Apuntes para la vida
Comentario Semanal de Mons. Juan del Río
COPE Jerez
30 de octubre de 2005
En la sociedad secular y descreída todo termina con
los que, sin creer en el más allá, ni en la vida eterna, desean ponerse en contacto con sus seres queridos por medios supersticiosos que nada tienen que ver con la fe cristiana. Un fiel reflejo de ese anhelo lo tenemos en infinidad de novelas, películas y otros géneros de comunicación que recrean un mundo fantasmal que sirve de evasión a muchas personas doloridas por la pérdida de un ser querido, pero que cuando despiertan de ese “sueño imaginario”, se sienten defraudadas y crece en ellas el abismo insalvable entre
En cambio, desde la visión cristiana la muerte no es final de
ambiente y el lugar para una real comunicación de amor con los difuntos. Así, aunque es evidente que existe un terrible velo entre
El ambiente para comunicarnos con nuestros seres queridos es
mediante la plegaria a Dios por medio de su Hijo Jesucristo y movido por el Espíritu, entra en la esfera del Dios Viviente, donde nuestros padres, parientes o amigos queridos hablan a Dios de nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades, pero también nosotros, los que caminamos en este “valle de lágrimas”, debemos rezar por ellos, porque “santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (Mac 12,46; cf. LG, nn. 49-50). La oración cristiana nos hace tremendamente humanos, nos libra de las angustias de la pérdida física de los seres queridos y nos hace recuperarlos por la presencia del amor divino en nuestros corazones. Es más, sólo mediante la piadosa oración perdura en el tiempo la memoria de los difuntos entre nosotros.
Existe un lugar privilegiado de presencia de los fallecidos, ése es el altar de la Eucaristía, donde la fuerza del Resucitado nos congrega a vivos y muertos. Allí el cielo y la tierra se juntan para adorar el Dios de la Vida y del Amor. Y están presentes, en particular, aquellos que más nos aman, que nos son más queridos y que con nosotros adoran a Jesús, que ha aniquilado la muerte eterna. De ahí que un Padre de la Antigüedad dijera: “Ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos” (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas, 5,9). Por eso la mejor comunicación que podemos con aquellos que ya no están aquí con nosotros es la celebración de