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DEUS CARITAS EST, PRIMERA ENCÍCLICA DE BENEDICTO XVI

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 enero 2006 (ZENIT.org).- En el noveno mes de su pontificado, Benedicto XVI ha dado a luz su primera encíclica dedicada a mostrar cómo el cristianismo no reprime el amor, sino que lo eleva.

«Deus caritas est» («Dios es amor») responde a una de las objeciones más comunes presentadas a la Iglesia. «Con sus preceptos y prohibiciones –se pregunta el Papa–, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida?».

La encíclica responde a la pregunta articulándose en dos partes: la primera reflexiona sobre el amor en sus diferentes manifestaciones y en su origen, Dios; la segunda, afronta la manera en que la Iglesia, como institución, debe vivir el mandamiento del amor.

La persona «objeto»
El Papa comienza aclarando una confusión generalizada, según la cual, la Iglesia condenaría el «eros» (el amor de atracción) para aceptar únicamente el «ágape» (amor de entrega desinteresada).

«Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo», reconoce en el número 5.

Ahora bien, esta confusión se da cuando se concibe «el «eros», degradado a puro «sexo»». En ese caso, «se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía».

Según el Papa, esta concepción del amor implica «una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico».

Cuerpo y alma
«La fe cristiana –ilustra–, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza».

Ciertamente, insiste la encíclica, «el «eros» quiere remontarnos «en éxtasis» hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación».

El desarrollo del amor «hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza», explica, conlleva el que «aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad –sólo esta persona–, y en el sentido del «para siempre»».

De este modo, constata, «el «eros» orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo».

El texto reconoce que «el amor es «éxtasis», pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios».

Cristo, modelo del amor «más radical»
El ejemplo «más radical» de este amor, según el sucesor de Pedro, es Cristo en la cruz, cuando Dios «se pone contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo».

«Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad –recalca–. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar».

La sociedad tiene necesidad de amor
La segunda parte de la carta encíclica lleva por título «El ejercicio del amor por parte de la Iglesia como «comunidad de amor»».

El texto, reconoce que el amor «siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor».

«Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda –constata–. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo».

El Estado, advierte el Papa, «que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido –cualquier ser humano– necesita: una entrañable atención personal».

El sueño del marxismo, que «había presentado la revolución mundial y su preparación como la panacea para los problemas sociales: mediante la revolución y la consiguiente colectivización de los medios de producción» «se ha desvanecido».

«Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio».

La Iglesia es «una de estas fuerzas vivas», constata. Con su amor «no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material».

La actividad caritativa eclesial
En este contexto, el Papa ofrece en tres pinceladas el «el perfil específico de la actividad caritativa de la Iglesia».

En primer lugar, señala, la actividad caritativa cristiana, además de competencia profesional, exige la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente, suscitando en él el amor por el prójimo.

En segundo lugar, «la actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas».

El programa del cristiano –«el programa de Jesús»– «es un «corazón que ve» –indica–. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares».

En tercer y último lugar, «la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos». « El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor».

Como hacía también Juan Pablo II, Benedicto XVI pone en su conclusión los ejemplos de caridad dejados por los santos –en tres ocasiones cita a la beata Teresa de Calcuta– y concluye con un diálogo con la Virgen María, quien «nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva».
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JORNADAS DIOCESANAS DE LITURGIA EN SEVILLA

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Del 13 al 16 de febrero tendrán lugar en el Seminario de Sevilla las Jornadas Diocesanas de Liturgia. Este año girarán en torno a La nueva edición de la Ordenación del Misal Romano, planteando una relectura del Misal para mejorar la celebración de la Eucaristía.

La jornada inaugural será el lunes 13 de febrero. La presentación, a las 18:15 h., correrá a cargo de D. Ángel Gómez, Delegado Diocesano de Liturgia. Las primeras conferencias, a continuación, tendrán como ponentes al Rector del Centro de Estudios Teológicos, D. Luis Fernando Álvarez, y al miembro de la citada Delegación Diocesana, D. Jesús Pérez Saturnino.

 

Al día siguiente, a partir de las 18:00 h., D. Ángel Gómez y D. Ignacio Tomás Cánovas, Delegado de Liturgia de la Diócesis de Tarazona y Consultor de la Comisión Episcopal de Liturgia, disertarán sobre los elementos y partes de la estructura de la Misa, y la comunidad, ministerios y funciones en la celebración eucarística, respectivamente.

 

El miércoles, D. Luis Rueda, maestro de Ceremonias de la Catedral, disertará sobre el desarrollo ritual de las diversas partes de la Misa. A continuación, tendrá lugar una mesa redonda sobre el canto y la música en estas celebraciones. En la mesa redonda participarán D. Herminio González, D. Manuel González Martín, D. José Márquez y D. Carlos Navascués.

 

El curso se clausurará el jueves con la ponencia El Misterio Eucarístico, don y mandato de Cristo a la Iglesi«, que impartirá Mons. Julián López Martín, Obispo de León y presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia. Finalmente, el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Mons. Carlos Amigo Vallejo, presidirá la celebración de las Vísperas y Eucaristía en la capilla del Seminario.

 

Las inscripciones pueden formalizarse en la Delegación Diocesana de Liturgia, en el Arzobispado, en horario matinal (11.30 a 13.30 horas), o bien mediante los teléfonos 954505505, 954231313 y 954625255 (los dos últimos, miércoles y jueves por la tarde).

 

D. ANTONIO DORADO. UN CANTO A LA ESPERANZA

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Reflexiones del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto, ante la primera Encíclica de Benedicto XVI

 

 

El Papa Benedicto XVI acaba de hacer pública su primera Encíclica.

 

Conviene recordar que una Encíclica es el documento doctrinal más importante al que recurre un Papa, después de una definición dogmática.

 

Y teniendo presente que la mayoría de los Papas no suelen realizar nuevas definiciones, se puede afirmar que una Encíclica es la forma habitual de ejercer su magisterio e impartir su enseñanza.

 

La práctica de escribir Encíclicas la inició Gregorio XVI, en 1832, y los Papas la ejercen con mucha sobriedad, aunque también en este punto Juan Pablo II constituye la excepción, pues ha escrito varias, en lo que indudablemente ha influido la duración de su pontificado. 

 

El título de estos documentos pontificios lo constituyen las dos o tres primeras palabras de los mismos, en su versión latina. En este caso, DEUS CARITAS EST, Dios es Amor, expresión que está tomada de la primera Carta de San Juan (1Jn 4, 16).

                La enorme importancia del que se hizo público ayer radica en que es la primera del actual Pontífice y marca las líneas de lo que considera más urgente para el cristiano del siglo XXI. Como intelectual de gran talla y buen conocedor del pensamiento y de la cultura de este tiempo, es consciente de que el mayor tesoro que tenemos los creyentes y nuestra mejor aportación al hombre actual es precisamente Dios: la existencia de Dios y la imagen de Dios que debemos transmitir a quien nos pida razón de nuestra esperanza. El empieza afirmando que Dios es Amor, porque “en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio o la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, continúa, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás”. 

La Encíclica consta de dos partes íntimamente relacionadas. En la primera nos ofrece una reflexión profunda y matizada sobre Dios y sobre el amor; y en la segunda, nos plantea las consecuencias que se derivan del amor que Dios nos tiene y del que nos hace partícipes a través del bautismo y de la Eucaristía.

 

Los análisis sobre el amor que desarrolla el Papa pretenden ayudarnos a entender que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con (…) con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Y dado que el amor es una palabra clave, comienza analizando el amor entre el hombre y la mujer, el “eros” del pensamiento griego, para profundizar a continuación en el amor evangélico, un amor predominantemente oblativo, que busca el bien del otro. Benedicto XVI nos ayuda a comprender que, lejos de existir contradicción entre estas dos formas de amor, ciertamente diferentes, hay una unidad profunda cuando se vive de manera equilibrada la realidad corporal y espiritual del hombre. Es decir, que en lugar de destruir el amor entre el hombre y la mujer, convirtiendo en fruto amargo lo más hermoso de la vida, como decía Nietzsche, el cristianismo impulsa el amor humano hasta sus metas más altas. Lo vemos en la persona de Jesucristo, que se dejó crucificar para ensalzar al hombre y hacerle partícipe de la vida divina, de tal forma que queden definitivamente unidos entre sí el amor a Dios y el amor al hombre, como las dos caras de una misma moneda.  

 

La segunda parte de la Encíclica tiene un enfoque más práctico, pero no se puede comprender sin la primera. El Papa nos recuerda que “el Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea, en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia”. Y que “toda la actividad de la Iglesia es la expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano”. Para promover este bien, la Iglesia desarrolla tres actividades básicas: la proclamación del Evangelio, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. Son tres dimensiones que se complementan y se exigen entre sí. Y centrando su atención en el amor, nos recuerda que no basta con que lo vivamos cada uno de modo personal, sino que hay que vivirlo de manera organizada y comunitaria. 

               

Frente a las críticas de algunos pensadores del s. XIX, que veían en la práctica de la caridad una huida o subterfugio de la Iglesia para no abordar la justicia social, el Papa explica que la caridad es inseparable de la justicia y es su mejor complemento. Por eso, la Iglesia, sigue diciendo Benedicto XVI, además de elaborar la doctrina social que anime y oriente a los católicos en su compromiso por la justicia, promueve instituciones caritativas para humanizar la vida y llegar allí donde la justicia no está presente todavía. Es lo que ha intentado hacer a lo largo de toda su historia. 

Finalmente, después de reconocer y alabar el esfuerzo social de los gobiernos, afirma que “no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”, pues “quien intenta desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre”. Porque, añade, “siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestra un amor concreto al prójimo”. Pero el amor cristiano, matiza el Papa, además de distinguirse por la competencia profesional, necesita tres características: apoyarse en el encuentro personal con Jesucristo, estar por encima de ideologías y partidos y no convertirse nunca en un arma de proselitismo. 

               

Con esta presentación os invito a los cristianos y a cuantos buscáis la verdad de Dios y del hombre a que os adentréis cada uno en la densidad de este escrito pontificio. Benedicto XVI nos ofrece en él las líneas maestras de vida y de acción que desea que impregnen su pontificado. Cuando se lee y se medita con sosiego, este documento es un canto a la esperanza; esa esperanza que brota de la fe en Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios.

 

+ Antonio Dorado Soto

Obispo de Málaga y Melilla    

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

D. CARLOS AMIGO. DIOS ES AMOR

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      Dios es amor

 

ABC / Carlos Amigo Vallejo. Cardenal Arzobispo de Sevilla

 

… El amor humano y el ágape cristiano pueden formar una maravillosa síntesis expresada en el matrimonio. La relación entre el amor y la justicia ocupa la segunda parte de la encíclica. Sin amor no es posible la justicia y sin la justicia es imposible la paz…


POCOS han sido los días y muy bien recibido el magisterio. Aunque Benedicto XVI no se haya distinguido por una proliferación de mensajes, sí los suficientes para conocer su pensamiento y trazar lo que pueden ser las líneas maestras de su pontificado. Llega ahora la primera y muy esperada carta encíclica del Papa: Deus caritas est. Dios es amor. Esperábamos el título y el contenido, pues, desde el inicio de su ministerio pontificio, el Papa no cesaba de repetir que Cristo es la fuente de la vida cristiana, que nada había de anteponerse al amor de Cristo, pues donde Él está siempre florece la caridad, el amor cristiano.

Nadie puede extrañarse del tema elegido y del contenido de esta encíclica, pues toda la doctrina de la Iglesia conduce al amor, a meterse, según expresión de Benedicto XVI, en esos «desiertos» de la pobreza, del abandono, de la soledad, del vivir sin dignidad… Y tratar de liberar, no con la fuerza del poder, sino con el agua de ese manantial inagotable de un amor verdaderamente fraterno y bien sostenido por la justicia. Son, pues, muy pocas las claves que se necesitan para comprender esta primera carta encíclica de Benedicto XVI. Pueda servir, de acomodada explicación, la conocida frase de Bossuet: «El amor es una palabra que por mucho que se diga no se repite nunca». Pero, como ha dicho el Papa, «la palabra amor está hoy tan deslucida, tan ajada, y es tan abusada, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios». Sin embargo, habrá que retomarla, purificarla y volverle a dar su mejor y más espléndido significado.


Ha sido el mismo Benedicto XVI quien, al anunciar la fecha de la publicación, avanzaba que con esta encíclica no pretendía sino «iluminar y ayudar a nuestra vida cristiana». Por eso, ni se requiere hacer un análisis profundo sobre el tema elegido ni mucho menos pretender encontrar gestos implícitos y prejuzgadas intenciones. Benedicto XVI sigue fiel a lo que fueron sus primeras intervenciones como Pontífice. A largo de estos meses, se ha podido ver cómo el Papa subrayaba con frecuencia unos principios fundamentales: «Lo que redime no es el poder, sino el amor». «Si el mundo se salva será por quienes se entregan generosamente al servicio de los demás». «El amor es el que impulsa a la persona al servicio de la verdad, a la justicia y al bien». Son ideas que aparecen en sus primeros mensajes y que se hacen ahora estribillo que se va a ir repitiendo en cada uno de los capítulos de esta carta pontificia: el amor todo lo puede, sin el amor nada es posible, en el amor está el camino de la justicia y de la bondad.

