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NUEVOS VICARIOS GENERALES EN TENERIFE

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Tenerife. 03/11/2005. – Monseñor Álvarez Afonso ha dado a conocer el nombre de los nuevos Vicarios Generales de la Diócesis Nivariense. Se trata de los sacerdotes D. Domingo Navarro Mederos y D. Antonio Manuel Pérez Morales.

 

Esta elección se inscribe en el proceso normal de relevos que acompaña a la elección de un nuevo Obispo, toda vez que los anteriores cargos cesan con la designación de un nuevo prelado. En nuestra Diócesis, y a raíz de la celebración del Sínodo Diocesano, se ha optado por la fórmula de contar con dos Vicarios Generales, uno dedicado preferente pero no exclusivamente a los temas de Curia y el otro, de forma preferente pero no exclusiva, a los temas vinculados a la Pastoral. El Vicario General es, por encomienda del Derecho Canónico, la persona que ostenta la máxima autoridad en la Diócesis después del Obispo Diocesano.

                Es de señalar que el Señor Obispo ha escuchado ampliamente al Clero Diocesano con anterioridad a estas designaciones, sondeando la opinión de sus sacerdotes al respecto.

 

D. Domingo Navarro Mederos

 

Para el servicio de Vicario General preferente pero no exclusivamente de Curia, Álvarez Afonso ha designado al sacerdote Domingo Navarro Mederos. Nacido hace 49 años en S/C de Tenerife. En su currículo destaca que es Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de la Laguna, Bachiller en Teología (Licenciado en Ciencias Eclesiásticas) por el Instituto Superior de Teología San Dámaso de Madrid y Licenciado en Teología Moral por la Universidad Gregoriana de Roma. Es profesor del Instituto Superior de Teología de Canarias. Ha ejercido labores pastorales en la Parroquia de San Bartolomé de Tejina y del Gran Poder de Dios de Bajamar, en la Exaltación de la Santa Cruz de Llano del Moro y de Ntra. Sra. del Carmen en el Sobradillo, en San Isidro Labrador de El Chorrillo, en la Parroquia de San Pablo Apóstol en Radazul-Tabaiba y Párroco de la Santa Cruz de Ofra en La Cuesta. Igualmente, ha ejercido de Consiliario Diocesano del Movimiento JUNIOR de niños y es Miembro del Consejo Presbiteral, Secretario General del obispado ( en cuyo servicio cesa) y Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana.

D. Antonio Manuel Pérez Morales

 

En cuanto al Vicario General preferente pero no exclusivamente de Pastoral, la elección ha recaído en Antonio Manuel Pérez Morales, de 39 años y natural de Santa Cruz de la Palma. De allí marchó a estudiar derecho a la Universidad de La Laguna, estudios que abandonó tras terminar el segundo curso para ingresar en el Seminario Diocesano. Fue ordenado en la parroquia de San Francisco de la capital palmera hace ahora 13 años. Es Licenciado en Ciencias Eclesiásticas por la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, Licenciado en Teología, especialidad en Pastoral Juvenil y Catequesis, en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.

 

       Su vida sacerdotal ha estado muy vinculada a la isla de El Hierro. En ella ha desempeñado numerosos servicios. Fue párroco de La Concepción y S. Pedro, en el municipio de Valverde, arcipreste de la isla y, posteriormente, Delegado del Obispo para el Congreso de la Bajada de la Virgen y actualmente Vicario Episcopal de La Gomera y El Hierro, cuyo servicio continuará desempeñando.

 

       Hasta la fecha ha sido, además, Delegado de Catequesis desde el año 2001, Secretario de Pastoral, profesor del Instituto Superior de Teología, Jefe de Redacción de la publicación diocesana “Iglesia Nivariense” y párroco del Santísimo Cristo de La Gallega y El Pilar en el distrito suroeste de la capital tinerfeña. Es miembro de la Asociación Española de Catequetas. Colabora, desde hace años, con la Comisión episcopal del Clero y forma parte del Consejo Asesor de Catequesis de la Comisión correspondiente en la Conferencia Episcopal.

 

 

NUEVO VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE JAÉN, D. MANUEL BUENO

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Jaén. 03 /11/2005. – El Obispo de la Diócesis de Jaén, Mons. D. Ramón del Hoyo López, ha nombrado en la mañana de hoy 3 de noviembre a D. Manuel Bueno Ortega,  Vicario General de la Diócesis de Jaén en sustitución de D. Jesús Moreno Lorente.

 

D. Manuel Bueno Ortega

 

El nuevo Vicario General, D. Manuel Ortega Bueno, nació en Torredonjimeno el día 29 de agosto de 1935 y fue ordenado sacerdote en junio de 1959. Es licenciado en Teología y actualmente es párroco de San Ildefonso de Jaén, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral, Delegado Episcopal para el Patrimonio de la Diócesis, Miembro del Consejo de Asuntos Económicos, Miembro de la Ponencia Técnica Diócesis-Delegación de Cultura, Miembro representante de la Diócesis de Jaén en la Comisión Mixta para el Patrimonio Histórico Cultural.

