Lunes de la sexta semana de Pascua.
Algunos imponderables han impedido que en los primeros días de mayo haya dedicado un comentario al 1 de mayo, fiesta del trabajo, algo que importa mucho a la Iglesia por ser consustancial al ser humano, camino de realización de la persona y condición inexcusable para el bienestar y la felicidad de las familias y de la sociedad. Muchos son los retos a los que deben hacer frente hoy los trabajadores: el desempleo que va a aumentar grandemente en los próximos meses, los salarios insuficientes, los horarios excesivos, la dificultad para compatibilizar la vida laboral y familiar, etc., problemas que mellan la dignidad de la persona y generan exclusión social y pobreza.
En la encíclica Laborem exercens nos decía nuestro querido y recordado papa Juan Pablo II, que “la Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los trabajadores, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos”.
Jesús, el Hijo de Dios, dignifica el trabajo. En el taller de Nazaret trabaja con sus manos. Desde allí predica el «Evangelio del trabajo», camino de santificación, fuente de energía sobrenatural para nosotros y para la Iglesia si lo ofrecemos al Señor como hostia viva (Rom 12,1).
El trabajo tiene también un profundo sentido humanizador, es camino de realización personal y de autoestima; es además camino de servicio a la sociedad, escuela de valores como la colaboración, la ayuda mutua y la participación, que no pueden disfrutar aquellos que carecen de trabajo o carecen de un trabajo decente. Con la Doctrina Social de la Iglesia, os recuerdo a todos la dignidad suprema de la persona, imagen de Dios, y sus derechos inalienables, y la primacía del trabajo sobre el capital, el lucro o el beneficio.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla