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“Tengo la ilusión de renovar el sí de la primera llamada”

Después de ofrecerse para ir de voluntario a la misión diocesana de Picota, el Obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, lo recibió con palabras sencillas: “ha llegado el momento de que el Obispo te envíe a la misión: aprovéchalo para disfrutarlo”. Ahora, a pocas horas de su partida, agradece el encargo pastoral y quiere ser canal e instrumento de “todo lo que el Señor quiera darme”. En este viaje deja atrás once años y medio de sacerdocio entregados a la Parroquia de Santa Teresa de Ávila, donde su despedida se ha convertido en una profunda manifestación de comunión y compromiso con la Iglesia de Córdoba. La comunidad parroquial ha asumido la misión de Picota como algo suyo y, en una cuestación espontánea, ha reunido recursos para las necesidades de allí

Antonio Reyes está dispuesto a desgastar la vida para seguir anunciando el Evangelio, esa vida plena de sentido que entiende como un regalo. Cambia el asfalto por la tierra, el espacio urbano por la selva amazónica, pero no cambia su amor a Cristo. Sigue creciendo. Se siente impulsado al reinicio, a respirar el aroma de la vocación otra vez recién nacida. Se ofrece nuevamente a acompañar nuevas miradas en busca de Dios.

Misionero voluntario

Al conocer su nombramiento le surgieron sentimientos muy encontrados que no tardó en conciliar. Quien lo conoce bien sabía de su deseo, de su inquietud y de su ilusión. Fue una noticia que lo llenó de gratitud al Señor porque acariciaba un sueño que ahora se materializa, “el anhelo que hay en el corazón, que siempre ha estado ahí”. El día en que el Obispo de Córdoba le comunicó que su nuevo destino pastoral sería en la misión Diocesana de Picota culminó un anhelo y él abrió su propia interrogante: “¿de verdad yo soy el que la Iglesia de Córdoba envía a la Parroquia de Córdoba que está en la selva amazónica de Perú?”.

El regalo de una nueva experiencia sacerdotal y el “desgarro” de dejar atrás un universo de afectos trenzados en una vida dedicada a la atención y al cuidado espiritual de miles de feligreses pronto tomó un sentido: “junto a Ti, buscaré otro mar”. Ha sido el alma de la parroquia de Santa Teresa durante casi doce años. Allí encontró “sacerdotes que me han hecho mucho bien y una feligresía buenísima”. Ahora, en su despedida, le ofrecen lo que han recibido: la alegría por la misión que le espera, la ayuda y las lágrimas ante el inminente adiós. Ellos, junto a los fieles de otras parroquias de Córdoba, o los de las aldeas de Fuente Obejuna, la Victoria o San Sebastián de los Ballesteros están muy presentes en el momento de su partida a Perú. “Sé que para ellos es un desagarro”, asegura el sacerdote que encontró en Ciudad Jardín una porción del pueblo de Dios con la que pronto estrechó lazos y trabó amistades, “como un tatuaje” que lo acompañan en este viaje a Picota, aun cuando asegura no saber “si he dejado en ellos la impronta del Evangelio, pero Ciudad Jardín si forma parte de lo que soy”. Su desgarro por la separación de su comunidad parroquial de Santa Teresa y por no tener cerca a sus padres, -que aceptan la misión con ilusión y respeto-, pronto se vio enjugado porque en su familia le han dicho que “siempre me apoyarán en aquello que es tu vocación, nos cueste más o nos cueste menos”. Son ejemplares, dice con orgullo, “aunque a veces los he sorprendido llorando.”

La sorpresa por el anuncio de su marcha no pudo estar por encima de una llamada “que solo la entiende quien la recibe” y cuando su vida sacerdotal toma un rumbo nuevo, se remite a los primeros años de la infancia cuando con cinco años escuchó por primea vez “Pescador de Hombres”. Tras 21 años de ordenación podría haber expandido su labor pastoral en el ambiente urbano lleno de “otras pobrezas”, pero cómodo y confortable, sin embargo, ha preferido el despojo y seguir al Señor que pasa por la orilla de su vida y le dice “ahora tienes que dejar esas redes y junto a mí buscar otro mar”. Esta certeza ilumina su camino porque sabe que “el único pastor es Él “. Se reafirma seguro de ser “solo instrumento” y ahora se siente amado para vivir su sacerdocio de manera diferente.


