Declaraciones de Mons. Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén

Diócesis de Tenerife
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El Obispado de Tenerife está situado en San Cristobal de La Laguna. La jurisdicción de la diócesis comprende Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro.

Desgraciadamente, no es la primera vez, y me temo que ni siquiera la última, en la que tendremos que hacer frente a estas explosiones de violencia y guerra en Tierra Santa. Estos estallidos de violencia sólo dejarán más escombros, muertes, animadversiones y sentimientos de odio, pero no traerán ninguna solución. Veremos acusaciones mutuas sobre el uso del poder, probablemente recurriremos a los tribunales internacionales, acusándonos mutuamente, pero al final, todo será como antes, hasta la próxima crisis.

Hasta que no nos decidamos a afrontar realmente los problemas que afligen a estos países y a estos pueblos desde hace décadas, me temo que nos veremos obligados a asistir a más violencia y a otras desgracias.

Jerusalén es el corazón del problema y esta vez fue la chispa que incendió el país. Como es sabido, todo comenzó con la conocida cuestión de Shekh Jarrah, que se ha presentado como una cuestión jurídica. Sin embargo, como ya hemos reiterado en nuestra anterior declaración, también es evidentemente una decisión política para una mayor expansión de los asentamientos israelíes en Jerusalén Oriental. Es una decisión que cambia el ya muchas veces roto equilibrio entre las dos partes de la ciudad y esto crea tensiones y sufrimiento. Sin embargo, esta crisis indica que esta metodología no funciona y que no se puede imponer ninguna solución a Jerusalén. La solución sólo puede ser el resultado del diálogo entre israelíes y palestinos, que deberán hacer suya la vocación abierta, multirreligiosa y multicultural de la ciudad.

Lo que se ha dicho sobre Jerusalén puede extenderse a toda la cuestión israelí-palestina. El pueblo palestino lleva años esperando una solución digna, un futuro sereno y pacífico, en su tierra, en su país. Sin embargo, para ellos no parece haber lugar en el mundo y, antes de poder vivir con dignidad en su país, son continuamente invitados por las distintas cancillerías a esperar un futuro desconocido y continuamente aplazado.

Pero aún más preocupante ha sido la explosión de violencia en las ciudades mixtas de Israel, donde siempre han convivido judíos y árabes y de la que creo que se ha hablado poco en los medios de comunicación internacionales. Hemos sido testigos de la violencia, de las patrullas organizadas, de los intentos de linchamiento por parte de ambos bandos, judíos y árabes… una explosión de odio y rechazo al otro que probablemente se venía gestando desde hace tiempo y que ahora ha emergido violentamente y ha encontrado a todos desprevenidos y asustados.

Todo esto es el resultado de años de un lenguaje político violento, de una cultura y una política de rechazo al otro, de desprecio. Poco a poco, estas actitudes han creado una separación cada vez más profunda entre los dos pueblos, de la que quizá no nos hayamos dado cuenta hasta hoy. Llevará mucho tiempo reconstruir estas relaciones profundamente heridas. Tendremos que trabajar junto a muchas personas de todos los credos, que todavía creen en un futuro juntos y están comprometidos con él. Son muchos. Pero necesitan apoyo, alguien que pueda llevar su voz a todo el mundo.

Tendremos que empezar a reconstruir de nuevo las relaciones entre todos nosotros y, en este sentido, será prioritario partir del doloroso descubrimiento de estos días, es decir, del odio que albergaba sobre todo en el corazón de los jóvenes. No debemos cultivar ni permitir que se desarrollen sentimientos de odio. Debemos asegurarnos de que nadie, ya sea judío o árabe, se sienta rechazado. Tendremos que ser más claros a la hora de denunciar lo que divide. No podemos conformarnos con los encuentros interreligiosos por la paz, pensando que con esas iniciativas hemos resuelto el problema de la convivencia entre nosotros. Además de esto tendremos que hacer una opción real para que en nuestras escuelas, en nuestras instituciones, en los medios de comunicación, en la política, en los lugares de culto, resuene el nombre de Dios, del hermano y del compañero de vida. Tendremos que aprender a estar más atentos al lenguaje que utilizamos y tomar conciencia de que la reconstrucción de un modelo serio de relaciones entre nosotros requerirá mucho tiempo, paciencia y valor. Necesitaremos una nueva alianza entre personas de buena voluntad que, independientemente de la fe, la identidad y la visión política, sientan al otro como parte de sí mismos y deseen comprometerse a vivir con esta conciencia.

Esta crisis debe devolver al centro de la agenda internacional la cuestión entre Israel y Palestina, que últimamente parecía olvidada y superada, pero que, sin embargo, siempre ha seguido siendo una herida dolorosa. La herida sólo se cubrió, se ocultó, pero nunca se curó. Una vez retirada la venda que la cubría, volvió a ser visible y dolorosa, quizá incluso más que en el pasado.

Os invito a rezar por la Iglesia de Jerusalén, para que sea una Iglesia que vaya más allá de los muros y las puertas cerradas; que cree, anuncie y construya la paz, pero «no como la da el mundo» (Jn 14,27). De hecho, ya hemos sido testigos demasiadas veces de anuncios de paz traicionados y ofendidos. La Iglesia tendrá que construir la paz que es fruto del Espíritu, que da vida y confianza, siempre de nuevo, sin cansarse nunca.

Su Beatitud Mons. Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén

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