 

                D. Manuel Bueno Ortega ha sido Prefecto del Seminario de Granada desde 1967 hasta 1970. Asimismo Rector del Seminario de Granada desde 1970 hasta 1972. Desde 1972 hasta 1989, Delegado Diocesano de Misiones. Desde 1972 hasta 1994, Párroco de Cristo Rey de Jaén. Desde 1975 hasta 1989, Profesor de la Escuela de Magisterio. Desde 1986 es Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Jaén y Vicario Episcopal de la zona de Jaén desde 1989 hasta 1997. Desde 1992 hasta 1994 ha sido Delegado Episcopal para el Clero. Además de estos cargos ha sido Profesor del Seminario, miembro de varios consejos diocesanos.

 

 

D. ANTONIO DORADO. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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EL AMOR A LA IGLESIA EN TIEMPOS DE INCLEMENCIA

  

 A finales del siglo I, ser cristianos y confesarse como tal se había convertido en un riesgo. A las persecuciones físicas, se añadieron la confiscación de bienes, las burlas y la dificultad para ocupar cargos importantes. Algunos cristianos comenzaron alejarse de la Iglesia y a dejar de acudir a las asambleas en las que se celebraba la Eucaristía y se impartían las enseñanzas recibidas de Jesucristo por medio de los Apóstoles. En este contexto, se escribió el último libro de la Biblia, el Apocalipsis. El autor se dirige a las comunidades cristianas, alaba sus valores y denuncia sus defectos. El mensaje central de este libro es el anuncio de que el Resucitado camina en medio de ellos y la llamada a la conversión, para que avancen en sus actitudes evangélicas; a la esperanza, para que no se dejen ganar por el desaliento; y al compromiso de todos y de cada uno, para renovar la Iglesia. Aunque nuestra situación histórica no es tan difícil, nos vendría bien meditar la enseñanza de este escrito.

 

Hoy, al dirigirme a los católicos de Málaga, soy muy consciente de que vivimos tiempos de inclemencia. Ser católico y declararse un miembro fiel de la Iglesia suscita comentarios y miradas que oscilan entre compasión, la ironía y la sorpresa. ¿Cómo es posible, piensan algunos, seguir confiando en la Iglesia en pleno siglo XXI? Porque la imagen pública de la Iglesia está deteriorada en nuestro mundo secularizado, no sólo por sus pecados reales, que los tiene, sino porque sólo se suele contar lo que hace mal y lo que provoca escándalo. Cuando se habla de ella, es francamente raro que se proclame la labor impresionante que realizan las cáritas parroquiales, el trabajo abnegado con los enfermos que llevan a cabo los miembros de pastoral, el servicio a los inmigrantes, la dedicación generosa de los catequistas, el compromiso público de los que militan en movimientos apostólicos…

 

Al celebrar hoy, 13 de Noviembre, el Día de la Iglesia Diocesana, invito a todos los católicos a expresar su amor a la Iglesia mediante una actitud de conversión que nos acerque más al Evangelio, a conocer la rica realidad de nuestras comunidades, a crecer en el compromiso misionero que brota de nuestro bautismo y a conseguir entre todos el mantenimiento económico de la Iglesia. Es lo que nos sugiere el lema de este año, que dice: “Los valores permanente de la VIDA, en tu IGLESIA”.

 

Nos estamos acercando a la autofinanciación económica, pues las comunidades y los católicos de Málaga aportáis ya en torno al ochenta por ciento de los presupuestos diocesanos. El año pasado, se destinó un tercio de ellos (unos 900 millones de pesetas) a construir nuevos templos y a rehabilitar complejos parroquiales antiguos. En torno a otro tercio, (casi 940 millones de pesetas) se destinó a pagar al personal: seglares y sacerdotes. Y una parte sustanciosa del tercio restante se dedicó a obras sociales y a la ayuda al Tercer Mundo. Lo podréis consultar y conocer con más detalle en el número del Boletín, en el que se harán públicas las cuentas de dicho año.

 

A pesar de la secularización creciente de la sociedad española, se constata que la conciencia se ser Iglesia y la alegría de la fe van en aumento entre los miembros de las comunidades cristianas. Éstas se muestran más responsables y más vivas, seguramente porque somos los seguidores del Crucificado y las dificultades fortalecen nuestro temple creyente y apostólico. Hoy os invito a analizar en familia si pensáis que también vuestra aportación económica a vuestra Iglesia es la que corresponde a vuestras posibilidades, a profundizar en vuestra vida de fe y en vuestro trabajo misionero, a dar razón de vuestra esperanza y, en una palabra, a acrecentar vuestro amor a la Iglesia en estos tiempos de particular inclemencia.

 

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

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CÓRDOBA. Se han programado durante el mes de noviembre una serie de actos y conferencias presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

 

Para sacerdotes:

 

Día: 3 jueves. De 10 a 19:30 h., incluida comida.

Lugar: Casa Diocesana de Espiritualidad “San Antonio”.

Tema: Presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

Ponencias:

10:00 h.: Fundamentos antropológicos de la Doctrina Social de la Iglesia. Doctor D. Agustín Moreno Bravo, profesor del Seminario Mayor Diocesano “San Pelagio”

 12:00 h.: La verdad sobre el matrimonio y la familia, fundamento de una sociedad verdaderamente humana. Dr. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa, profesor del Seminario Mayor Diocesano “San Pelagio”.

16:00 h.: La articulación de los elementos fundamentales de la economía a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Prof. Dr. José T. Raga Gil, Presidente de las Semanas Sociales de España, catedrático de la Universidad Complutense y miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

17:30 h.: Quehacer del cristiano en la comunidad política. Dra. María Teresa Compte, profesora de Pensamiento social cristiano en la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE.

 

Para Laicos:

 

Día: 3 jueves. A las 19:30 h.

Lugar: Salón del Palacio Episcopal

Tema: Presentación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

Ponencias:

La articulación de los elementos fundamentales de la economía a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Prof. Dr. José T. Raga Gil, Presidente de las Semanas Sociales de España, catedrático de la Universidad Complutense y miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

Quehacer del cristiano en la comunidad política. Dra. María Teresa Compte, profesora de Pensamiento social cristiano en la Universidad Pontificia de Comillas-ICADE.

EL AÑO DE LOS SANTOS MÁRTIRES ESTÁ LLEGANDO A SU FIN

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La celebración del XVII Centenario de los Santos Mártires de Córdoba vive sus últimos momentos durante las semanas de octubre y noviembre previas a la celebración del triduo que tendrá lugar en la parroquia de San Pedro los días 23, 24 y 25. El triduo culminará con la solemne Eucaristía en rito Hispanomozárabe presidida por el Obispo en la Santa Iglesia Catedral el 26 de noviembre a las 19:00 horas.

 

Los fieles tienen la posibilidad de obtener indulgencia plenaria una vez al día, con las condiciones acostumbradas -Confesión sacramental, Comunión eucarística, y una Oración por las intenciones del Santo Padre, con un espíritu alejado de cualquier pecado-, con la peregrinación a la Iglesia de San Pedro Apóstol si allí participan devotamente en la Santa Misa o alguna otra celebración litúrgica.

 

Durante este año la parroquia de San Pedro ha celebrado de lunes a viernes, de 17:00 a 19:30 h., la Adoración al Santísimo. Las peregrinaciones se han repetido a los largo de estos meses. Varias delegaciones diocesanas, parroquias y fieles de modo particular aprovechan las últimas semanas del Jubileo de los Mártires para peregrinar a la parroquia que alberga los restos de los Santos Mártires de Córdoba.

 

Para el domingo, 30 de octubre, se ha organizado una Peregrinación de los movimientos, asociaciones y grupos parroquiales a la parroquia de San Pedro con motivo del XVII Centenario de los Santos Mártires de Córdoba, organizada por la Delegación Diocesana del Apostolado Seglar. El grupo partirá a las 18:00 h. desde la ermita de San Zoilo –junto a la parroquia de San Miguel- hasta el templo jubilar. Una vez allí tendrá lugar la Exposición del Santísimo Sacramento, Veneración de las Reliquias de los Santos Mártires y Celebración de la Eucaristía presidida por el Ilmo. y Rvdmo. Sr. D. Santiago Gómez Sierra, Vicario General.

RECUPERACIÓN SATISFACTORIA DE D. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO

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Don José Antonio Infantes Florido, Obispo emérito de Córdoba, se recupera en el Hospital de San Juan de Dios de Bormujos (Sevilla), donde fue sometido a una intervención quirúrgica la tarde del pasado miércoles, 26 de octubre, debido a una afección urológica. Previamente el Obispo de Córdoba, Don Juan José Asenjo, administró a Mons. Infantes Florido el sacramento de la Santa Unción.

Ambos agradecen las oraciones que las diversas comunidades cristianas han elevado a Dios pidiendo por la salud del obispo emérito.

 

Don Juan José Asenjo ha pedido que se continúen las plegarias por la salud de Mons. Infantes Florido en todas las celebraciones de la Eucaristía durante este fin de semana

III ENCUENTRO DE MONAGUILLOS EN ALMERÍA

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El próximo día 5 de noviembre, sábado, tendrá lugar el tercer encuentro diocesano de Monaguillos en el Seminario Diocesano.

El encuentro comenzará a las 10:00 y terminara a las 17:00. La colaboración económica es de 3.00 Euros y la edad mínima, 7 años. Los monaguillos deberán llevar la túnica que usan para ayudar a Misa.

D. JAVIER MARTÍNEZ. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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LOS VALORES PERMANENTES DE LA VIDA, EN TU IGLESIA

 

Carta del Arzobispo de Granada a los sacerdotes, religiosos y fieles cristianos de la Diócesis con motivo del Día de la Iglesia Diocesana

 

13 de noviembre del año 2005.

 

 

Queridos hermanos y amigos:

 

                I. Vivimos en el mundo de lo efímero. Un estudio de hace no muchos años, hecho en un país del hemisferio norte y del mundo occidental, observaba que la persona estaba sometida al impacto de una media de 16.000 mensajes publicitarios al día. La mayoría de ellos, y con frecuencia los más ingeniosos y atractivos, anuncian cosas que no son en absoluto necesarias, y ni siquiera especialmente útiles para la vida. La vida sería lo mismo, y en no pocos casos, sería mejor, si esos productos no existieran, o no se metieran a los hombres por los ojos. La publicidad ofrece y vende, por lo general, sólo productos efímeros. Y, sin embargo, como su mensaje es siempre religioso –pues siempre promete la felicidad (la plenitud, el cumplimiento de nuestra humanidad)–, su impacto transmite implícitamente (y muchas veces explícitamente) la idea de que nuestra humanidad misma es algo también efímero, sin sentido ni meta, saciable con nada, y de que la felicidad es por tanto algo que se consigue a bajo precio en el mercado. Pero nunca de una vez por todas, por supuesto, sino a base de estar comprando siempre “lo último”. Lo cierto es que, en nuestro mundo, casi todo o todo es efímero, casi todo es banal: y tienden a ser banales también la palabra, la convivencia política y social, el trabajo y el amor, la vida y la muerte.

 

                No sería justo en absoluto hacer de la publicidad la responsable única de esa experiencia de la vida como algo sin sustancia y sin significado. Los factores que intervienen para crear “el imperio de lo efímero” (como lo ha llamado Gilles Lipovetsky) son múltiples, y entre ellos no hay que olvidar al menos dos: en primer lugar, el que durante mucho tiempo se les han estado vendiendo a los hombres, desde los centros de cultura y de poder, falsos “absolutos”, como la raza o la clase social, la llegada del paraíso marxista o el progreso de la ciencia, que darían a los seres humanos la paz y la felicidad, y en nombre de los cuales se pedía a los hombres sacrificar sus vidas y las de sus semejantes.

 

                En segundo lugar, también somos responsables de esta situación quienes, siendo portadores de la plenitud verdadera, de la Vida y de la Gracia divinas, hemos reducido tales bienes a algo banal también, en muchos casos puramente decorativo en la vida (que transcurre por otros caminos, y se mueve por otras claves), sin capacidad de conmover, sin belleza ni atractivo alguno para el corazón humano. El Don por excelencia que es la redención de Cristo ha quedado reducido a pura ley formal, o a puros “principios” o “valores” morales, a dinámicas de terapia psicológica, o a una ideología más en el mercado de las ideologías compitiendo entre sí. Algo, en todo caso, que no es en primer lugar la pasión de nuestra vida, y que difícilmente podemos decir que llena nuestro corazón.

 

                En un contexto así, los hombres y mujeres que fueron cristianos, y que fueron educados en la fe, la pierden con facilidad. La pierden, no porque hayan encontrado que la fe era falsa, o que había razones para negarla, sino, literalmente, porque la fe que han encontrado en nosotros no sostiene la vida. Lo que les mostramos no es a veces sino un despojo de la experiencia cristiana, y tampoco tiene gran cosa que ver con las inquietudes y los deseos del corazón. En la raíz del vacío que marca nuestra cultura, está con frecuencia la decepción y el resentimiento. Y es que el vacío, el sinsentido, la vida al servicio del consumo y de la evasión, no son lo espontáneo en la persona humana, no son nunca un dato primario de la experiencia, sino una especie de “retirada”, un momento segundo, un movimiento marcado por la frustración. De ahí pasa enseguida a ser una industria: el vacío de los seres humanos, su soledad, y la indefensión y la inconsistencia que nacen de esa soledad, son algo extraordinariamente rentable para los intereses y los poderes del mundo.

 

                II. El corazón puesto en lo efímero es una fuente de violencia. Además, por supuesto, el corazón no está hecho para vivir así. Es cierto que el corazón del ser humano –el ser humano–, está hecho para servir, es decir, para entregarse y darse. Pero no a cualquier cosa, y no de cualquier manera. Por ejemplo, el corazón no está hecho para servir a la mentira, si la percibe como mentira. Aunque la herida del mal que lleva dentro le pueda llevar muchas veces a mentir, o incluso a vivir en la mentira, es obvio que nadie quiere ser engañado. Cuando la persona se siente engañada siempre se produce un sufrimiento, siempre es una humillación, siempre es una ofensa a su dignidad.

 

                Algo parecido podría decirse en relación con el amor: el corazón de la persona está hecho para un amor que no sea excusa para “usar” a las personas, que no sea “en función” de algo que se quiere obtener de ellas (ni siquiera un bien como su salvación), sino que tenga como objeto único el bien de la persona misma: el reconocimiento y la gratitud por su existencia, por el don misterioso y único que cada persona es en sí misma. Independientemente del juicio que uno tenga sobre si un amor de estas características puede darse en este mundo, o de si se da con más o menos frecuencia, el corazón está sin duda hecho para un amor así. Y no sólo para un amor así por momentos, ocasionalmente, sino de manera permanente, de forma que la vida entera esté como inmersa, sostenida por un amor permanente, fiel, incondicional, y por lo tanto, misericordioso.

 

              Amar”, escribía Gabriel Marcel, “es decirle a alguien: «Yo quiero que tú no mueras jamás»”. Al margen de la cuestión (nada banal, sin duda) de si eso se puede o no se puede decir razonablemente en esta vida, o de si eso se lo puede decir razonablemente un ser humano a otro ser humano, lo que es cierto es que el amor (si es verdadero), al menos el que cada uno quisiera recibir, lleva inscrito dentro de sí una cierta exigencia inextinguible de eternidad, de permanencia, incluso más allá de la muerte. La publicidad y el marketing saben muy bien de esta exigencia profunda de la persona cuando vinculan la obtención de la felicidad a la compra de un producto. Y cuando se afirma que el amor no existe, que “todo es pura química”, que al fin y al cabo no existe más que la utilización más o menos sutil y disfrazada de los demás, es siempre con un cierto tono de decepción y desencanto. Es el desencanto de una gran esperanza frustrada, un desencanto muy similar al que señalábamos más arriba hablando de la pérdida de la fe: el desencanto lleno de dolor que se produce en quienes rechazan la fe cristiana porque no han encontrado cristianos en los que resplandezca la verdad de Dios (era el caso de Nietzsche, por ejemplo).

 

                Aproximarse a la realidad del amor humano pone de nuevo de manifiesto que el corazón está constitutivamente abierto al infinito, a Dios. Y por eso vivir en lo efímero produce violencia, es la fuente primera y radical de la violencia. La mentira de instalar el sinsentido, el vacío, lo efímero, como el fondo último de la realidad y de la vida, no puede conducir sino a instalar la violencia en el corazón de lo cotidiano (que es donde empiezan las guerras). Esa trágica mentira no puede dar lugar sino a una filosofía, y a una ética y a una política, y a una estética, de la violencia, que justifican la violencia y el resentimiento, que en realidad los alimentan, aunque parezcan rasgarse continuamente las vestiduras escandalizados de su existencia. Aunque es necesario reconocer que también esa filosofía, en último término, da homenaje a las exigencias profundas de verdad y de bien del corazón humano, y trata de vestirse (como no podía ser menos), de razón, y de razón moral. A comienzos de los años cuarenta, el novelista G. Bernanos hablaba con desdén de los políticos que se burlan de la moral, pero que viven de la moral de los demás. Muchos son los hombres que mienten, pero por alguna misteriosa razón que tiene que ver con la naturaleza de las cosas, nadie presume de ello.

 

                Estas reflexiones ponen de manifiesto que el ser humano no está hecho para la mentira, o para el egoísmo, o para cosas que valen menos que la propia vida. Nuestra cultura puede vivir instalada en lo efímero, pero, por la misma razón, es una cultura que se muere a chorros, que ya no se puede proponer como ideal de humanidad, y que no hace fácil a los hombres amar la vida o vivir contentos. De hecho, nuestro mundo es un mundo hastiado de bienes de consumo y de desesperanza. El ideal social de la cultura de lo efímero es, o la sociedad drogada, o la venta de D. Quijote. Ninguna de las dos situaciones puede considerarse con seriedad como verdaderamente humana.

 

                III. Jesucristo, que vive en la Iglesia, es la respuesta siempre actual a las preguntas y a las esperanzas del hombre. La situación cultural y social que acabo de describir es una llamada a abrir de nuevo la inteligencia a la posibilidad de la fe. En nuestro mundo contemporáneo, a la luz de la preocupante evolución reciente de la cultura en nuestros países, empieza a haber círculos de pensamiento y de cultura para los que una recuperación, un redescubrimiento de la tradición cristiana sería la única salida posible al marasmo de confusión en que vivimos. En el mundo del pensamiento, se oyen más y más voces que invitan a liberarse del dominio de la visión del mundo chata y estrecha del positivismo cientista, mucho menos al servicio de la verdad o del bien común que de los intereses del poder económico y político.

 

                Pero la responsabilidad para con esa situación es también para los fieles cristianos una llamada a purificar la fe, a repensarla hasta el fondo y a vivirla con más transparencia y verdad. Decir “tradición cristiana”, por ejemplo, no es decir una visión del mundo cerrada y nostálgica de tiempos pasados. En absoluto. Lo que a veces conocemos como “tradición” no son sino manifestaciones fragmentarias, deformes, y a veces fósiles, de una vida cristiana que ya ha entregado su alma al espíritu del mundo. La Gran Tradición es, al contrario, y en la medida en que “transmite” la Vida divina que se nos ha dado en Cristo, una explosión de libertad y de amor, una disciplina sacramental y eucarística que genera un pueblo de hombres libres, una identidad nacida de la redención de Cristo, que por sí misma invita a dialogar y a confrontarse con cualquier posición humana, y a amar a todos los hombres, y a darse sin reservas por la vida del mundo, como Cristo.

 

                No todo es efímero en torno a nosotros, sin embargo. Hay una persona en la historia, hay una realidad humana en la historia que responde plenamente a las exigencias profundas del corazón humano. “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida” (Jn 14, 6). Cristo es el Reino de Dios. Su persona viva es la Gracia. Y su Don, el Espíritu mismo de Dios, el aliento divino de vida que une a los hombres en un pueblo nuevo. Es un pueblo distinto a todas las naciones, “marcado” por la comunión que es el sello de la Vida divina, una comunión que tiende siempre a coincidir con los límites del mundo, es decir, que anhela no tener límites, ni en el tiempo ni en el espacio.

 

                La Iglesia es este pueblo, nacido de la Pascua, nacido del costado abierto de Cristo. La Iglesia es la realidad humana, el espacio humano donde mora, indefectiblemente, el Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de la Verdad y del Amor, que constantemente sostiene y vivifica esta “nueva creación” en Cristo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el “espacio” corporal en el que mora Cristo, y en el que Cristo se comunica y se da a los hombres. En el Cuerpo de Cristo, aun lleno de llagas, está Cristo. Y por eso la Iglesia, como me habéis oído decir muchas veces, es lo más precioso que hay en la tierra, la realidad humana y social más bella que ha habido jamás en la historia. Y por eso la vida de la Iglesia, vivida con verdad y sencillez, es la mejor propuesta para la vida, lo mejor que puede vivir o que se puede proponer a un ser humano.

 

                Jesucristo es toda la riqueza de la Iglesia, todo su Bien. La Iglesia sólo existe para comunicar a Jesucristo a los hombres, para incorporarlos en Cristo a la familia de Dios y para permitirles vivir como hijos. “No se nos ha dado bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvos” (Hch 4, 12). En la Iglesia, en su Cuerpo, Cristo se acerca a cada hombre y a cada mujer, y le susurra o le grita, le testimonia, “la sublimidad de su vocación”, el amor infinito, la posibilidad de un espacio de libertad, de misericordia y de humanidad verdadera. En la Iglesia, la Redención se hace experiencia, y el hombre es arrancado de su desarraigo, de su vivir en el vacío, del imperio de lo efímero. La experiencia de la misericordia y del amor gratuitos despierta en el hombre el sentido de la dignidad humana, del valor de la vida, y abre el corazón a la gratitud y a la alegría. “El profundo estupor ante la dignidad humana se llama Evangelio; se llama también cristianismo” (Juan Pablo II).

 

                IV. ¡Ayuda a tu Iglesia! Si hay en nosotros una brizna de fe fresca, la primera ayuda a la Iglesia, y a nuestra propia vida, por tanto, es convertirnos. Es volver a abrir el corazón a la fe y a la tradición cristiana, a sus fuentes. Abrirlo al anuncio, esencial a la experiencia cristiana, de que en la comunión de esta familia, en la amistad de estos hombres y mujeres (“comunión” se llama esta amistad en el lenguaje técnico cristiano), en la vida de este pueblo, hecho de pobres gentes llenas de defectos, está sin embargo Cristo. Y con Él, la plenitud que corresponde plenamente a las exigencias del corazón. Toda la plenitud y la alegría que es posible en este mundo, anticipo en esta vida mortal del gozo y de la alegría del cielo.

 

                Vivimos “tiempos recios”, como diría Santa Teresa. Ser cristiano, manifestarse como tal en el trabajo o en la sociedad, no es “políticamente correcto”. La libertad de vivir la comunión de la Iglesia empieza a ser de nuevo peligrosa. ¡Cuántos cristianos viven una especie de persecución larvada, y a veces explícita, por el mero hecho de serlo, y de manifestarse como tales! No es que eso nos extrañe (nos lo advirtió el Señor, y hasta es un signo de vitalidad de la Iglesia: pues nadie en su sano juicio persigue ni ataca a los muertos). Lo que quiero decir es que las circunstancias, siempre providenciales, nos reclaman al testimonio de la comunión eclesial. Nos reclaman a redescubrir que nuestra primera y decisiva pertenencia es a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo. Naturalmente, en un carisma o en una obra determinada, con un temperamento preciso. Todos tenemos un rostro, expresión de nuestra historia. Pero en la Iglesia, todas las historias están al servicio de la única historia, la de Cristo con los hombres, y de una única pertenencia, la pertenencia al Cuerpo de Cristo, a la Iglesia “Una, Santa, Católica y Apostólica”. Y que lo que alimenta y sostiene esa pertenencia vale, y que lo que la rompe o la debilita, no vale y viene del Maligno. Y es, además, una traición a los hombres y al mundo, que sólo tiene nuestra comunión como signo fidedigno de la presencia de Dios entre nosotros, para escapar al dominio de lo efímero y volver a pisar tierra firme. La tierra firme de la misericordia de Dios, que “no tiene fin”, que permanece para siempre.

 

                Ayudar a la Iglesia es desear, pedir, trabajar por esa comunión. Es tratar de hacerla visible en la vida, en los lugares de trabajo y de estudio, en el mundo. Es sentirnos cristianos y testimoniar sin timidez que lo somos, por encima de cualquier otra pertenencia de este mundo. Es expresar, con libertad, y en la palabra como en los hechos y en nuestra forma de vida, la plenitud que Cristo nos da. La verdad de su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

 

                Ayudar a la Iglesia es también sostenerla económicamente, sostener sus obras. Si uno valora lo que supone ser miembro de la Iglesia, esto es lo más normal, lo espontáneo, lo que uno quiere hacer. En España hemos estado, sin embargo, y durante mucho tiempo, acostumbrados a que muchas de las obras de la Iglesia (de culto, educativas, sociales) hayan estado de modos diversos sostenidas por las administraciones públicas. Al hacer esto, en realidad, las administraciones no hacen sino cumplir su deber para con un pueblo que tiene una tradición determinada, y en algunos casos respetar sus derechos inalienables. Pero es posible que en el futuro hayamos de afrontar la misión de la Iglesia en otras circunstancias. Yo pido al Señor que, suceda lo que suceda, los cristianos no vendamos nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Que no vendamos la fe. Sostener la libertad de la Iglesia puede ser duro –hasta muy duro– a corto plazo, y más cuando no estamos acostumbrados a ello, pero es a la larga la única forma de que la Iglesia –todos los que la formamos– pueda realizar su misión, y la única forma de que haga el servicio al mundo más indispensable que ella puede hacer: testimoniar a todos los hombres que Cristo es el Bien más querido, la única esperanza verdadera para el mundo, “la gracia que vale más que la vida” (Sal 63, 4).

 

                Os bendigo a todos de corazón.

 

 

Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

 

D. ANTONIO CEBALLOS. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

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Los valores permanentes de la vida de la Iglesia

 

                 Mis queridos diocesanos:

 

                El domingo 13 de noviembre celebramos el “Día de la Iglesia Diocesana”. Como en otras ocasiones os recuerdo que los fines de esta Jornada son dos: reavivar la conciencia de lo que es y significa para cada cristiano católico su propia Iglesia local o diócesis, y llevar a cabo una colecta para ayudar a sus muchas necesidades. Por lo que toca a este punto, no puedo pasar adelante sin agradecer vuestra generosidad expresada en múltiples ocasiones.

 

1. Los valores permanentes de la vida de la Iglesia

 

                El lema de este año me invita a que os recuerde algunos aspectos de la vida cristiana que, de sabidos y cercanos, olvidamos con frecuencia. Uno de los valores permanentes del cristianismo está en que forma parte de una única Iglesia, extendida por todo el mundo. Nosotros creemos en una única Iglesia, en una única comunión nacida de un único Espíritu, de un único Señor Jesucristo, de un único Dios, Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todo. Por desgracia no siempre somos consecuentes con nuestra fe por causa de nuestros odios, posibles divisiones, parcialidades y discordias.

 

2. La Iglesia local

 

                Pero el cristiano pertenece a la única Iglesia, extendida por todo el mundo, perteneciendo a una Iglesia local, en nuestro caso la Iglesia que está en Cádiz y Ceuta.

 

                El misterio de la Iglesia se realiza entero en la Iglesia local, es decir, en el obispo, con su clero y pueblo. Si un cristiano está en comunicación con su obispo, el que se nombra en la celebración de la Misa en la Iglesia local, entonces está en comunión con todos los obispos y sus respectivas Iglesias locales y con el Papa, el obispo de Roma, quien resume y recapitula la unidad y comunión de todos los obispos e Iglesias.

 

 

 

 

3. Valores permanentes en la vida

 

                Los valores permanentes de la vida están en la Iglesia. Ella los transmite desde el principio hasta el final de la vida. Estos valores (amor, ternura, fe, bondad, fraternidad, solidaridad, alegría, justicia, caridad, perdón, comprensión, libertad, oración, amistad, belleza, verdad, etc.), que la Iglesia ha trasmitido siempre, han ayudado al hombre a descubrir su dignidad y la de su prójimo.

 

 

                La Iglesia ha transmitido permanentemente estos valores por medio de la Palabra de Dios, con el testimonio de la vida y con las obras. Es decir, siendo los cristianos testigos y maestros.

 

4. En tu Iglesia

 

                Si el cristiano tiene una viva conciencia de pertenecer a su Iglesia local, como el lugar donde queda insertado en la Iglesia universal, responderá a lo más central de las exigencias de su fe, poniendo al servicio de los hermanos y de la comunidad local sus posibilidades.

 

                Felizmente hay que decir que cada vez es mayor el número de los cristianos que colaboran en las tareas propias de la Iglesia, según el don que Dios ha dado a cada uno. Es decir, participan activamente en la transmisión de estos valores, con la palabra y con la vida.

 

5 Ayuda económica

 

                Os recuerdo con agrado que cuando se os pide ayuda económica en favor de la Iglesia universal, sois generosos. Y hacéis bien. Sin embargo, no podéis olvidar vuestra Iglesia propia, vuestra Iglesia local, la de Cádiz y Ceuta. Nadie puede estar en la Iglesia de Jesucristo si no lo está mediante su inserción en una Iglesia local, presidida por su obispo.

 

                Yo os pido un año más ayuda económica para atender las necesidades de la Iglesia de Cádiz y Ceuta.

 

                La retribución de los sacerdotes que nos llega por la dotación del Estado a través de la Conferencia Episcopal, resulta escasa. Pero, no sólo hemos de atender a los sacerdotes. La misión de la Iglesia no se puede llevar a cabo sin medios económicos. Sostener la ingente obra de la catequesis y de otras obras apostólicas para las que apenas gastamos nada, sostener y reformar tantos templos amenazados por el clima riguroso, la necesidad de construir más templos en las grandes poblaciones, la falta de locales para las actividades más imprescindibles en la vida pastoral, el desplazamiento de los sacerdotes a los pueblos, etc.

 

6. Dios ama al que da con alegría

 

                Cuando un año más me dirijo a vosotros en demanda de ayuda tengo presente aquellas palabras de la Biblia: “Dios ama al que da con alegría”, no a la fuerza. Al recordaros vuestra obligación quiero que tengáis presente la alegría incomparable de pertenecer a la Iglesia en Cádiz y Ceuta.

 

                Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

 

+ Antonio Ceballos Atienza

Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz, 27 de octubre de 2005.

 

D. ANTONIO CEBALLOS. APORTACIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA A LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI

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                Mis queridos diocesanos:

 

                Un año más os invito a participar activamente en el XXVII Semana de la Familia, en nuestra querida y amada Diócesis de Cádiz y Ceuta, que tendrá lugar durante los días 14 al 20 de noviembre con el siguiente lema: “Aportación de la Familia cristiana a la sociedad del siglo XXI”.

 

                El lema es de ingente actualidad, dada la forma en la que está siendo tratada la familia en la sociedad actual. La familia ha sido maltratada y requiere un tratamiento muy especial.