Vocación renovada

Antonio Javier Reyes afronta la misión diocesana con la ilusión de renovar la vocación primera, aunque insiste en que “mi “sí” es muy pequeño”. Despojándose de lo vivido, de lo encontrado a la luz de Cristo se siente renovado con esta nueva misión que lo aleja de las prisas para “descubrir la presencia de Cristo en los más pobres”. Pide grandeza de corazón para ir “donde Tú quieras, Señor, sin atarme a nada, si tiene que ser andando, fatigándose y sin recursos, que así sea”.

Desde Picota seguirá pidiendo por su familia de la fe de Santa Teresa y cruzando el Atlántico le esperan otras miradas, otras necesidades y otras pobrezas. A los habitantes de la misión de Picota ya los adivina porque “hay que poner la mano en el arado, mirar hacia delante” y llenarse de esperanza para ser un niño que crece. A sus nuevos feligreses en Picota, este párroco no tendrá que enseñarles que son parte de la diócesis de Córdoba porque ya la sienten como propia. En una extensión a lo largo de los 115 núcleos a lo largo y ancho de esta provincia de las diez que forman el departamento de San Martín, todos saben que hay una diócesis de presencia material y espiritual que sienten como suya. Para el sacerdote esa “es la grandeza de la Iglesia de Córdoba que tiene una extensión en Picota”.

Allí esperan al nuevo sacerdote que junto a Rafael Prados dirigirá la misión. Ya están en sus oraciones los que habitan en las alturas de la selva amazónica o los que están en Shamboyacu, también los habitantes de San Hilarión. El sentimiento de separación de los fieles de Santa Teresa se enjuga en la ilusión de este nuevo encuentro, pide que nada ponga en penumbra este momento y, con la frescura del amor primero, espera celebrar en tierras peruanas sus bodas de plata sacerdotales.


Misión en plena pandemia

En breve, este sacerdote cambiará el asfalto por la tierra, el paisaje urbano de Córdoba por el de la selva amazónica. Ante el contraste que le espera, reflexiona y se pregunta qué mundo es más pobre, “si el mundo que tiene de todo o el carece de lo imprescindible o aquellos que aun careciendo de lo imprescindible tienen el corazón centrado en lo importante”. Antonio Reyes subraya la distancia cultural y de modo de vida que le aguarda mientras retiene los consejos que otros sacerdotes cordobeses que le precedieron en la misión. En plena crisis sanitaria los objetivos de asistencia espiritual se redoblan, está dispuesto a ello mientras acude a la confianza que le otorga el testigo de quienes le precedieron en la misión. Todos le han confirmado que “vas a disfrutar como sacerdote mucho”. Le esperan celebraciones más sencillas, más pausadas, tan auténticas como las nuestras pero vividas en la profundidad “que a nosotros nos da miedo”. El sacerdote cita a los precursores de la misión, hermanos sacerdotes como Leopoldo Rivero, Francisco Granados o Juan Ropero que han compartido con él la grandeza del tiempo que está por venir, lleno de testimonios audaces que “me harán vibrar ante la grandeza de nuestro ministerio, todo ello siendo Iglesia”.


La dureza de la despedida

Muchas miradas se han cruzado con la de Antonio Reyes desde que se conoció su nuevo destino. Algunas han desbordado su emoción. Como la de los jóvenes de su parroquia que al saber de su marcha hicieron un libro de fotos juntos, de tantas cosas vividas “porque se sienten orgulloso de que algo suyo diga sí”. Uno de ellos le dijo que le dolía que se fuese, pero “que lo hagas significa para mí una pregunta: ¿y tú a que esperas para decirme sÍ? “. Estas palabras evocadas ahora dejan abierta la huella de quienes quieren seguirlo en su amor a Cristo y la Iglesia.

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