Información desinformada

Archidiócesis de Sevilla
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Sede metropolitana de la Iglesia Católica en España, y preside la provincia eclesiástica de Sevilla, con seis diócesis sufragáneas.

Información desinformada

En la era de la información prima la desinformación. Una horda de aprendices, de aspirantes a dar «primicias» o a secundarlas, pululan por todas las redes sociales. Muchos, tal vez por desaprovechamiento en el aulas, desidia y desgana, adolecen de una formación adecuada para contribuir a crear un espíritu crítico. Todo ello se suma a la urgencia de obtener el premio a su opinión haciéndose con el mayor número de likes: otra «dictadura» que se ha hecho con grandes adeptos. Hace tiempo que las fake news son territorio de quienes han elevado su criterio personal a rango de verdad cuasi absoluta despreciando el código deontológico de la profesión periodística de la que parecen querer apropiarse. Lo peor es que una mayoría, la que a mi modo de ver es preocupante, rezuma intolerancia. Siempre el pensamiento único queriendo imponerse a toda costa. El negacionismo, sin ir más lejos, adolece de rigor y le acompaña una cierta violencia. Campañas de desprestigio y de imposición están socavando el sentido común y la responsabilidad que debería reinar en la conducta de muchos ciudadanos.

Opinión e información, como es sabido, son diferentes. ¿Se puede opinar? Naturalmente. De hecho no hay nadie que deje de posicionarse en la vida ante cuestiones que le importan. La curiosidad, la duda, el afán de saber, la búsqueda de respuestas…, todo ello forma parte de la propia existencia desde la infancia. Pero así como hay foros de opinión que afrontan temas de interés y que se basan en datos perfectamente contrastados, otros se lanzan al aire temerariamente. A la volatilidad de la noticia se añaden ideas propias sin fundamento basadas a veces en rumores que se comparten gratuitamente y se multiplican por doquier mostrando palpable insensibilidad ante los daños que acarrean. Unas se superponen a otras haciendo que ese cuerpo amasado de mentiras se convierta en patrimonio casi común. Y no es baladí, sobre todo cuando atentan contra el honor y la intimidad de otras personas, se falsean hechos y se tergiversa la realidad. Un día alguien se erige en portavoz de un colectivo al que arenga para que actué como juzga conveniente, o adopte sus puntos de vista sin rechistar, y de forma amplia se acogen fácilmente, sin reflexionar, sin ponerlos en cuarentena. Se hacen eco primordial de lo negativo y de forma escasa, cuando no nula, de lo positivo. En eso no hemos aprendido nada ni siquiera en estos meses de grave crisis mundial con la pandemia que no cesa.

Las suposiciones, los comentarios, las maledicencias…, están en la calle diríase desde que el mundo es mundo. Cristo no fue ajeno a ellos: «¿Quien dice la gente que soy yo…?». De la respuesta se deriva el calificativo que cada uno le daba. Para algunos era profeta, para otros un farsante. Hubo quienes pusieron en solfa su valía simplemente por razones de cuna: ¡Era el hijo de un carpintero! En el ideario colectivo regía la idea de que únicamente quienes tuvieran otro rango social podían destacar; nada nuevo bajo el sol. Unos cuantos arrogantes alegaban al país de procedencia: no podía salir nada bueno de él. Incluso los más atrevidos se escudaban en el hecho de que le conocían, una presuposición que habría que matizar convenientemente porque no se puede aseverar que conozcamos a alguien del todo; siempre, hasta para quienes conviven bajo el mismo techo, hay espacios íntimos, recoletos de sus congéneres, en los que no se puede entrar. Pues bien, solo uno de sus discípulos, Pedro, y siguiendo la inspiración, lo reconoció como Mesías.

Esto no es más que un simple ejemplo de esa costumbre que va serpenteando la sociedad de cada época donde las opiniones de algunos persiguen apropiarse de las del resto de compatriotas. Actualmente, quienes tienen en sus manos este poder se aprovechan de ciertos medios para proyectar sombras en los más débiles. Sin embargo, como decía Tagore: «La verdad no está de parte de quien grite más».

Isabel Orellana Vilches

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