Se ha considerado, el relativismo, como una de las grandes amenazas actuales para integridad moral. Es carcoma que destruye la misma conciencia, dejándola sin la seguridad necesaria para elaborar un sólido criterio moral. El relativismo conduce a la indiferencia generalizada, en la que no existe escala de valores alguna. Todo ha quedado puesto en el mismo rasero de equivalencia, aunque mejor sería decir: sin valor alguno.
El relativismo, ha dicho Benedicto XVI, es un obstáculo particularmente insidioso, pues deja a la persona prisionera del propio yo con sus caprichos. «Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común» (Al congreso sobre familia 6-6-05).
El relativismo es una especie de desgana interior que ha matado la capacidad de amar, de reconocer el valor de las acciones y de la dignidad de las personas. Es la muerte de la conciencia y la tala de cualquier motivación y raíz de trascendencia.
Más que opuesto, la superación y la cura del relativismo es la misericordia, que es valoración grande de la persona, hasta el punto de dar la vida por ella. Porque la misericordia es poner vida donde se ha perdido la esperanza. Es abrir caminos nuevos, en la seguridad de que podemos llegar al encuentro con la verdad y con la paz. Es querer asumir las cargas y fatigas de los demás como si propias fueran. Y llevarlas con el convencimiento de que el valor del hombre merece todos los esfuerzos. La misericordia, en fin, es conciencia segura de que la persona de Jesucristo es el más seguro y auténtico modelo de ejemplaridad y seguimiento.
Si la fe y la razón son las dos alas con las que el hombre se eleva a las alturas del conocimiento de Dios, el relativismo, por el contrario, es lastre y plomo que impide el mirar y subir a cualquier horizonte de trascendencia, pues ha olvidado que la aceptación de lo que Dios nos ha revelado de sí mismo en Jesucristo, es el único camino, y prefiere no tener senda alguna para caminar. Todos los caminos son iguales, afirma indiferente el relativismo. Es decir, que carecen del interés necesario para llegar a alguna parte.
De la razón, ni le hables al relativismo. Son enemigos irreconciliables, pues mientras una busca la verdad, el otro se ha asentado, definitivamente, en la indiferencia.
Tendremos que buscar la mediación de la misericordia, no para componer lo irreconciliable, sino para hacer comprender que la luz y la verdad solamente están en Dios, que es lo absoluto y completo. Pero para ver a Dios hace falta tener el corazón limpio. Y tal limpieza solamente se consigue frotando el corazón con el paño suave de la misericordia.
Carlos Amigo Vallejo
Cardenal Arzobispo de Sevilla
PUBLICADO EN RS21 (MARZO 2006)