INTRODUCCIÓN
El texto que ofrecemos recoge el pensamiento de los obispos de la región sobre la formación de los futuros sacerdotes. Es el resultado de varios encuentros episcopales, con aportaciones de los formadores de los seminarios y de los propios seminaristas.
Tras la puesta al día exigida por las orientaciones y doctrina del Concilio, y con la perspectiva de diez años de experiencias en la búsqueda de nuevos cauces de formación sacerdotal, se imponía este momento de reflexión.
La vida de los seminarios ha experimentado un alto grado de evolución en los últimos años. La concentración en los centros regionales de estudio, la adaptación de los planes de estudio de los seminarios menores al bachillerato oficial, la formación de pequeñas comunidades… reflejan claramente este fenómeno.
Se presentan también nuevas situaciones entre los aspirantes al sacerdocio, bien sean jóvenes o adultos con un trabajo profesional que desean simultanear con los estudios teológicos, bien sean adolescente cuya cocción sigue cultivándose dentro del ámbito familiar.
Las notas que ahora ofrecemos los obispos son sólo puntos para una reflexión abierta que permita perfeccionar la formación de nuestros seminarios, teniendo en cuenta las repercusiones sobre la vida y la figura del sacerdote, provocadas por el momento histórico que vive hoy nuestra región.
Esta reflexión se verá muy pronto enriquecida por las directrices que tiene en preparación la Conferencia Episcopal Española. Las hacemos nuestras desde ahora y os las recomendamos vivamente.
El presente folleto, en edición familiar y privada, aspira a ser un instrumento vivo de trabajo en manos de formadores, alumnos y sacerdotes, abierto a perfeccionamientos ulteriores que señale el Magisterio de la Iglesia o aconseje nuestra experiencia.
PRIMERA PARTE
LA FIGURA DEL SACERDOTE QUE QUIERE LA IGLESIA, META DEL SEMINARIO
1. LO QUE DICEN LOS DOCUMENTOS
No es necesario reproducir aquí, ni siguiera sintéticamente, todo lo que los documentos conciliares –Lumen, Pentium, Presbyteroroum ordinis, Optatam totius– dicen de de la figura del sacerdote.
Fijándonos sólo en sus rasgos fundamentales, hemos de partir del concepto de misión tal como lo ofrece la doctrina de la Iglesia.
«El Señor Jesús, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10, 36), hace partícipe a todo su Cuerpo místico de la unción del Espíritu Santo con que Él fue ungido… no se da, por tanto, miembro alguno que no tenga parte de la misión de Cristo… Ahora bien, el mismo Señor… de entre los fieles mismos instituyó a algunos por ministros, que en la sociedad de los creyentes poseyeran la sagrada potestad del orden. Así, pues, enviados los apóstoles como Él fuera enviado por su Padre, Cristo, por medio de los mismos apóstoles, hizo partícipes de su propia consagración y misión a los sucesores de aquéllos, que son los obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbíteros, a fin de que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran cooperadores del orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo» (PO 2).
«Tomados de entre los hombres constituidos a favor de los hombres… conviven, como hermanos, con los otros hombres… Los presbíteros son en realidad segregados en cierto modo en el seno del pueblo de Dios, pero no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los asume. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos». (PO 3).
De estas enseñanzas doctrinales emanan los siguientes principios orientadores sobre los presbíteros y sobre los seminarios mayores, que consideramos conveniente destacar:
1.1. Sobre los presbíteros
Los «presbíteros, consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote» (LG 28), son asimilados a Cristo-Cabeza y promovidos «para servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se constituye constantemente en este mundo Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo» (PO 1).
«El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función, de entre los mismos fieles instituyó a algunos como ministros, que, en la sociedad de los creyentes, poseyeran la sagrada potestad del orden» (PO 2).
«Para congregar al Pueblo de Dios fueron sellados por la unción del Espíritu Santo y configurados con Cristo Sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo-Cabeza», mediante la predicación del Evangelio, la celebración del Eucaristía y de los demás sacramentos y la potestad espiritual recibida «que ciertamente se da para edificación» (PO 4 y 6).
Junto con los obispos participan del mismo y único sacerdocio de Cristo, están jerárquicamente unidos a ellos, como «necesarios colaboradores y consejeros suyos» (PO 7) y les representan «en cada una de las congregaciones de fieles» (LG 28).
Por la misma unidad de consagración «están todos unidos entre sí por la íntima fraternidad sacerdotal» (LG 28), manifestación de la «unidad con que Cristo quiso que fueran consumados para que conozca el mundo que el Hijo fue enviado por el Padre» (PO 8).
1.2. Sobre los seminarios mayores
«Los seminarios mayores son necesarios para la formación sacerdotal. En ellos toda la formación sacerdotal. En ellos toda la educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de almas, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote, Pastor». De ahí que debe prepararlos para el ministerio de la palabra, para el ministerio del culto y la santificación y para el ministerio del servicio (OT 4).
«Para que haya en realidad un seminario… se necesitan estos elementos: una comunidad imbuida de un verdadero espíritu de caridad, abierta a las necesidades del mundo de hoy y ordenada a la manera de un cuerpo, es decir, en que la autoridad del legítimo moderador se ejerza eficazmente de corazón y según el ejemplo de Cristo y en que, con la colaboración de todos, se fomente de verdad la madurez humana y cristiana de los alumnos; la posibilidad de iniciar experiencias acerca de la condición sacerdotal por medio de relaciones tanto de fraternidad como de dependencia jerárquica…» (Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, nota 74).
Características especiales de esta comunidad han de ser, entre otras, «vivir el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan (los alumnos) iniciar en él al pueblo que ha de encomendárseles… buscar a Cristo en la fiel meditación de la Palabra de Dios, en la activa comunicación con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino; en el obispo que los envía y en los hombres a quienes son enviados, principalmente en los pobres, los niños, los enfermos, los pecadores, los incrédulos… veneración filial a la a la Santísima Virgen» (OT 8).
«El seminario se ordena a cultivar más clara y cabalmente la vocación de los candidatos, a formar los verdaderos pastores de almas a imitación de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, y a prepararlos para el ministerio de la enseñanza, de la santificación y del régimen del pueblo de Dios» (RFIS 20).
«De aquí se deduce también que el Seminario se ordena a que los candidatos, participantes en su tiempo del único sacerdocio y ministerio de Cristo, inicien la comunión jerárquica con el propio obispo y demás hermanos en el sacerdocio que componen el único presbiterio de la diócesis» (RFIS 22).
«Toda la educación de los alumnos en los seminarios mayores debe tender a formar verdaderos pastores de almas. Por tanto, todos los aspectos de la formación –humana, espiritual, pastoral, intelectual– deben estar conjuntamente dirigidos a aquella finalidad, como elementos integrantes e inseparables de una única formación sacerdotal» (Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis [Madrid 1968] n. 4).
2. LO QUE DESEAMOS LOS OBISPOS DE LA REGIÓN
2.1. Deseamos, ante todo, que el seminario mayor se una institución capaz de preparar al futuro sacerdote según el modelo antes descrito, cuyos rasgos fundamentales son válido para todo tiempo y lugar.
Rasgos Positivos
2.2. Deseamos, además, que el sacerdote que en él se forme sea:
a) Hombre de carácter, capaz de trazarse a sí mismo su propio plan de vida conforme a las exigencias de su misión, y de cumplirlo por propia voluntad, nacida de un auténtico sentido de responsabilidad personal, sin esperarlo todo de ayudas externas.
b) Maduro en la fe y en la vida interior y hombre de oración en el que la religiosidad sea algo plenamente asimilado.
c) Consciente de su misión eclesial y convencido de que el ejercicio de las funciones específicas del ministerio sacerdotal constituye cauce válido para la realización de la propia persona; sin perjuicio de que el sacerdote pueda desarrollar una profesión civil, cuando lo exija la misión, en cuyo caso es al obispo a quien corresponde, en fraternal diálogo con el interesado, confirmar y orientar estos servicios.
d) Consciente asimismo del amor que ha de profesar a la Iglesia como misterio e instrumento de la presencia salvadora de Cristo; de su corresponsabilidad eclesial, junto con el obispo, con el presbiterio y con la comunidad, así como de la generosa disponibilidad que todo esto reclama.
e) Capacitado teológica, pastoral y espiritualmente para la educación de la fe en todas su dimensiones.
Actitudes nocivas
2.3. Deseamos, en fin, que el seminario dé una formación que excluya:
a) La alergia, y mucho más el resentimiento que en algunos ambientes sacerdotales se ha introducido en relación con la institución eclesial.
b) La valoración exclusiva o desproporcionada de algunos carismas frente a la estructura jerárquica de la Iglesia.
c) La discriminación por ideologías o afinidades en que algunos sacerdotes, excediendo los límites de un provechoso pluralismo, incurren con frecuencia.
d) El horizontalismo exclusivista, que lleva, insensiblemente, a la pérdida de la trascendencia.
e) El profesionalismo funcionalista del culto.
f) La formación de grupos cerrados que obstaculicen el día de mañana la necesaria disponibilidad que ha de tener el sacerdote.
Sacerdotes para nuestro pueblo
2.4. Deseamos también que el seminario prepare a los futuros sacerdotes, teniendo en cuenta las condiciones –positivas y negativas– de nuestro pueblo meridional y andaluz, tales como:
2.4.1. Su religiosidad natural y su fe de fondo, ricas en manifestaciones devocionales a Cristo y a la Virgen María, de gran tradición, aunque mezcladas demasiadas veces con rasgos de superstición y con expresiones inadecuadas que es preciso superar.
2.4.2. Su profunda filosofía de la vida y de la muerte, su fuerte emotividad, su honradez básica, su inteligente laboriosidad cuando encuentra ambiente propicio, su capacidad de aguante y de sacrificio; cualidades entreveradas con una atonía conformista y con un cierto sentido fatalista, que le llevan a aceptar su suerte, por mala que sea, individual o colectivamente, como inevitable, esterilizando sus posibilidades de superación y de trabajo para construirse una situación mejor en que se libere de opresiones inveteradas.
2.4.3. Su viva inteligencia, su fina sensibilidad, la riqueza de sus expresiones artísticas, limitadas en su eficacia práctica por un subdesarrollo económico, social, cultural y religioso.
2.4.4. Su cordial tendencia a la apertura y a la acogida, su facilidad para la comunicación y el diálogo, su generosa y valiente solidaridad, especialmente en horas de dolor; su espíritu de servicio y comprensión, su apego a la familia, contrapesados por una tendencia a la atomización individualista, consecuencia de su idiosincrasia y de su falta de formación humana y cristiana, que hacen difíciles cualesquiera empresas comunitarias, lo mismo en la sociedad civil que en la Iglesia.
2.4.5. La situación de subdesarrollo económico-social, debido a factores históricos y políticos, internos a la región y también de carácter externo, que condicionan muchas realizaciones y a los que es preciso vencer despertando conciencia de responsabilidad y las posibilidades de una acción bien conjuntada, que exija lo que se debe a nuestro pueblo dentro del concierto nacional y ponga en marcha lo que está en sus manos.
2.4.6. La emigración, el paro, la situación negativa del mundo rural, la falta de cauces de expresión y de realización de aquellos compromisos temporales, a los que la fe induce en circunstancias como las descritas; con la grave consecuencia de un extendido desánimo, que marchita afanes de renovación y degenera en una indolencia esterilizante.
Los futuros sacerdotes, sin salirse del campo de misión sacerdotal y sin dejarse llevar de demagogias fáciles, deben demostrar la estima de los valores que atesora nuestro pueblo, denunciarle con caridad sus lacras, despertarle confianza en sus propias posibilidades y animarlo a que, por razones simplemente humanas y por exigencias cristianas, supere sus problemas con esfuerzo, en lo individual, en lo social y en lo eclesial.
SEGUNDA PARTE
LA VOCACIÓN SACERDOTAL
En esta segunda parte nos ocupamos de la vocación sacerdotal en relación con los problemas que plantea su aparición, su discernimiento y su cultivo.
1. LA VOCACIÓN SACERDOTAL
Integrada en la vocación general a la vida cristiana, la vocación al ministerio sacerdotal es una llamada singular que Dios hace en su Iglesia a determinados miembros de la misma. Siempre se trata de un don singular de Díos. Es una gracia y un carisma especial, con los que Él muestra su predilección hacia el sujeto que la recibe, hacia su propia familia y hacia la comunidad cristiana.
La vocación sacerdotal no es fruto del esfuerzo ni de industria humana alguna. En todo caso es un don gratuito del Señor, que llama a quien quiere y elige sus instrumentos.
El Señor no se ata a ningún condicionamiento de edad, ambiente o institución. Con todo, la vocación suele surgir en los años de la adolescencia y de la juventud como inclinación generosa y noble a servir a Dios y a los hermanos, al contacto con personas que representan y encarnan ese ideal.
Como talento recibido, ha de ser apreciado en todo su valor y no puede enterrarse, de manera que quede improductivo. Su plena maduración y ejercicio importa a la vida toda la Iglesia, en íntima relación con la tarea que le ha encomendado Jesucristo.
2. EL FOMENTO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
Aunque se trata de un don enteramente gratuito de la bondad de Dios, su llamada se produce de ordinario en un medio propicio. El germen de la vocación sacerdotal requiere como clima un ambiente cristiano y evangélico.
En este sentido puede y debe hablarse de un fomento de las vocaciones sacerdotales, en colaboración con la gracia de Dios y de Jesucristo.
2.1. La comunidad eclesial en el despertar de la vocación
La responsabilidad de la creación de una atmósfera propicia al despertar de la vocación sacerdotal en algunos de sus miembros corresponde a toda la comunidad eclesial. Necesitada siempre del ministerio de los sacerdotes para la conservación y el desarrollo de su vida cristiana, los tendrá en la medida en que, ante Dios y ante la Iglesia, contribuya a su nacimiento, a la formación y a la perseverancia de los futuros sacerdotes.
2.2. Factores en el fomento de la vocación
Dos elementos fundamentales cuentan sobre todo en el despertar de la vocación sacerdotal: el ambiente de la familia y el ejemplo de una vida sacerdotal «humilde, laboriosa, gozosamente vivida».
Con los pastores y padres de familia, otras personas e instituciones pueden influir en el fomento de las vocaciones sacerdotales. Entre ellas se ha destacado siempre la actuación de los maestros y educadores. Son muchos los sacerdotes que deben su vocación al espíritu cristiano, genuinamente apostólico, de un maestro bueno.
La responsabilidad del fomento de las vocaciones sacerdotales alcanza en primer término al obispo y a su presbiterio. Pero es asunto de todos los miembros de la Iglesia. La comunidad local debe vivir la conciencia de esta responsabilidad. Y la siente en la medida en que su vida eclesial es más floreciente.
2.3. Discernimiento vocacional
Por ser vital para la Iglesia la vocación al ministerio sacerdotal, interesa mucho el descubrimiento de sus indicios, para poder discernir rectamente acerca de su autenticidad. Las desorientaciones en este terreno son fuente de muchos males para el sujeto que se crea llamado por Dios y para la misma comunidad cristiana.
El discernimiento de la auténtica vocación corresponde fundamentalmente al Pastor de la Iglesia local. Es el obispo quien, en su día, ha de llamar en nombre de la Iglesia, ratificando así la vocación.
Pero el obispo ha de ser ayudado, en esta tarea de descubrir y discernir, por los demás colaboradores de su ministerio. También deben exponer su juicio los padres y educadores, y hasta los amigos y compañeros del candidato.
Por supuesto, sea cualquiera la edad o circunstancias del sujeto, es el mismo quien debe ser oído al expresar su deseo y aspiraciones. Y han de tenerse en cuenta sus razonamientos a la hora de valorar su pretensión.
Los signos de la vocación sacerdotal se manifiestan en las cualidades objetivas y en las motivaciones personales del sujeto. Cuanto menor es su edad, han de contar, sobre todo, las primeras, y en épocas posteriores deben valorarse con más atención las segundas.
2.3.1. Cualidades objetivas del candidato
– Salud física y psíquica.
– Suficiente nivel intelectual, con posibilidades para el estudio.
– Ausencia de taras hereditarias.
– Transparencia de espíritu en palabras y actitudes.
– Docilidad, junto con espíritu de iniciativa y creatividad.
– Sencillez y delicadeza en el trato con los demás, unidas con el «cultivo de las cualidades convenientes a la relación con los demás, como la capacidad de escuchar a otros y de abrir el alma con espíritu de caridad ante las variadas circunstancias de las relaciones humanas» (OT 19).
– Alegría natural y espontánea.
– Laboriosidad.
– Sentido religioso y espíritu de piedad.
– Predilección hacia los más débiles y marginados.
– Estabilidad de ánimo, facultad de tomar decisiones ponderadas y recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres, como signo de madurez humana (OT 11).
– Reciedumbre de alma y aprecio de las virtudes que más se aprecian entre los hombres: como la sinceridad, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la fortaleza, la lealtad…
2.3.2. Motivaciones personales
– Deseo sincero de abrazar el sacerdocio para servir incondicionalmente a la Iglesia.
– Entusiasmo por el trabajo pastoral específicamente sacerdotal.
– Rectitud de intención y libertad de voluntad.
– Ausencia de todo interés humano.
– Inclinación a la vida de oración y al estudio de la teología.
– Opción seria y determinada por el sacerdocio.
– Celo catequístico.
2.4. Cultivo de la vocación
Supuesto todo lo anterior, hay que atender al cultivo de la vocación de acuerdo con las orientaciones de la Iglesia (Orientaciones sobre pastoral vocacional [Madrid 1974]). El obispo personalmente y por medio de sus más íntimos colaboradores ha de atender a esta necesidad. El pastor de la diócesis tiene el deber y el derecho de echar mano de cuantas personas tenga a su alcance en orden a este propósito.
En este punto hay que insistir en algo que puede ser el secreto de todos los aciertos o desaciertos: la compenetración entre el obispo y los responsables de la formación de los futuros sacerdotes. Cualquier fallo en este terreno puede acarrear graves perjuicios no sólo a los aspirantes, sino a toda la iglesia.
Lo mismo el rector que los formadores y profesores que actúan en el seminario, como hombres en quienes el obispo ha depositado toda su confianza, deben ser fieles a su propio pastor y al magisterio de la Iglesia acerca del ministerio sacerdotal.
Por lo demás, es de desear que el obispo, personalmente y en la medida de lo posible, conozca de cerca, hable, dialogue y trate a todos y cada uno de los aspirantes. Sobre todo cuando avanza su formación y el candidato se acerca a las órdenes sagradas. El conocimiento mutuo y una compenetración llena de afecto entre el obispo y los futuros sacerdotes es garantía de la posterior unidad del presbiterio.
2.5. Ambientes para el despertar de la vocación
2.5.1. La propia familia
El Concilio ha dicho que la propia familia es el «primer seminario» (OT 2). La transmisión familiar de la fe y el clima de virtudes humanas y cristianas favorecen sobremanera el nacimiento y el desarrollo de las vocaciones consagradas.
2.5.2. La parroquia o comunidad eclesial propia
La parroquia, con la predicación y catequesis, con la vida litúrgica y los alicientes apostólicos, con el estímulo para la oración y el trabajo, ofrece elementos indispensables para que surjan y maduren auténticos pastores.
2.5.3. Los movimientos apostólicos
La experiencia nos demuestra desde hace años que el cultivo y atención a los movimientos apostólicos redunda en un descubrimiento de la vocación sacerdotal para muchos de los propios militantes.
2.5.4. Los Institutos y los Colegios de Religiosos
También constituyen ambiente propicio al nacimiento y maduración de vocaciones sacerdotales los Institutos y Colegios de Religiosos, en los que los profesores de religión u otros sacerdotes o educadores realizan una verdadera tarea pastoral con los jóvenes. Cuando algunos jóvenes manifiestan el deseo de ser sacerdotes, los sacerdotes le ayudan a discernir la verdad de esa decisión y les acompañan en la maduración de la misma hasta su ingreso en el seminario.
TERCERA PARTE
NUESTROS SEMINARIOS
Esta tercera parte trata del seminario y ofrece unas orientaciones proyectadas sobre las distintas fases del ciclo formativo.
1. EL SEMINARIO MENOR
Resulta una necesidad allí donde, consideradas todas las circunstancias, no es posible atender in situ a la formación intelectual y espiritual de los adolescentes aspirantes al sacerdocio con suficientes garantías de éxito. Debe ser una institución específica y claramente «vocacional».
Ahora bien, en aquellos casos en los que esté garantizada la formación cristiana del muchacho, y mientras le sea posible cursar sus estudios desde le propio hogar –esto empieza a ser cosa general respecto de la educación general básica e incluso en el bachillerato–, la madurez humana y sobrenatural del candidato puede alcanzarse con ventajas, sin tomarlo como regla general, en la propia familia y parroquia.
En cualquiera de las dos hipótesis, en esta etapa de la formación del candidato se requiere la estrecha colaboración de la familia, la parroquia y otras comunidades eclesiales a las que el joven pertenezca.
2. LA ETAPA INTERMEDIA
Se está experimentando en muchas partes una etapa de transición entre el bachillerato o seminario menor y los estudios eclesiásticos propiamente dichos.
La consideramos conveniente, sin que pueda decirse que sea necesaria ni en todas las diócesis ni para todos los seminaristas de una diócesis. Habría que decidirlo en cada caso, tendidas las circunstancias personales y en diálogo con el interesado. Sus fines son los siguientes:
a) Una maduración humana, religiosa y apostólica que permita consolidar la opción por el sacerdocio ya manifestada.
b) Una formación catequética sólida que sirva al futuro estudiante de teología como segura introducción para los estudios.
c) Fin opcional sería dedicar parte de esta etapa a conseguir una titulación civil en sintonía con la vocación sacerdotal o un aprendizaje de alguna profesión manual.
d) En conformidad con estos fines, la etapa intermedia se ha de concebir como un período de formación sacerdotal, en régimen de convivencia y limitado en el tiempo.
3. CURSO INTRODUCTORIO
Ha de ser obligatorio para todos los seminaristas, según lo dispone la nueva normativa de la Iglesia. Puede darse a través de un curso entero o de un semestre, bienal comienzo de los estudios propiamente eclesiásticos, bien al final de la etapa intermedia donde exista.
4. SEMINARIO MAYOR
4.1. Condición previa
Debe exigirse para el ingreso en el seminario mayor una maduración humana y religiosa y una opción clara y sería por el sacerdocio.
4.2. Aspectos de la formación sacerdotal que conviene acentuar hoy
De los diversos aspectos que integran la formación de los candidatos al sacerdocio en esta etapa tan decisiva, nos referimos aquí especialmente a los que hacen referencia a su vida espiritual y apostólica.
4.2.1. Identidad sacerdotal
Situación y dificultad. –Se observan algunas tendencias que pueden distorsionar el ideal sacerdotal, con un menor aprecio de las funciones más específicas del ministerio pastoral. Parece que influyen en ello, especialmente, dos factores: el deseo legítimo de «estar con el pueblo» y el miedo a no «realizarse» como persona humana con el ejercicio del ministerio sacerdotal en plena dedicación.
El primer factor hace que sientan muy vivamente los problemas humanos de subdesarrollo y opresión en que se halla gran parte de nuestro pueblo en el sur de España, lo que induce una inclinación, más o menos consciente, a desear que la Iglesia, y consiguientemente sus sacerdotes, preste una atención primordial a lo económico-social, a lo cultural y a lo político; atención previa, o al menos simultánea, a la evangelización estrictamente dicha, en un plano parecido al que corresponde a los movimientos o partidos políticos. En ocasiones esto lleva a confundir el término evangélico de «los pobres de Yahveh» con el de pueblo o clase oprimida, de donde se sigue una apresurada identificación de la preferencia evangélica por los pobres con la llamada «opción de clase», o, lo que es lo mismo, acotar a los pobres de Jesús en un determinado sector social y a canonizar la lucha de clases desde la misma Iglesia y el ministerio sacerdotal.
El segundo factor inclina a prepararse para un trabajo civil y a pensar que no se puede ser buen sacerdote si no se empieza por se hombre cabal, lo que consideran inviable en la plena dedicación al ministerio sacerdotal, de donde nace un menosprecio de dicho ministerio, y la tendencia a que trabaje, como un seglar, durante gran parte de su día y dedique luego un tiempo al ministerio.
Quehacer. –En dichos dos factores, que afectan a la identidad sacerdotal, hay valores muy positivos a la vez que riesgos graves. Para salvar aquéllos y evitar éstos, parece necesario:
– Presentar claramente la grandeza de la misión de Cristo en su doble vertiente de salvador de los hombres y del mundo, por lo que es misión de su Iglesia y de los sacerdotes ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, y ayudarle a perfeccionar el mundo con espíritu evangélico en la verdad, la justicia, la libertad y el amor, de que es fruto la paz.
– Recordar que el sacerdote no puede vivir «separados» del mundo y del resto de los hombres, pero ha de saberse un «segregado» por Dios para una misión sobrenatural, que es la de Cristo.
– Avivar la conciencia de la grandeza de esta misión, que es el más noble servicio a los hombres, capaz de llenar plenamente la vida de una persona en el ministerio de la Palabra, de los sacramentos y de toda la pastoral.
– Legitimar la preparación para un trabajo civil, y si llega el caso, su realización por un sacerdote, no por exigencias de «realización» humana, sino por otras razones válidas, como el querer acercarse al mundo obrero, el ocupar un tiempo que no le exige la atención ministerial del pueblo o el liberarse de hipotecas o preocupaciones económicas, etc.
– Insistir en que el sacerdote debe sentirse siempre cerca de su pueblo y vivir, lo más posible, como él, para alentarle en sus dificultades e iluminarle predicando la Palabra, no en abstracto, sino con aplicaciones concreta a sus circunstancias, aunque desde la humildad de quien no tiene la posibilidad de solucionarle plenamente sus problemas, ni siquiera teóricamente, porque, además de la justicia y el amor que enseña el Evangelio, son necesarias unas competencias técnicas que Cristo no nos enseñó, pues pertenecen a la autonomía del orden temporal.
– Subrayar con fuerza la necesidad de una predilección por los pobres y los débiles, los enfermos y los oprimidos, con quienes Cristo está especialmente unido y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica.
– Recordar que la misión de Cristo, y la del sacerdote con Él, tiene que ser universal, abierta a todos, cuidadosa de que todos, ricos o pobres, los que piensan de una manera y los que piensan de otra en las mil opciones legítimas en lo discutible, puedan sentirse miembros de una misma comunidad en Cristo, porque toca a los sacerdotes armonizar de tal manera las distintas mentalidades que nadie, con tal de que acepte a Cristo y su Evangelio, se sienta extraño en la comunidad de los fieles.
– Tener en cuenta siempre que el sacerdote es un enviado de la Iglesia y un ministro de la comunidad, por lo que no le es lícito organizar por cuenta propia su estatuto de vida sin estudiarlo previamente con el obispo propio y obtener su aprobación, atendidas las necesidades de la comunidad local y de la Iglesia diocesana.
4.2.2. Oración
Situación y dificultad. –Se ha manifestado en los últimos años, en algunos sectores seminarísticos, una falta de fe profunda y cierta desorientación sobre lo que es la oración, aparte de la influencia del ambiente materialista y sensual en que todos vivimos. Se observa con frecuencia como una falta de ascesis y de práctica del silencio, tan necesario para la oración.
Es verdad asimismo que escasean hoy los maestros de oración que acompañen a los alumnos en este camino. No se fomenta suficientemente la receptividad religiosa de la Palabra de Dios y disminuye la prioridad de los valores esenciales.
Quehacer. –Resulta indispensable un esfuerzo para levantar la práctica de la oración personal en los seminarios. Para ello es necesario impartir mejor una doctrina viva sobre la oración y ejercitarse en el esfuerzo de pasar del mundo de las experiencias intramundanas al mundo de la fe. Oración que lleve a facilitar los reflejos evangélicos con los que el creyente juzga las situaciones y adquiere unos criterios según Dios.
Oración, que debe ser misionera. Oración, que da importancia a la petición, a la acción de gracias y a la alabanza y contemplación.
Cada seminarista deberá tener su plan de oración, que debe revisar periódicamente con su formador. Es urgente la necesidad de verdaderos contemplativos, aceptando un pluralismo de formas, pero que no esconda la negación del verdadero sentido de la oración.
El seminarista debe participar diariamente en la celebración de la Eucaristía, y, con frecuencia, ésta ha de celebrarse comunitariamente en el mismo seminario. A medida que se crece en la maduración de la fe, el rezo de Laudes y Vísperas habrá de ser valorado como dos momentos culminantes de la oración diaria. Toda la liturgia debe aparecer en el seminario como la cumbre a que tiende la vida de la Iglesia y la fuente de donde dimana toda su fuerza (RFIS 52).
4.2.3. Inquietud misionera
Situación y dificultad. –La mayoría de los obispos y formadores reconoce con alegría la existencia de un gran interés en este punto. Más aún, casi todos los alumnos se proyectan hoy hacia algún campo apostólico determinado. Estas experiencias presentan, con todo, algunas dificultades:
– la de que puedan reducirse a ensayos superficiales sobre las personas;
– la de que se realicen en ambientes excesivamente radicalizados, por uno u otro extremo;
– la de que de tal modo absorban el tiempo o la atención, que perjudiquen la formación teológica de los centros de estudio.
Quehacer. –Es necesario descubrir que la acción apostólica es más de la Iglesia que de cada sujeto. Y que lo específico de la acción misionera es la comunicación de la fe. Los campos posibles de acción apostólica, muy necesitados y con grandes riquezas para el seminarista, son: jóvenes, niños, adolescentes y enfermos.
Acostúmbrense los seminaristas, en tiempo de vacaciones y en cuantas ocasiones puedan, al trato y a la ayuda pastoral con sacerdotes emprendedores y a tomar parte activa en obras de apostolado.
Por su parte, los formadores deberán discernir si la inquietud manifestada por los alumnos está en línea de acción evangelizadora o de liderazgo temporal. Es necesario también descubrir la necesidad de una actitud básica de indigencia interior en el apóstol y la capacidad profunda de soledad y alegría.
Hay que cuidar de que todos los estudios teológicos se presenten con perspectiva pastoral y de que impartan también un conocimiento de las técnicas propias de la catequesis, movimientos apostólicos, etc.
4.2.4. Disponibilidad
Situación y dificultad. –El mismo concepto necesita ser explicitado en su significación. Disponibilidad equivale a actitud radical de servicio y tiene sentido de comunión, incluye los conceptos de pobreza y espíritu comunitario. Supone vivir la Iglesia aquí y ahora. Es natural que la disponibilidad, por lo mismo, encuentre dificultades. En primer lugar, las internas: miedo a la soledad, miedo a no realizarse como persona. Y externas al sujeto: la familia, el concepto profesionalizado del sacerdote, el nivel de vida adquirido y que no quiere perderse o disminuirse. Con características de dificultad más reciente y que influye en los mismos seminaristas, aparece el estatuto laboral adquirido por el clero, la búsqueda de un apostolado concreto para evadir la aceptación de otro menos afín con la propia ideología, así como también la visión de una posible Iglesia del futuro que dificulta el admitir el servicio de la Iglesia en su momento actual.
Quehacer. –Es urgente profundizar en el espíritu evangélico de servicio y sincera disponibilidad en comunión con el obispo y con el presbiterio, y purificar el sentido de «misión» y de bien común desde la realidad diocesana concreta. Sólo así los llamados equipos especializados vendrán a enriquecer con sus iniciativas y realizaciones las orientaciones y reuniones pastorales, la formación permanente del clero y la programación pastoral para el presbiterio en general.
Para ellos mismos, para todos y para bien de la diócesis en general, es muy necesario establecer unos criterios básicos de disponibilidad, la cual es, en fin de cuentas, una forma de pobreza.
También conviene ensanchar esa disponibilidad de cara a la Iglesia universal, especialmente para con las regiones más pobres de clero.
4.2.5. Pobreza
Situación y dificultad. –Con gran espíritu de generosidad, el ideal de la pobreza es ensalzado por la casi totalidad de los seminaristas. Se buscan con empeño la líneas concretas de realización. Esta actitud coincide, a veces, con que a la hora de revisar la vivencia de la pobreza, encontramos la falta de una verdadera concepción de la pobreza evangélica. Se da la paradoja de que se valora ideológicamente y, sin embargo, falta un planteamiento personal para vivirla.
Al mismo tiempo que hay como un impulso del Espíritu en esta línea de pobreza, encontramos un exceso de crítica negativa de personas e instituciones y la presencia de un nuevo clericalismo, que sustituye al anterior y que supone una ausencia del nivel radical de pobreza interior.
Quehacer. –Es obligado impulsar cuanto de positivo va brotando en los alumnos en el deseo y realización de la pobreza. Asimismo se debe ofrecer una clarificación de la teología de la pobreza como don de Dios que se necesita pedir y por el cual acepta a Dios como Salvador y a los hombres como hermanos. Se debe insistir en el aprendizaje de «compartir», en los niveles compatibles con la vida del seminario. Y, de cara al futuro sacerdotal, formar el sentido del sufrimiento, de la inseguridad y de la escasez de apoyos. Enseñar a vivir pobremente, usando lo necesario, desprendiéndose de lo propio y contentándose con lo poco. Austeridad de vida, que debe manifestarse en alegría y esperanza. Inculcar la importancia de establecer una escala de necesidades, en la conciencia de que somos meros administradores de unos bienes de la comunidad diocesana y no tanto de comunidades o personas particulares.
Incluir en la formación un recto sentido sobre el uso del dinero y de su administración. Asimismo sería conveniente incrementar la autofinanciación como forma de no exigir a los demás lo que con su esfuerzo cada uno pueda procurarse, siempre que no padezca el servicio pastoral.
Austeridad en las comidas y demás objetos materiales de instalación, etc. Y también en los criterios de asistencia a espectáculos, gastos innecesarios, autodominio en el uso de la televisión, etc.
4.2.6. Compromiso con el pueblo
Situación y dificultad. –Actualmente todos hablamos de la necesidad de un compromiso con el pueblo, pero existen interpretaciones contrapuestas. En algunos grupos de seminaristas se ha tendido a identificar la preferencia evangélica por los pobres con la «opción de clase» y a criticar duramente a la Iglesia-Institución por su falta de solidaridad con toda la problemática y las aspiraciones del mundo de los marginados. En otros, toda esta problemática de la encarnación en el pueblo es tenida por mero temporalismo.
Quehacer. –Urge dar una doctrina clara en torno al compromiso con el pueblo, igual que se da en torno al celibato…, para que el futuro sacerdote sepa a qué ha de atenerse.
En esta línea de clarificación del compromiso con el pueblo, entendemos que debe hacerse especial esfuerzo en los siguientes puntos:
a) Compromiso de una Iglesia que se tiene que solidarizar con cualquiera que sufre, por fidelidad al Evangelio.
b) Compromiso con unos grupos de marginados que hoy son fácilmente olvidados: enfermos y pecadores.
c) Compromiso que lleva a estar con todos, pero preferentemente con los pobres y los oprimidos, al modo de Jesús.
d) Compromiso que excluye, en cualquier situación, todo nivel de odio o antipatías.
e) Compromiso que mantenga la postura de libertad ante todos los ambientes de presión.
f) Compromiso que excluya el conformismo fácil y la implicación estrictamente política.
g) Compromiso que, en aras de la fidelidad, sepa que no puede agradar a todos.
4.2.7. Amor a la Iglesia
Situación y dificultad. –Es diferente la situación según la diócesis. Pero en general se aprecia una aceptación de la «sustancia» de lo que es la Iglesia y, en algunos grupos, un entusiasmo por el descubrimiento de la dimensión de la Iglesia local.
Junto a ello se da con frecuencia una posición de crítica de la Iglesia. Crítica por el inmovilismo y pesado caminar ante situaciones que deberían ser resueltas con agilidad. En algunos grupos se percibe un escepticismo total de cara a la Iglesia-Institució. Situación y convencimiento nacido de varios principios: que la Jerarquía sólo sirve para frenar, que no hay compromiso real de cara a los más pobres, que en el fondo está del lado de los que en cada momento detentan el poder…
Frialdad ante la Iglesia, potenciada por la desunión de los grupos sacerdotales, las mismas tensiones de los obispos a escala nacional y la desilusión de muchos sacerdotes con los que se relacionan los seminaristas.
Quehacer. –Como respuesta ala anterior problemática es necesario:
a) Presentar claramente el misterio de la Iglesia como prolongación del ser y de la misión de Cristo en un pueblo jerárquicamente constituido, en el que necesariamente se dan gracia y pecado.
b) Despertar amor hacia la Iglesia, nuestra Madre, tal cual es.
c) Ofrecer una educación para la comprensión y el diálogo respetuoso.
d) Despertar amor hacia la Iglesia, nuestra Madre, tal cual es.
e) Relacionar a los seminaristas con los sacerdotes que más trabajan apostólicamente y que son desconocidos para ellos.
f) Descubrir las dimensiones básicas de la Iglesia: obispo, conciencia comunitaria y papel del Pueblo de Dios.
g) Presentar con realismo la capacidad de fermentación que la Iglesia ha tenido en la sociedad a través de la historia.
h) Y, por supuesto, potenciar el necesario testimonio de obispos y sacerdotes diocesanos en esta materia.
4.2.8. Madurez afectiva
Situación y dificultad. –Encontramos una disminución de la estimación positiva y alegre del celibato. Influye en el subconsciente la posibilidad de la «dispensa».
Se ha dado en algunos alumnos un convencimiento de que la ley sobre el celibato será abolida. No se estima que el celibato sea exigencia obligatoria para el sacerdocio. Falta ilusión por este carisma a la vez que escasa capacidad para la soledad y el silencio.
Determinados seminaristas optan por el ministerio, pero no por el celibato, influidos por voces famosas que así lo defienden. En el terreno de los principios también influye la asimilación acrítica de ciertas teorías psicológicas y antropológicas sobre sexo y afectividad y la dificultad de los compromisos vitalicios para el hombre de hoy.
El ambiente también deja su impacto. Del tabú del pasado se ha llegado a un cierto obsesionante erotismo.
Quehacer. –Debemos presentar el celibato como un don, en paralelismo con la pobreza y como forma de ella; de tal modo que los seminaristas lleguen a estimar este carisma en sí mismo, por los valores evangélicos que contiene.
Como puntos que pueden ayudar en la formación de una madurez efectiva se proponen los siguientes:
a) Una renuncia oblativa, no represiva.
b) Favorecer mucho la capacidad de amistad e interrelación.
c) Vivir y realizarse en el quehacer pastoral de cada día.
d) Identificar el carisma con la alegría de una vida ofrecida, pero no con la impecabilidad.
e) Insistir en la pobreza como actitud básica del celibato, en cuanto disponibilidad.
f) Ahondar en la capacidad de darse y responsabilizarse.
g) Crear «hábitos» de celibato.
h) Asumir el celibato en virtud de una alianza, de un pacto que debe cumplirse.
4.2.9.Comunidad de vida
Situación y dificultad. –La consideración de la vida de comunidad en los seminarios engloba un doble aspecto: la disciplina y los grupos de vida. Del grupo numeroso y masificador se ha pasado, en muchos casos, al grupito reducido y un tanto cerrado sobre sí, que tampoco resulta enriquecedor para las personas. De la disciplina rígida se ha pasado a la absoluta espontaneidad, que llega negar los actos comunitarios.
Quehacer. –La Santa Sede admite que los seminaristas vivan en pequeños grupos, pero a condición de que se salve la unidad del seminario, no sólo por que haya un grupo de sacerdotes que lo rijan en equipo, sino también por que los grupos estén en un mismo campus. Los grupos excesivamente reducidos –cuatro o cinco seminaristas– no parece que puedan crear el espíritu de comunidad que responda a cuanto en estas notas venimos reflejando.
En cuanto a la disciplina, es necesario que esté presente en toda la vida del seminario. Se trata de una disciplina nacida del diálogo entre superiores y seminaristas aceptada como punto fundamental de la vida comunitaria de todos. Una cierta determinación de los tiempos de trabajo y de piedad ayuda a que el futuro sacerdote se habitúe a una disciplina interior que el día de mañana debe autoimponerse.
APENDICE
1. RELACIONES SEMINARIO-CENTRO DE ESTUDIOS
Se impone una mejor coordinación entre ambas dimensiones formativas porque la facultad o centro de estudios no puede contentarse con lo puramente académico y ha de ser consciente de que forma pastores, para así impregnar de sentido pastoral toda la enseñanza teológica. Coordinación que hace descubrir al seminarista la misión complementaria que el seminario debe cumplir, incluso en el campo intelectual, en aquellos aspectos que la facultad o el centro de estudios no puede atender.
2. OTROS PROBLEMAS COMPLEMENTARIOS
2.1. El obispo debe tener contactos frecuentes con el seminario a través de los formadores y en el trato personal con los seminaristas. Este trato debe hacerse más íntimo en vísperas de la Órdenes y a lo largo de todo el período del diaconado.
2.2. El presbiterio debe estar mejor informado de la marcha del seminario. Para ello conviene tenerle al tanto de los logros y de los problemas, éxitos y fracasos, esperanzas y preocupaciones mediante comunicaciones al Consejo del Presbiterio o por contacto zonales.
Ayudaría a esta comunicación necesaria el contacto más frecuente –anteriormente indicado– entre los sacerdotes con responsabilidades pastorales y los alumnos del seminario mayor.
Urgente parece hoy ayudar a redescubrir a los seminaristas el sentido de la vida parroquial.
2.3. La identificación de criterios entre formadores del seminario y obispo, sobre la base de lo anteriormente expuesto, es indispensable para que un formador pueda desempeñar su misión. Para ello es urgente que el obispo tenga frecuente contacto con el seminario, a fin de aplicar, concretar y adaptar los principios acordados como básicos y a fin de impulsar su puesta en marcha con firmeza y flexibilidad al mismo tiempo.
Córdoba, octubre de 1975.