Veinticinco y cincuenta años de amor a Dios

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Veinticinco y cincuenta años de amor a Dios

Veinticinco y cincuenta años de sacerdocio, de un ‘sí’ a una llamada que permanece viva en los corazones de los doce presbíteros que este año cumplen sus Bodas de Plata sacerdotales, y de los cinco que cumplen sus Bodas de Oro

Monseñor Demetrio Fernández, Antonio Murillo, Ramón Martínez, Manuel Pérez Moya y Marcelino Priego celebran este año cincuenta años de su ordenación sacerdotal.

Jesús Joaquín Corredor Caballero, Jesús Poyato Varo, Domingo Prados Romero, Antonio Javier Reyes Guerrero, Fernando Martín Gómez, Fernando Arrocha Duarte, S.J., Alfonso Rodríguez Ortega, Carmelo María Santana Santana, José Luis Borja Botia, José Machado Rodríguez, André Bernard Missengue Missengue y Antonio Schlatter Navarro celebran este año veinticinco años de un regalo que, muchos de ellos, consideran “inmerecido”, después de toda la gracia derramada por el Señor sobre su persona.

“No me he acostumbrado a traer a Jesucristo cada día a mis manos”

Monseñor Demetrio Fernández

El 22 de diciembre de 1974 recibió la ordenación sacerdotal monseñor Demetrio Fernández, cincuenta años después, el Obispo asegura que son “experiencias inolvidables y ésta ciertamente era como el comienzo de una etapa en mi vida que había soñado y que se convertía en realidad”. Al recordarlo el prelado sólo siente “dar gracias a Dios, porque realmente fue como un impulso enorme que dura para toda mi vida y hasta la eternidad”.

Los cincuenta años de ministerio sacerdotal son difíciles de “resumir en pocas palabras”, ha confesado monseñor Demetrio Fernández, quien cree que “el punto más fuerte ha sido poder traer a Jesucristo cada día a mis manos como sacerdote”. “No me he acostumbrado” ha asegurado y “me supone y me causa siempre admiración, estupor y temblor incluso”. En todos estos años ha podido acompañar y a ayudar a niños, jóvenes y adultos, a los que ha hecho el bien y le han hecho a él sacerdote en la práctica.

Después de cincuenta años como sacerdote “espero la serenidad de contar y de profundizar en el amor de Jesucristo que me ama sin medida”. El Obispo asegura no haber llegado “al fondo de ese amor que me tiene, ni tampoco en la respuesta mía a Él”. D. Demetrio espera vivir con las tareas que le encomiendan, y quizá dentro de poco tiempo, “ya sin compromisos ni obligaciones”. Desea vivir y saborear serenamente un amor que “me ha sostenido y que me ha hecho persona, que me ha divinizado, que me ha hecho sacerdote, que me ha hecho disponible para los demás”. El prelado espera saborear eso en la paz, en la serenidad de la última etapa de su vida, porque “el amor que Jesucristo me ha prometido no tiene fin, no se acaba”.

 

“Sigo teniendo por delante la aventura de Dios”

Antonio Murillo

Recuerdo el día de mi ordenación sacerdotal con “muchísima alegría porque estaba deseando que me ordenaran”. Fue un día de gracia del Señor, yo estaba feliz porque siempre tuve vocación de cura. En estos cincuenta años “el Señor ha sido muy bueno conmigo y me acojo a su misericordia”. Antonio presume de la buena relación que mantiene con sus “hermanos sacerdotes” que se ordenaron el mismo año que él. Siguen teniendo buenas relaciones y se ha sentido siempre “muy acompañado y querido” por ellos.

Por delante sigue teniendo “la aventura de Dios”, de la que sigue esperando “maravillas” como las que ha vivido de aquí para atrás.

 

“Tengo una gran paz en el corazón”

Manuel Pérez Moya

La ordenación de Manuel Pérez Moya fue en Hornachuelos y la recuerda como “una experiencia muy hermosa” porque pudo estar acompañado de familiares y amigos y tuvieron la oportunidad de acompañarle los vecinos de la localidad. Confiesa que sentía la vocación al sacerdocio desde niño y que a lo largo de estos cincuenta años lo que ha intentado siempre ha sido “servir y hacer el bien a todo el mundo”, asumiendo “el legado de Jesucristo”.

En las distintas etapas de su ministerio, la Iglesia ha puesto a Manuel a servir “a la comunidad de Córdoba” y en cada una ha pretendido a amar y perdonar. Ha confesado que tiene “una gran paz en el corazón” porque ha intentado hacer siempre el bien a los demás. Espera a partir de ahora, en los años que le quedan por delante, “poder amar más a Dios”.

 

“El cariño recibido ha mantenido mi fidelidad”

Ramón Martínez

Recuerda que sintió la llamada al sacerdocio desde la infancia y que el día de su ordenación fue el más importante de su vida, porque después de catorce años de formación llegaba “a la meta”. Sintió ese día la responsabilidad de comprometerse a llevar a Dios a los hombres y viceversa.

El balance que hace Ramón de estos cincuenta años es “positivo” por el don del orden y por la confianza de la Iglesia de confiarle el servicio del ministerio, a través del cual se han acercado las personas a Dios y se han sentido consoladas. Agradece “el respeto y cariño” que ha recibido estos años, que le han dado fuerza para mantener “mi fidelidad a pesar de mis debilidades”.

Ramón espera, a partir de ahora, seguir siendo capaz de mantener el ánimo para seguir siendo útil en la viña del Señor y cuando las circunstancias lo obliguen lo hará desde la oración.

 

 “Ser sacerdote es una locura de amor desproporcionada de Dios”

Antonio J. Reyes Guerrero

Recuerdo el día de mi ordenación como un día lleno de emociones, sobre todo porque se culminaba ese don en el que uno se siente sobrepasado. Lo recuerdo como un día de mucha confianza, donde comenzaba esa historia de una especial intimidad, mucho más vinculada a la persona de Jesucristo, que me asociaba inmerecidamente a su sacerdocio. Y lo recuerdo como un día lleno de ternura entrañable por parte de Dios, que depositaba en mí una gran confianza, sabiéndome completamente indigno.

Si tengo que hacer balance de estos veinticinco años, lo único que puedo decir es que estoy muy agradecido por las oportunidades que la Divina Providencia me ha mostrado, por los regalos de pueblo y de personas, de parroquias por las que he ido pasando, de los distintos y diferentes ministerios que me ha tocado también ejercer, bien en Roma o bien en pueblos como la Victoria y San Sebastián de los Ballesteros, en parroquias de la capital, como San Juan de Ávila, Virgen de Fátima o San José y Espíritu Santo, y por último, los años de Santa Teresa, pero sobre todo estos últimos cuatro años en Picota.

Lo único que tengo que expresar una gratitud infinita por el don desproporcionado de Dios.

No es la historia de ningún superhéroe, sino que es la historia agradecida de un sacerdote que me he sentido inmensamente instrumento en las manos de Dios. Solo espero no haber defraudado mucho las expectativas que el Señor tenía en mi vida.

A la hora de hacer balance, quizás miro con pena las oportunidades que he desaprovechado para crecer mucho más, no en la intimidad del Señor o en la entrega, o por las veces que mis pecados han oscurecido también esa transparencia que debe de ser el sacerdote. Y pido perdón, pero sobre todo miro al Señor y renuevo el sí.

¡Esto de ser sacerdote es una locura, pero una locura de amor desproporcionada de Dios por los hombres!

 

“Pido que el Señor me siga sosteniendo y me fortalezca para entregarme a Él”

Jesús Poyato Varo

Recuerdo el día de mi ordenación, el 26 de junio de 1999, con inmensa emoción y con mucha alegría. Es un momento especial que tengo grabado en el corazón y lo recuerdo como si fuese ayer, aunque ya han pasado 25 años. Fue para mí un regalo inmerecido del Señor. Durante estos años he visto de manera clara la mano del Señor que me ha ido acompañando en todo momento.

Todo lo pongo bajo su misericordia, y le pido perdón por mi falta de correspondencia a tanta gracia que ha derrochado en mí.

Con profundo sentimiento de gratitud por este don del sacerdocio recibido, pido que el Señor me siga sosteniendo y me fortalezca para entregarme a Él y a su Iglesia con todo mi ser.

 

“El Señor es muy grande y su misericordia se hace actual cada día”

Jesús Joaquín Corredor Caballero

Mi experiencia de estos 25 años es que el Señor tiene mucha paciencia conmigo y, por eso, ha mantenido mi fidelidad. Es todo un honor servir a Jesucristo y a los demás como sacerdote. Por mi parte, allí donde me ha enviado el Obispo he encontrado gente buena que colabora con los sacerdotes, que ayudan, que están ahí y gente que necesita de Dios, incluso cuando ellos no lo saben. El Señor es muy grande y su misericordia se hace actual cada día.

Recuerdo los primeros días de cuando me ordené y fue precioso todo, la experiencia de confesar, de perdonar el pecado, de bendecir a las personas, medallas, cruces, etc. También recuerdo con especial cariño mi primera misa y cómo mi pueblo se volcó llenando las calles de frases del Evangelio. Me habían visto crecer desde niño, todos los días en la parroquia como monaguillo, pero aquello no era una fiesta por mí, sino algo más trascendental, significaba el sacerdote en medio de la comunidad. Y la verdad que son recuerdos y experiencias muy bonitas.

Ya hace 25 años que le di mi voluntad al Señor y le doy gracias por todo ello.

