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«Sueño con que La Palmilla sea un barrio tan digno como cualquiera»

La religiosa Dolores García Moreno (Albacete, 1929) celebra en La Palmilla su 90 cumpleaños. Es de la Congregación de Misioneras Cruzadas de la Iglesia y llegó a Málaga en 1973 para echar a andar el colegio religioso del mismo nombre que ayuda a elevar la dignidad de los niños y niñas que allí estudian y de sus familias.

«La gente habla mal de La Palmilla, pero yo les preguntaría: «¿tú has estado?»»
¿Cómo se siente siendo nonagenaria?
En mi caso, es motivo de acción de gracias al Señor por haber llegado hasta aquí, ¡y con buen ánimo! Si le soy sincera, no me lo creo. En el colegio me hicieron una fiesta sorpresa y fue un día muy emotivo, de recibir mucho cariño. A veces pienso: «¿estaré engañando a la gente para que me quiera tanto?”. Pero como yo los quiero tanto como ellos a mí, me consuelo (ríe).

¿Cómo empezó su vocación?
Siempre sentí la necesidad de hacer algo por los demás, y mi ilusión era irme a Latinoamérica, pero mi situación familiar lo impidió. Por eso, cuando me destinaron a un barrio con estas necesidades, de tanta exclusión, fue para mí la realización de mi misión.

¿Cómo llegó a Málaga?
Llegué en 1962 sin conocerla apenas. Primero estuve muchos años en Carranque, en la Escuela de Formación Profesional Santa María de los Ángeles, que luego fue cooperativa de mujeres, y donde entregué muchos años y esfuerzos. Pero llegó el momento en el que la comunidad se vino a vivir a La Palmilla y esta misión fue la que me cautivó. Aquello que soñaba hacer fuera de España, lo he hecho aquí, entre los que se sienten descartados por la sociedad.

Estuvo en los inicios del colegio de las Misioneras.
Nuestro deseo era hacer otro centro de formación profesional, y el por entonces obispo de Málaga, D. Ángel Suquía, nos invitó a venir a La Palmilla. Pero cuando llegamos, vimos que lo que necesitaba el barrio era un colegio. Este era el lugar que nuestra fundadora, santa Nazaria Ignacia, soñaba. Y aquí vivo cada día el reto que ella nos inculcaba: «elevar la dignidad del pueblo». Nuestro sueño es que La Palmilla sea un barrio con la misma dignidad que todos los demás. Con ese objetivo empezamos a trabajar, nació el colegio y ese mismo objetivo guía ahora al equipo que compone la comunidad educativa.

Y usted, ¿sigue activa?
Bueno, yo digo que trabajo el cien por cien del diez por ciento que tengo ya (ríe). Nunca he dado clase en el colegio, pero nuestra vocación es que el centro no se limite a sus cuatro paredes, sino que sea el barrio, la parroquia… Y en esto he colaborado siempre: en Cáritas, en la asociación de vecinos del barrio, en el Plan Integral que hubo hace años y en el actual…

¿Qué ha cambiado en estos años?
El colegio ha crecido mucho. Nosotras empezamos con mucha pobreza, con muy poquitos medios, pero ahora se consiguen muchos avances y los niños aprenden con los métodos más innovadores. Y en el barrio hay mucha gente trabajando, junto a los servicios sociales y muchos profesionales, para sacar adelante esta periferia de Málaga. El problema es que los que se promocionan, se van, no se quieren quedar aquí. Para mí es un barrio como los demás, pero Málaga lo tiene marginado. La gente habla mal de La Palmilla, pero yo les preguntaría: «¿tú has estado?» Nosotras somos vecinas desde hace décadas y nunca, nunca nos ha pasado nada.

¿Qué le aporta vivir con los que son descartados por la sociedad?
Lo único que quiero y he querido siempre es estar como ellos, vivir como ellos, sin privilegios. Así ha sido siempre. Vinimos a vivir aquí como unas vecinas más, en suma pobreza. Cuando cortaban el agua, la cortaban para todos; andábamos caminos por los que no se podía transitar y cuando el arroyo venía lleno de agua, cruzábamos por unas tablas que ponían los niños. Pero soy feliz. No me cambio por nadie. Si volviera al año 73, que es cuando se inauguró el colegio, volvería a hacer lo mismo que hice, aunque con la experiencia, seguramente lo haría un poquito mejor.

¿Qué le puede quedar por delante?
Lo que Dios quiera. Deseo seguir en la entrega a pleno rendimiento. Me siguen doliendo los sufrimientos de los demás, pero lo vivo con paz y con el deseo de compartirlo con ellos, que no se sientan solos, que sepan que estamos a su lado. Si Dios es el que da sentido a mi vida, Jesucristo es quien me está enseñando el camino que intento seguir a pesar de mis fallos. Me gustaría que la gente conociera al Dios misericordioso que nos ama. La gente del barrio es sencilla. En el fondo, confían en Dios; muchos a través de la imagen del Cautivo, porque ellos también se sienten cautivos y desean salir de ello. Buscan la paz.

Ana María Medina

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