Carta Pastoral del Obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez Afonso.
Queridos diocesanos:
La celebración anual del «Día de la Iglesia Diocesana» (este año el 18 de noviembre), debe reavivar en los católicos la conciencia de que pertenecemos a la Iglesia, el Pueblo de Dios que, extendido por toda la tierra y bajo la autoridad del Papa, se concentra en cada diócesis bajo la guía del Obispo propio.
Sí. Ser católico es formar parte de esta «familia espiritual» que llamamos la Iglesia, una familia que se constituye no por razones de raza, cultura o nación, sino por los vínculos que se derivan de estar todos animados por el Espíritu Santo que Dios ha infundido en nuestros corazones y que nos lleva a tener «un solo Señor, una sola fe, una solo bautismo, un solo Dios y Padre».
Como en cualquier familia natural, en la Iglesia cada uno –de acuerdo con sus posibilidades- está llamado a poner lo mejor de si mismo para el bien del conjunto de los fieles. De ese modo, todos aportan y todos se benefician. Nadie se basta a sí mismo y, lo mismo que los demás me necesitan de mi aportación, yo también necesito de servicio de los otros. Sin duda alguna, ayudando a la Iglesia ganamos todos.
La Iglesia se preocupa (y se ocupa) de las necesidades espirituales y materiales de sus hijos y, también, de quienes no están vinculados a ella y que aceptan su servicio. Esto, ni más ni menos, es lo que hace la Iglesia: preocuparse y ocuparse de las necesidades espirituales y materiales de las personas. Por eso, podemos afirmar que directa e indirectamente, con su acción espiritual y socio-caritativa, «la Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor».
Para ello se vale de sus sacerdotes, personas consagradas y seglares; de las asociaciones de fieles y los movimientos apostólicos; de las acciones pastorales educativas y catequéticas; de las celebraciones litúrgicas y de la piedad popular; del acompañamiento y atención espiritual a los enfermos; del servicio en los tanatorios; de la acción socio-caritativa hacia los más pobres; del cuidado de los ancianos y otras personas necesitadas de atención especial; del seminario y las casas de formación; de la construcción y mantenimiento de edificios para el desarrollo de todo lo anterior.
Para realizar todo esto, la Iglesia pide a sus miembros (a los que se sienten y declaran católicos) que se impliquen y participen en la vida eclesial, no contentándose sólo con ser sujetos pasivos que disfrutan de las cosas de la Iglesia, sino colaborando activamente con la oración, la dedicación personal y, también, con las aportaciones económicas necesarias el sostenimiento de la vida eclesial y para la atención a los pobres.
Ayudar a la Iglesia, colaborar con la Iglesia, es responder a la necesidad ésta tiene de medios económicos para realizar su misión. Para los católicos hacer frente a esta necesidad es un deber. Así lo dice claramente el Código de Derecho Canónico (las normas que rigen la vida interna de la Iglesia): «Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los ministros. Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes» (canon 222).
En el plano económico, la Iglesia vive y realiza su misión gracias a los donativos y donaciones que recibe. En la actual situación, de profunda crisis económica, nuestra Iglesia Diocesana –como es lógico- también se ve afectada por la escasez de recursos. Esto, no sólo dificulta el normal desarrollo de las cosas que tenemos en marcha, sino que nos impide cubrir con normalidad los débitos pendientes de proyectos anteriores. Por ello, necesitamos la ayuda de todos. Ahora, más allá de mi parroquia o proyecto concreto, toca pensar en la globalidad, ahora toca colaborar con la Iglesia Diocesana. Confío en vuestra generosidad.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense