Visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de la Salud (Carratraca)

Diócesis de Málaga
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Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de la Salud celebrada en Carratraca el 1 de marzo de 2015.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALUD

 (Carratraca, 1 marzo 2015)

Lecturas: Gn 22, 1-2.9-13.15-18; Sal 115; Rm 8, 31b-34; Mc 9, 2-10.

(Domingo Cuaresma II-B)

1.- Dios pone a prueba a Abrahán.

Queridos feligreses de la parroquia de Nuestra Señora de la Salud, en este II Domingo de Cuaresma, del ciclo B, las lecturas nos presentan una serie de personajes unidos a tres montes. Pues, la reflexión de esta homilía está estructurada en relación a estos tres montes.

            Dios puso a prueba a Abrahán y le dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré» (Gn 22, 2).

Aquí aparece ya un monte, el monte Moria. Y, ¿qué pide en ese monte Dios a Abraham? Que renuncie a su hijo, al que más quiere, teniendo una promesa de una gran descendencia.

«Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo» (Gn 22, 9-10).

Abraham es capaz de ofrecer a Dios lo mejor que tiene. Dios permite, no que haga un asesinato, pero sí permite el «sí» de Abraham. Dios quiere la ofrenda y la obediencia de Abraham, pero no le exige después el sacrificio, pues sería una aberración desde el punto de vista de la religión, aunque no desde el punto de vista de otras culturas que sí hacían sacrificios.

2.- Dios acepta la ofrenda de Abrahán y lo bendice.

El ángel de Dios le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo» (Gn 22, 12). «Te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa» (Gn 22, 17).

Dios hizo subir a Abraham al monte Moria (cf. Gn 22), donde le pide tomar a su hijo único. Subir un monte siempre es un sacrificio, cuando se sube hay que dejar la llanura, hay que salir de casa, hay que dejar muchas cosas que estorban para el camino, hay que ir ligeros de equipaje. La subida a una montaña, en la literatura israelítica, es siempre un desprendimiento de uno mismo, un acercamiento a Dios. En las montañas, según esta mentalidad, está la presencia de Dios, como está en la nube, en los rayos, está en el monte también.

En el monte Moria se produce un desprendimiento y una obediencia total de Abraham a Dios. A nosotros también el Señor nos pide subir al Monte Moria. ¿Qué os pide a cada uno? ¿Qué os pide en esta cuaresma? ¿Qué os pide a raíz de esta Visita pastoral? El Señor no es caprichoso, lo que pida es porque desea que vuestro corazón se desprenda. Después Él resuelve los temas y los problemas como menos lo esperamos, al igual que le pasó a Abraham. Pero inicialmente nos pide nuestra obediencia, escuchar lo que dice y llevarlo a cabo.

3.- Dios no perdonó a su propio Hijo Jesucristo.

El segundo monte –cuyo nombre no aparece, así como sí aparece en la primera lectura el monte Moria– hace referencia, en la carta de san Pablo a los Romanos, a Cristo que muere en la cruz: «El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» (Rm 8, 32).

Dios ahorra a Abraham el sacrificio de su hijo y, sin embargo, Dios Padre no ahorra a su Hijo Jesús el sacrificio de la cruz. Podría haberlo resuelto de otra manera, como con Abraham, y Jesús no hubiera muerto en la cruz. Así como sí se lo ahorró a Abraham, sin embargo, a su Hijo, que aceptó por obediencia la muerte en la cruz, no se lo ahorró.

Dios hizo subir a su Hijo Jesús al Calvario y lo entregó por todos nosotros (cf. Jn 19, 17-18). Jesús sube al monte Calvario para rescatar a la humanidad del pecado y concedernos una nueva vida, a través de su muerte y resurrección.

Jesús obedece a Dios su Padre y ofrece libremente su vida, aunque esto le suponga ver su cuerpo destrozado, su corazón traspasado y sus manos clavadas. Y aquí, en este monte Calvario, lanza sus siete palabras, que son de perdón y de amor, como último testamento.

Dios Padre no ahorra la cruz a Jesús y sí ahorró la muerte de su hijo a Abraham. El monte Calvario es más dramático, más duro que el monte Moria. La Iglesia nos invita a que nos preparemos y subamos al monte Calvario con Cristo. Hemos de subir con Cristo al monte Calvario y hemos de ofrecer nuestra vida.

La Eucaristía y este altar están significando el monte Calvario donde Cristo se ofrece una vez más. Debemos de estar dispuestos a ofrecernos con Él a Dios.

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana y, por ello, culminamos la Visita Pastoral con esta celebración eucarística. El centro de nuestra vida ha de ser este monte Calvario donde Cristo se ofrece en cada celebración nuestra.

Pero naturalmente vivimos con la esperanza de la resurrección; no termina todo con la muerte: Cristo resucita.

4.- La transfiguración de Jesús.

Hoy se nos anticipa el núcleo del misterio cristiano, el misterio Pascual: Luz y cruz, muerte y vida, muerte y resurrección. Todo esto ilumina nuestro camino cuaresmal, nuestro camino hacia la Patria celeste.

Jesús sube con sus apóstoles más íntimos al monte Tabor (cf. Mc 9, 2). Es el tercer monte de las lecturas de hoy; es un monte más agradable y menos dramático.

La subida al monte Tabor se hace antes que la subida al monte Calvario, precisamente para que los discípulos tuvieran fuerzas para aguantar lo que iba a suceder en el monte Calvario. En el Tabor, Cristo se transfigura y aparece con una luz especial, con un rostro resplandeciente (cf. Mc 9, 3), como cuando resucitaría. En el Calvario muere y el Tabor es una anticipación, en cierto sentido, de la resurrección del Señor. Esto lo hace para que, cuando llegue la hora de la prueba, los discípulos no sucumban, no se depriman, no caigan, no abandonen.

Pedro reconoce que se está muy bien allí: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9, 5). Moisés y Elías son los dos personajes que hacen referencia a la Ley y a los Profetas (cf. Mc 9, 5), como testigos de que Jesús, que se transfigura, ese Cristo, morirá en el Calvario y resucitará.

5.- La Iglesia nos anima a vivir la transfiguración.

En este tiempo cuaresmal la Iglesia imita la pedagogía del Maestro con sus discípulos antes de sufrir la Pasión y morir, animándoles a contemplar la divinidad para poder asumir sin escándalo los acontecimientos de Jerusalén.

Cristo sube con sus íntimos al monte Tabor (Evangelio), donde manifiesta su gloria y les da aliento para afrontar el trago amargo de la Pasión y así no se escandalicen de Él –a quien ven aquí con el rostro transfigurado– cuando le vean con el rostro desfigurado.

El Señor nos transfigura con Él, nos ilumina con su luz, con su Palabra, nos da fuerza con la Eucaristía para saber afrontar el testimonio que después tengamos que dar al salir de aquí.

Nuestra sociedad está pidiendo que los cristianos seamos cada vez más auténticos con nosotros mismos, que vivamos con mayor identidad, con mayor compromiso. La sociedad es cada vez menos cristiana y los cristianos somos necesarios en el mundo. Si no hubiera cristianos este mundo sería inhabitable. Si Cristo no nos hubiera redimido no se podría estar; es así y, a pesar de la presencia de Cristo, de su amor, de su Palabra y de su perdón, ¡mira cómo estamos!

6.- Escuchar al Hijo amado.

Abraham obedeció. La palabra obediencia hace referencia a la escucha, a la palabra «ob-audiencia«; es decir, oír y obedecer lo que oigo. Por eso Abraham obedeció, escuchó la voz del Señor y la aceptó. Cristo obedeció al Padre, escuchó y obedeció.

Y en la transfiguración Dios nos dice: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Y escuchadlo, ¿para qué? Pues para obedecerle, para seguirle. La lógica es perfecta.

La Liturgia del segundo domingo de Cuaresma nos ofrece la contemplación del rostro luminoso del Señor, su divinidad, su identidad como Hijo único de Dios, el Hijo amado.

            Escuchad al Hijo amado y obedecerle. Esta es la exhortación que os digo en la Visita Pastoral. El Señor os dirá muchas cosas, obedecedle en todo lo que podáis.

Necesita nuestra sociedad testigos valientes del Evangelio. Necesita cristianos maduros, adultos que conozcan la fe, que den razón de la esperanza, que sepan responder a los retos de la sociedad desde la fe, no desde teorías o ideologías, que sepan clarificar ante las ideologías y modas de la sociedad con la Palabra de Dios, con la luz del Evangelio.

Nosotros viviendo la liturgia y viviendo la fe, con la Eucaristía y con la Palabra de Dios, quedamos transfigurados, iluminados y podemos ver la realidad: la familia, la sociedad, la política, la economía, con otra luz que no la ven nuestros coetáneos. Los cristianos somos luces en la oscuridad, como faros que iluminan la realidad. Esa luz no es nuestra, es la luz de Cristo transfigurado y resucitado. A eso nos invita el Señor y os invito yo.

Vamos a pedir a Nuestra Señora de la Salud que nos ayude, nos acompañe en este camino cuaresmal y en el camino de la vida; que no le dejemos, que no le soltemos la mano, porque Ella siempre camina a nuestro lado. Que así sea.

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