para el camino; y le decimos: “Sólo Tú, oh Pan Divino bajado del cielo y entregado por nosotros, eres la única fuerza para nuestra vida; sólo Tú eres nuestro único alimento para la vida eterna”.

No es solo alimento para esta vida terrena, sino que es prenda de inmortalidad; es alimento de vida eterna. Y esta perspectiva transcendente la necesita nuestra sociedad; es necesario mirar hacia el más allá, al que estamos llamados.

3.- En el discurso sobre el pan de vida Jesús recuerda a los judíos que fue Dios-Padre quien ofreció pan del cielo al pueblo de Israel en el desierto; y que no fue Moisés, sino Dios quien da el verdadero pan del cielo (cf. Jn 6,30-35).

En nuestra sociedad hay muchos tipos de alimento, detrás de los cuales va la gente. Podríamos enumerar una gran variedad, que no solo se refiere al alimento corporal, sino a todo aquello que el ser humano busca para saciar su hambre de felicidad. En el camino de la vida terrena somos seducidos y atraídos por muchos alimentos, que se nos ofrecen como manjares suculentos para saciar nuestros sentidos, nuestro deseo de felicidad, en definitiva. Pero esos alimentos no sacian la sed de felicidad eterna que anida en el corazón del ser humano.

Jesús mismo nos ha dicho: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que crea en mí nunca tendrá nunca sed» (Jn 6,35); porque el alimento que ofrece Jesús es “Pan del cielo”, es decir, el pan verdadero y eterno.

4.- Dios quiere que todos los hombres se salven. La voluntad del Padre es «que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna» (Jn 6,40). Por eso es tan importante la misión que nos encomienda el Señor a todos y cada uno de nosotros, a los cristianos de hoy, de llevar a los hombres de nuestro tiempo la palabra y el pan de vida; es decir, la salvación eterna.

En la celebración eucarística los fieles que peregrinamos en esta vida somos los convidados del Padre, que acoge a sus hijos en su casa y les ofrece la comida festiva de la reconciliación y del perdón, que les devuelve su dignidad perdida (cf. Lc 15,7.10.23-24.32). Cuando pecamos nos rebajamos a nosotros mismos como hijos de Dios; nos deterioramos y perdemos valor; el encuentro con Cristo en el banquete pascual y su perdón nos devuelve el valor y la dignidad de hijos de Dios; nos regenera por dentro y nos revitaliza; el pan eucarístico tiene una fuerza divina y eterna. El Señor nos invita a esa mesa, que ha preparado con tanto esmero (cf. Pr 9,2-3.5).

“Nuestra asistencia y participación es indispensable, pero es el Padre el que invita, movido por el mismo amor que le impulsa a salir a nuestro encuentro, el amor que se traduce en misericordia y se manifiesta en la alegría. No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc 15,28-30)” (Conferencia Episcopal Española, La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino, 22; Madrid, 4.III.1999). Hemos de entrar y participar en el banquete al que estamos invitados por el Padre.

5.- En la solemnidad del “Corpus” celebramos en España el “Día de Caridad”. Ser invitados a la Mesa del Señor nos hace partícipes del amor de Dios y nos exige acercarnos al hermano necesitado con solicitud y afecto.

El lema que la Subcomisión episcopal de Acción Caritativa y Social nos ofrece este año es: “Conmigo lo hicisteis”; en base al pasaje evangélico: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

En este tiempo de pandemia, con la convicción de que el Señor camina con nosotros, nos acercamos al hermano necesitado para tocar las llagas de Cristo. En las heridas y en el sufrimiento de nuestros hermanos descubrimos el misterio de Cristo crucificado y resucitado. El hermano, sobre todo el más necesitado, es presencia de Cristo; como es presencia visible del amor de Dios. Tocar las llagas de la humanidad es tocar las llagas de Cristo; es tocar la misericordia de Dios.

6.- Encontramos aliento en las palabras de san Manuel González, que dice: “En la Eucaristía, está el Corazón incansablemente misericordioso, que a cada quejido de nuestros labios y a cada lágrima de nuestros ojos… responde –¡estad ciertos!– con un latido de infinita compasión” (Un corazón hecho Eucaristía, 107).

El Señor cura nuestras heridas, nuestras lágrimas, nuestros sollozos, nuestros dolores, nuestros sufrimientos, porque los asumió en la cruz y desde entonces la humanidad quedó ya redimida; estamos redimidos, estamos curados, estamos salvados.

Y la Eucaristía es la prenda de eternidad, que nos lo certifica. Acudamos a este banquete al que nos invita el Señor. No lo hagamos de tarde en tarde o una vez al año o cada varios años; hagámoslo celebrando la pascua de cada domingo.

7.- Queremos agradecer en este Día de Caridad el servicio generoso de tantos fieles cristianos, de tantas personas de nuestras parroquias, comunidades cristianas, cofradías, hermandades, asociaciones, movimientos eclesiales, que, movidas por su fe y amor a Dios se comprometen con los más necesitados y excluidos de nuestra sociedad. Repetimos: tocar las llagas del hermano necesitado es tocar a Cristo; lo que hacemos al hermano lo hacemos a Cristo.

Invitados a la Mesa del Señor le suplicamos que nos haga dignos de participar en su banquete eucarístico y nos dé fuerza para acercarnos a los hermanos más necesitados.

Y pedimos a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que interceda por nosotros, para ser buenos adoradores de Cristo sacramentado y solícitos de nuestros hermanos, los hombres. Amén.

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