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El Adviento como apertura

Como “tiempo fuerte” que es, el Adviento contiene numerosas facetas y ofrece pistas variadas, que cada cual puede (y debe) adaptar según su situación concreta y su momento vital. A continuación, voy a detenerme en un aspecto central que puede ayudarnos a vivir sin superficialidades estas semanas antecedentes a la Navidad, de la mano de la encíclica Fratelli Tutti: se trata de la apertura. Y es que el papa Francisco indica que quiere abordar “la doctrina sobre el amor fraterno” deteniéndose “en su dimensión universal, en su apertura a todos” (FT 6).
Incluso etimológicamente, el Ad-viento nos dispone a acoger a Aquel-que-viene. Es decir, a Cristo, al Niño Jesús, el Sol que nace de lo alto (cfr. Lc 1, 78). Para ello, debemos estar abiertos a la novedad, a lo inesperado, a lo distinto, a lo que nos sorprende. “El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro” (FT 30). En otro momento de la encíclica, el Sucesor de Pedro recuerda que “nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias” (FT 95). ¿Cómo podemos romper el aislamiento y desplegar la dinámica del amor en este Adviento de 2020? ¿Qué gestos concretos haremos para salir al encuentro de los que están solos, abandonados u olvidados?
La construcción del bien común exige “diálogo y apertura a los otros” (FT 203). Sabemos que “el amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos ‘amistad social’ en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal” (FT 99). Hay, en esto, una dimensión interpersonal y una dimensión estructural, que se complementan. Por lo tanto, la caridad se expresa también en la apertura a todos. Y eso mismo también nos lleva a considerar lo que tantas veces subraya el Obispo de Roma: que “hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial” (FT 97). ¿En qué dirección nos moviliza la caridad cristiana en este Adviento de 2020?
Relacionado con lo anterior, reconocemos que esta apertura debe afinarse y ensancharse para acoger a los más pobres. El Papa propone como modelo al buen samaritano, que “libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo necesitaba” (FT 101). De un modo semejante, es importante resaltar la experiencia de numerosos pueblos y tantas vivencias como han sabido practicar el valor de la hospitalidad, “un modo concreto de […] trascenderse en una apertura a los otros” (FT 90). En verdad, “una persona y un pueblo solo son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros” (FT 41). ¿Cómo podemos abrirnos a la hospitalidad, en este Adviento de 2020? ¿Qué haremos para vencer el miedo o el enquistamiento que no pocas veces nos encierran en nosotros mismos y en nuestros intereses, cayendo en una modorra que nos vuelve cómodos, retraídos y egoístas? ¿Dejaremos un puesto libre en nuestra mesa para el hambriento y el necesitado, que frecuentemente vemos en nuestras calles y ante el que cerramos los ojos y las manos?
Con lucidez, el papa Francisco distingue entre “una falsa apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía” (FT 145) y “una sana apertura [que] nunca atenta contra la identidad” (FT 148). Para él, “la solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales” (FT 143). En realidad, “no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos” (FT 146). “Una adecuada y auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones” (FT 151). ¿De qué modo la apertura al otro nos puede ayudar, en este Adviento de 2020, a afinar nuestra identidad humana, social y cristiana?
Dicho todo esto, Su Santidad reconoce que su propuesta evangélica de fraternidad social y de apertura universal no coincide con los valores dominantes en nuestra sociedad. “Sin duda, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas” (FT 127). ¿Sabremos encarnarnos en esta lógica novedosa que, una vez más, sale a nuestro encuentro en este Adviento de 2020? ¿Pedimos en nuestra plegaria que Dios ensanche nuestro corazón, limpie nuestros ojos y abra nuestras manos, para acoger al otro desde la fraternidad y no desde el frío cálculo o la falsa prudencia?
En definitiva, los creyentes pensamos que “una apertura al Padre de todos” es el fundamento más sólido y estable “para el llamado a la fraternidad” (FT 272). Sabemos, también, que “hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios” (FT 74). ¿Cómo podremos vivirlo de manera creíble, profunda y creativa en este Adviento de 2020?
No dejemos estas preguntas en el aire. Redoblemos nuestra oración. Entonces nos será más fácil vivir el Adviento como un tiempo para amar a todos sin rodeos ni vacilaciones.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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