Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.
Queridos hermanos y hermanas:
Entre los días 18 y 25 de enero, los católicos de todo el mundo y también nuestros hermanos de las demás iglesias y comunidades eclesiales cristianas estamos celebrando la Semana de Oraciones por la Unidad. En estos días volvemos sobre el drama de nuestras rupturas y divisiones, algo que está en contradicción con la positiva voluntad de Cristo, que en la víspera de su Pasión, pide al Padre que su Iglesia sea una para que el mundo crea (Jn 17,21).
La oración es el alma de toda pastoral. También de la pastoral ecuménica. De ello eran ya conscientes los iniciadores del Movimiento Ecuménico en las últimas décadas del siglo XIX. Lo fue también el Concilio Vaticano II, que tanto insistió en el ecumenismo espiritual, es decir en la oración, la penitencia y la mortificación ofrecidas por causa de la unidad. De ello estamos convencidos hoy todos los cristianos. La oración es absolutamente necesaria para que Dios obre el milagro de la unidad y de la plena comunión. Además del diálogo doctrinal entre las distintas confesiones, de las relaciones institucionales y de la colaboración fraterna en los más diversos campos, la mayor y mejor contribución que los cristianos podemos prestar a la restauración de la unidad es la oración al Padre, siguiendo el ejemplo de Jesús.
La plena unidad de los cristianos no es sólo un problema. Si así fuera, se resolvería en un plazo más o menos breve. Es un misterio, cuya solución está en las manos de Dios; y es un don, algo que llegará cuando Dios quiera y por los medios que Él tenga establecidos. Nos lo sugiere el lema elegido para ese año: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” (cf. 1 Co 15,51-58). Y porque es una victoria de Dios, hay que pedir al Señor que llegue pronto esa victoria, lo que no excluye el trabajo ecuménico en otros campos y por otras vías. Oración y ecumenismo son dos realidades estrechamente ligadas. La oración, junto con la conversión del corazón de todos los cristianos a nuestro único Señor, es el único camino viable hacia la unidad. Sin ella, el ecumenismo será agitación estéril.
La oración por la unidad tiene una inequívoca dimensión misionera. Las rupturas históricas de la unidad de la Iglesia, todavía vigentes por desgracia, son un freno a la evangelización, pues el mundo sólo creará en Cristo si los cristianos somos uno. En consecuencia, nuestras parroquias y comunidades han de multiplicar las ocasiones en que los fieles, reunidos en Cenáculo espiritual, encomendemos a nuestro único Señor la causa de la restauración de la unidad, un tema mayor en esta hora de la Iglesia y del mundo. La Iglesia nos sugiere como fechas más aptas, además de la Semana que estamos celebrando, la solemnidad de la Epifanía del Señor, el Jueves y Viernes Santo, la Pascua de Resurrección y la semana previa a Pentecostés, sin olvidar aquellas oportunidades que nos brinda la celebración de asambleas o acontecimientos ecuménicos. En ocasiones, será aleccionador y provechoso orar junto con nuestros hermanos de otras confesiones cristianas. De cualquier forma, la oración por la unidad debe impregnar de modo permanente la piedad personal de todo buen católico, del mismo modo que el compromiso ecuménico debe formar parte de la pastoral ordinaria de nuestras comunidades y parroquias.
Nuestra oración por la unidad debe ser en primer lugar contemplativa, centrada en el misterio trinitario, principio y modelo de la unidad de la Iglesia. Debe ser también gozosa y dolorida, penetrada de alegría por lo mucho que nos une con los otros cristianos, y también del dolor que nace de comprobar nuestras divisiones, que son piedra de escándalo y obstáculo para el anuncio del Evangelio. Debe ser además penitencial, como signo de arrepentimiento por las culpas que a cada uno nos corresponden en las rupturas de la unidad, porque aunque los cristianos de hoy no seamos responsables directos de las divisiones históricas, no es menos cierto que sí lo somos de la unidad no lograda, por nuestras omisiones, indiferencias, autosuficiencia, ignorancia y despreocupación y, sobre todo, por nuestros pecados, el verdadero cáncer de la unidad, pues disminuyen el caudal de caridad del Cuerpo Místico de Jesucristo, retrasando así la hora de la plena comunión.
Nuestra oración debe ser también humilde, pues la unidad sobrepasa todas nuestras capacidades. Sólo Dios nos la puede conceder. Por ello, hemos de pedírsela despojados de toda autosuficiencia. “La humildad –ha escrito un gran ecumenista español- es el calzado de quien quiera andar con dignidad el camino que lleva a la unión”. Nuestra oración por la unidad debe ser, por fin, confiada. Se necesita mucha fe para creer que llegará el día de la plena comunión de todos los cristianos. Pero ese día llegará, porque Jesús así se lo pidió al Padre, y la oración del Señor es absolutamente eficaz.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla