Misa en acción de gracias en el V Centenario de la erección canónica de las parroquias de la diócesis de Almería el 26 de mayo de 1505
Queridos hermanos sacerdotes y diáconos,
religiosas y fieles laicos:
La fiesta de san Bernabé apóstol, de devoción hondamente arraigada en el pueblo fiel, nos sirve hoy de marco litúrgico, lleno de sentido, para conmemorar en acción de gracias a Dios los 500 años de la restauración de la fe católica en estas tierras peninsulares y mediterráneas. Tierras que conocieron la predicación apostólica del Evangelio que algunos de los Doce y otros apóstoles, entre los que se encuentra san Bernabé extendieron por los países y las islas cuyas costas baña el Mare Nostrum. El mar que ha servido de medio de comunicación entre culturas y civilizaciones y que, si es verdad que gracias a esta comunicación, las poblaciones de las orillas mediterráneas se han influido recíprocamente, no lo es menos que han tenido en el Mediterráneo un campo de confrontación a lo largo de los siglos.
El evangelio de Cristo vino a apaciguar las confrontaciones anunciando la paz traída por Cristo y creando aquel clima de entendimiento que caracterizó a la cristiandad, sin poder evitar, a causa del pecado de los hombres, que los pueblos cristianos vivieran tensiones y enfrentamientos, y sobre todo, vivieran la separación entre orientales y occidentales que tanto daño ha causado a la fe, cuando la dominación islámica suponía la mayor amenaza para la cristiandad. Aún así, por su benéfica influencia sobre la vida humana, el cristianismo ha tejido el alma de los pueblos cristianos, dando lugar a una humanización de la vida que los caracteriza y que ha inspirado su trayectoria histórica a la luz de la revelación de Jesucristo.
En nuestro caso, el cristianismo hispano visigótico se vio abocado a su mayor crisis por la invasión y el dominio musulmán, sólo superada por la recia voluntad histórica de los pueblos de España de hacer de la fe católica el espíritu orientador de sus pueblos y la razón de ser de su permanencia. Fue esta voluntad, común a los pueblos de España, alentados por los pueblos cristianos de Europa, la que hizo posible con la gracia de Dios y la protección de lo alto que la fe cristiana volviera a estas tierras peninsulares, para saltar después allende la mar océana al Nuevo Mundo, en una gesta de evangelización que debe enorgullecer a las iglesias de España, sin abandonar aquella radical humildad de quienes saben que todo es gracia divina.
Por esta razón, cuando ahora se cumplen los 500 años de la ordenación canónica de la diócesis, con la creación de más de cuarenta parroquias por decreto del arzobispo de Sevilla Diego Daza, queremos dar gracias a Dios, que es el único señor de la historia humana. El arzobispo sevillano llevaba a cabo una ordenación eclesiástica de los nuevos territorios cristianos bajo la autoridad del Papa, pero cumplía con ello la aspiración de los grandes protectores de la Iglesia en las nuevas tierras igual que en las de toda la península y las islas, los Reyes Católicos, justo después de la muerte de la Reina Católica. La obra de Isabel para lograr la evangelización del Nuevo Mundo rivaliza con su compromiso personal por la restauración de la fe católica en el viejo reino de Granada y la reforma de la Iglesia en España.
¿Cómo no dar gracias a Dios por esta obra de retorno a la fe de siglos, obra para la libertad y la implantación del humanismo cristiano que alienta en la historia de los pueblos de España? La ignorancia y la mala fe, los prejuicios ideológicos y la beligerancia de los enemigos de la fe han podido llevar a algunos al error de enjuiciar sólo de forma negativa la historia del catolicismo español. La falta de reconciliación con nuestra propia historia está en el origen del malestar profundo que padecemos en nuestros días, seducidos como están algunos grupos sociales de gran influencia sobre el conjunto de la población por el señuelo de una modernidad sin alma. Sin embargo, el futuro sólo es posible cuando se conoce el propio pasado y la propia identidad.
La predicación evangélica dio origen al catolicismo español y la fe de los apóstoles de Cristo sembró entre nosotros la pasión de amor por su santa pasión, muerte y resurrección, en las que fuimos redimidos y salvados. Este aniversario es, por todo ello, ocasión para hacer del misterio pascual, contenido de la predicación apostólica, del “kerygma” anunciado por Pablo y Bernabé el móvil de la necesaria renovación de nuestras comunidades parroquiales y de la Iglesia diocesana. Los evangelizadores de estas tierras, con Indalecio y sus colaboradores en el origen de la historia de nuestra fe, fueron continuadores de la obra de los apóstoles. Igual que Bernabé introdujo a Pablo en la comunidad primitiva y lo presentó a los Doce, los evangelizadores de la primera hora acercaron la población de estas tierras a la comunidad apostólica. Pabló atraído por Cristo resucitado como “vaso de elección” se convirtió en el “Apóstol de las gentes” y gracias a su fe y amor por Cristo el evangelio llegó después a todas las tierras del Mar común: las del Asia Menor y África y las de Europa. Fue así como los evangelizadores salidos de las iglesias plantadas por la generación apostólica en España habrían de llevar la fe a las tierras del Nuevo Mundo, ampliando así en forma impensada por los evangelizadores de Hispania las Iglesias de Cristo.
Hemos vivido vicisitudes diversas, algunas de dramatismo particular, que han dejado heridas hondas en la carne de nuestras Iglesias, pero hemos salido adelante con la gracia de Dios y la protección constante de Santa María, de Santiago y de los Santos fundadores de nuestras comunidades y de los que han jalonado la historia de nuestra fe. Demos gracias a Dios como lo hacía Salomón, evocando los favores divinos recibidos del Señor desde la época de las promesas a los padres hasta el asentamiento en la tierra prometida, una vez atravesado el Mar Rojo y desierto hacia la libertad y el establecimiento de la patria con la consolidación del reino davídico por Salomón.
No podemos menos de adorar con humildad la providente presencia de Dios entre nosotros, que nos ha ayudado a superar las crisis y a afrontar el cambio de los siglos y los retos de cada tiempo. Hoy vivimos en medio de nuevas dificultades y los signos de los tiempos nos piden serenidad y lucidez en el análisis de las circunstancias históricas. El cambio de mentalidad que se ha operado en la sociedad española es un reto para la obra de la nueva evangelización, que no podrá llevarse a cabo con un espíritu de mero mantenimiento de las poblaciones católicas, envejecidas y hoy relegadas al silencio en tantas ocasiones.
Se hace necesario que cada sacerdote afronte un contacto personal con los ciudadanos, una búsqueda personal de cada feligrés, de cada familia católica de nuestras comunidades parroquiales a veces alejadas de la práctica cotidiana de la fe. Los sacerdotes han de comprometerse personalmente con la transmisión del evangelio en al catequesis. Se ha de cuidar con esmero la celebración de la liturgia y los sacramentos, la predicación y el contacto con los fieles que acuden a nuestra consulta y buscan en el sacerdote orientación. Los laicos, por su parte, han de afrontar un testimonio humilde pero claro y definido de la fe que profesan, para iluminar la vida profesional y familiar con el evangelio de Cristo. El apostolado de los religiosos y religiosas en puestos y sectores particularmente significados es de gran valor, pero ha de ser fiel al carisma recibido y compartido, renunciando a un revisionismo constante y paralizador. Todos hemos de hacer cuanto esté en nuestras manos para aunar criterios y mantenernos en la comunión eclesial en torno al Obispo como sucesor de los Apóstoles.
Si lo hacemos así, podremos afrontar el reto de la evangelización de la sociedad de nuestros días. De otra suerte el espíritu laicista y materialista de la nueva cultura podrá con nosotros. Que la fuerza que viene de nuestra historia nos ayude a seguir por el camino de la evangelización. Que la Virgen santísima y los Santos intercedan por nosotros. María nos ayude protegiéndonos con su manto protector en esta “tierra de María santísima” que se confía a ella con renovado amor. Los Santos, mártires y confesores de nuestra historia, doctores y maestros de la fe que han iluminado la vida cristiana y la han atraído a Cristo, intercedan por nosotros, para que podamos mantenernos en la comunión de la Iglesia, que se funda en la Eucaristía, sacramento de la fe y vínculo de caridad que nos hace partícipes de la vida de Dios. Que así sea, para que nuestras comunidades parroquiales y la Iglesia diocesana puedan afrontar con éxito el reto de nuestros días apoyadas en la historia de nuestra fe.
S. A. I. Catedral de la Encarnación
Almería, a 11 de junio de 2005
Fiesta de San Bernabé Apóstol
X Adolfo González Montes
Obispo de Almería