 

“Lo más satisfactorio en mi vida ha sido llevar a Dios a las personas y entrar en sus corazones”

Fernando Martín Gómez

 

El día de mi ordenación lo recuerdo en primer lugar con los nervios propios del momento, aunque fueron más los días anteriores a la ordenación, en que uno se siente indigno del ministerio que va a recibir.

En la celebración, sentí realmente la fuerza del Espíritu Santo que te da ese don tan inmerecido y gratuitamente, que es el de poder ser otro Cristo, con el gozo de saber que a partir de ese día iba a poder celebrar la Eucaristía, que para un sacerdote es lo más grande, más que cualquier otra cosa.

El ministerio sacerdotal, en todos los ámbitos pastorales, es un gozo y la Eucaristía es el culmen de la vida del sacerdote y de todo cristiano, pero sobre todo del sacerdote que se une a Cristo de una manera única.

En estos 25 años, mi apostolado y mi misión pastoral he querido orientarla siempre en ese sentido, en que el pueblo de Dios se encontrara con el Señor. Para mí ha sido lo más satisfactorio de todos estos años, que haya habido personas que se han acercado a decirme que les he llevado al Señor.

Han sido años en que he podido comprobar, en primer lugar, la misericordia de Dios para mí, su paciencia ante mis debilidades, ante mis errores, ante mis fallas, ante mis carencias. El Señor siempre ha sido el que me ha dado la fuerza para seguir adelante y su providencia.

Sientes que el pueblo de Dios quiere a su sacerdote a pesar de todo, a pesar de las luchas que tenemos todos y cómo cuidan de ti. Y en momentos difíciles, el Señor nunca, nunca te abandona, sino al contrario. Yo he comprobado en mi vida su poder, su misericordia, su providencia y tantos momentos maravillosos en los que él ha confirmado mi vocación, me ha reforzado en los momentos de crisis, me ha ayudado a seguir adelante sin mirar atrás.

Cuando alguien me dice: “rezo por ti”, para mí es un regalo que aprecio más que cualquier otra cosa.

Hay a personas que, gracias a tu ministerio, pueden decir que se han encontrado con Jesús y han conocido el amor de Dios. También, personas en las que Jesús ha derramado su gracia a través de la Eucaristía y eso ha sido para mí ha sido lo más fundamental, llevar a todos a Jesús en la Eucaristía. Ese ha sido mi esfuerzo, ese ha sido mi afán, y vivir esa presencia real, que todos vivan y comprendan y experimenten que Jesús desde la Eucaristía derrama gracias abundantes, que sin la Eucaristía no se puede vivir, que sea adorada, que sea reverenciada. Y si yo he logrado dejar esa huella en los corazones, esa es mi mayor alegría.

En los próximos años, lo único que espero es ser fiel al Señor y perseverar. Ser fiel a su llamada y estar cada día más cerca de Él.

“Mis años de sacerdocio han sido un ir descubriendo la misericordia de Dios”

Alfonso Rodríguez Ortega

Recuerdo el día de mi ordenación con mucho nervio, mucha inquietud, una preocupación grande de saber si yo podría estar a la altura del ministerio, pero con una felicidad inmensa, rodeado de la familia, de los amigos, sacerdotes, seminaristas, y entrando ya en una etapa nueva en mi vida, en mi vida que ya está llegando al ocaso. Ya estoy yo en edad de haber hecho las bodas de oro y casi las de diamantes. Mi ordenación fue a los 62 años, pero me siento muy feliz. Siempre he estado rodeado de todo el cariño de la gente, de los amigos de toda la vida y los de fuera.

Mis años de sacerdocio han sido un ir descubriendo la misericordia de Dios, el amor de Dios. Desde el primer momento sentí la gracia sacramental del orden sacerdotal. Recuerdo que cuando me pidieron confesión dos amigas el día de mi primera misa en la parroquia de Santa Marina de Fernán Núñez, me quedé perplejo porque eran mis amigas de siempre, pero las confesé y descubrí que mi mirada había cambiado. Mi mirada era ya una mirada de misericordia, de cariño, de reconciliación. Y luego, a lo largo del tiempo se ha ido confirmando que cada vez que hay un encuentro con una persona que viene para recibir el sacramento de la penitencia, me descalzo porque el terreno que piso está agarrado.

Luego, a nivel de la convivencia, he procurado siempre querer a la gente y dejarme querer, porque donde hay amor, allí está Dios.

A nivel de lo que es el apostolado, por la edad a la que me ordené no pude meterme en tantas cosas como hacen los sacerdotes jóvenes, pero reconozco que el Señor ha mantenido en mí la ilusión, la paz interior y la alegría profunda de sentirme útil para los demás, transmitiendo y haciendo presente a Jesucristo. Y esa presencia real en la vida se transmite a través de la Eucaristía.

Me siento muy feliz a mis 87 años de servir al Señor y espero la vida eterna, confiando siempre en la misericordia de Dios.

 

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