 

1. Cambios profundos a los que está sometida la familia

 

                Hoy día hablamos mucho de los cambios de nuestra sociedad. Quizás en donde más se encuentran los cambios es en las familias. En la vida familiar todo ha cambiado profundamente. Hemos cambiado nuestras casas, electrodomésticos, muebles, etc. Mejoramos. Hay una constante emigración interior dentro de la ciudad. Muchas familias tienen dos casas: en la ciudad y en el pueblo, y, los que pueden, tienen un apartamento en la playa.

 

                Todo esto es posible porque han cambiado los ingresos familiares, trabaja el marido y la mujer, con eso ha cambiado la forma de estar y de convivir. Pero existen también familias en paro; familias que tienen que pagar un alquiler y apenas pueden hacerlo.

 

                Ha cambiado la manera de tratarnos dentro de la familia. Es un hecho que hay más igualdad, más libertad y más confianza. Aún así queda todavía mucha servidumbre, malos tratos, imposiciones, casi siempre por falta de sensibilidad y de educación. Han cambiado muchas cosas, unas para mejor y otras para peor. Se ha retrasado demasiado la edad de contraer matrimonio. Antes de casarse quieren tener demasiadas cosas resueltas. Hay menos convivencia entre los esposos y los hijos.

 

2. Aportación a la familia en el siglo XXI

 

                La aportación a la familia en el siglo XXI, especialmente a las familias jóvenes y a las familias del futuro en esta tierra e Iglesia de Cádiz y Ceuta es muy necesaria: nosotros como sacerdotes y como cristianos tenemos como tarea presentar la grandeza y los bienes de la familia cristiana tal y como el Señor la ha pensado desde el principio: “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y, vivid en el amor….maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia, se entregó a sí mismo por ella… mujeres…” (cf. Ef. 5).

 

                La familia cristiana es la revelación y el don de la plenitud de la revelación humana mediante el amor entre el varón y la mujer como medio de plenitud humana cristiana, como lugar más apto para el nacimiento y crecimiento del ser humano, como instrumento de gracia sanante, santificante y beatificante que Dios nos ha dado para la realización y felicidad de los hombres” (cf. Mons. Fernando Sebastián). Se trata simplemente de ofrecer lo que Dios nos ha revelado y hace posible con su gracia para bien de todos, de los que se casan, de sus hijos, de la sociedad entera.

 

3. Significado de esta aportación

 

                La aportación de la familia cristiana significa simplemente ayudar a las familias del XXI a vivir religiosamente su vida ordinaria. Esto quiere decir:

 

                – fortalecer en los miembros de la familia la memoria y presencia de Dios;

– fortalecer en la vida familiar el reconocimiento, la obediencia, la confianza, el amor de Dios;

– fortalecer en casa y en la familia el sentido de pertenencia a la Iglesia, las relaciones con la parroquia, las actividades como miembros de una comunidad cristiana;

– fortalecer el comportamiento cristiano en todos sus aspectos: litúrgicos, espirituales, sociales, etc.

 

                En una palabra, impulsar y fortalecer la vida cristiana conjunta de familia, dentro y fuera de casa.

 

                Estamos pensando en una vida cristiana renovada, personal, convencida, verdadera, vivida voluntariamente desde cada persona, pero expresada, compartida, vivida, también conjuntamente, como una dimensión importante de la vida familiar, en tiempo y espacio, en actuación, aficiones, gustos, manifestaciones, compromisos y acciones.

 

4. Distintas formas de aportaciones de la familia cristiana

 

                El esfuerzo por ayudar a conocer y a vivir el ideal cristiano de la familia es una manera privilegiada de trabajar por la persona, a favor del bienestar espiritual y de la estabilidad afectiva del hombre y de la mujer, a favor del respeto a la mujer y a los ancianos, a favor de los niños, y por todo ello, a favor de la salud moral y el bienestar de una sociedad.

 

                Frente a la lucha en contra de una civilización que tiende a valorar únicamente el bienestar material, simbolizado y reducido al dinero, con las secuelas de individualismo y soledad, nosotros propugnamos la familia matrimonial, fundada en el amor estable entre el varón y la mujer, que ayuda a crecer como persona. Todo ello es una manifestación de la fuerza restauradora del Evangelio, de la sabiduría y de la gracia de Dios.

 

                Esta familia tendrá en la sociedad futura un papel profético. Será la demostración viviente de que es posible el amor, la fidelidad, la gratuidad, la confianza, la generosidad entre personas, y, por eso mismo, nos dirá que es posible la felicidad y la salvación. La familia cristiana está llamada a ser inspiradora, iluminadora, motivadora de la civilización del amor y de la solidaridad.

 

5. Exhortación e invitación

 

                Os exhorto, queridos diocesanos, a que valoréis la aportación que la familia cristiana puede hacer a lo largo del siglo XXI.

 

                Os invito a vosotros, jóvenes, y a los sacerdotes, mis fieles colaboradores, a los religiosos, religiosas, personas consagradas, diáconos, seminaristas, laicos y miembros de movimientos a participar activamente en esta XXVII Semana de la Familia, y a pedir al Señor, por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, por la eficaz y viva aportación de la familia cristiana a la sociedad del siglo XXI.

 

                Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

 

                                                                              + Antonio Ceballos Atienza

                                                                                 Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz, 25 de octubre de 2005.

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