En el discurso anual al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Papa, de alguna manera, hizo una anticipada síntesis de esta encíclica, al unir la deseada paz con un amor que es compromiso por la verdad y alma de la justicia, fundamento y vigor del derecho a la libertad, amor que abre el camino al perdón y a la reconciliación y es motivo de nuevas esperanzas, pues el amor no puede quedarse en algo meramente individual, sino que se convierte en una acción comunitaria de la Iglesia.


Dios es amor y quien ama está en Dios y Dios está en él. No podía ser más claro ni dejar mejor asentado, desde el principio, el propósito de esta encíclica: el amor une a Dios y al hombre. En el estilo más propio del Papa Benedicto XVI, las cosas de Dios aparecen siempre como un regalo, un don gratuito y generoso del Señor. Después vienen las consecuencias, el deber y las responsabilidades morales que esa aceptación de la fe suponen. Contenido y lenguaje se van ajustando a esa intención de unir la teología del amor de Dios con la urgencia moral de la caridad.


Después de una pequeña introducción, en la que el Papa subraya cuáles sean los propósitos contenidos en esta encíclica, se abre la carta en dos capítulos, que son como un esmerado desplegable que va señalando la peregrinación por la que discurre el amor cristiano. La primera parte se detiene en la figura de Cristo y en las diferencias entre un amor egoísta y el verdadero amor, que es entrega generosa y reciprocidad. El amor humano y el ágape cristiano pueden formar una maravillosa síntesis expresada en el matrimonio. La relación entre el amor y la justicia ocupa la segunda parte de la encíclica. Sin amor no es posible la justicia y sin la justicia es imposible la paz.


De alguna manera, podríamos decir que esta carta es como el manual que ha de llevarse en esa singular y obligada peregrinación a realizar entre el santuario del amor de Dios y el encuentro con aquellos que se quedaron a la intemperie, sin otro cobijo que la marginación y la pobreza. La fe, ha recordado Benedicto XVI, no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar, sino el criterio que marca la propia vida.


Decía el Papa que «una primera lectura de la encíclica podría suscitar quizás la impresión de que está quebrada en dos partes, que no tienen mucha relación entre sí: una primera parte, teórica, que habla de la esencia del amor, y una segunda parte que trata de la caridad eclesial, de las organizaciones caritativas. Sin embargo, lo que a mí me interesaba era precisamente la unidad de los dos temas, que sólo pueden comprenderse adecuadamente si se ven como una sola cosa».


Una reflexión teológica y pastoral, con el acostumbrado estilo de Benedicto XVI: profunda en la reflexión y expuesta con claridad para comprender el eros y el ágape, el amor humano y caridad cristiana como reflejo de esa unidad entre Dios y los hombres, el matrimonio y la familia, el hombre y la sociedad, la fe y los sacramentos. Amor grande por lo inagotable -«la medida del amor es un amor sin medida»- y universal, porque a todos ha de llegar y ninguno puede quedar excluido en esta mesa del amor de Dios manifestado en Jesucristo y presente en la Iglesia.


Por demás importante y actual es el epígrafe dedicado a la justicia y a la caridad. «Una norma fundamental del Estado -dice el Papa- debe ser perseguir la justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes comunes» (n. 26), subrayando, después, dos situaciones de hecho: que el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política; que el amor siempre será necesario incluso en la sociedad más justa, pues desentenderse del amor es desentenderse del hombre. «Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas» (n. 28).


Un tema, en fin, fundamental, éste del amor cristiano, e imprescindible en la vida y acción de cuantos quieren seguir fielmente a Cristo. En unos momentos de no pocos desconciertos ideológicos, de convulsiones sociales y de ambigüedades religiosas, es particularmente importante que una voz autorizada, como es la del Papa, proclame a todos los vientos que lo más importante es un amor que se hace historia en la entrega de uno mismo al servicio de los demás. Pero, explica y aclara el Papa, la caridad cristiana no tiene afanes proselitistas. «El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar» (n. 31).

NÚMERO DE CUENTA RESTAURACIÓN OBISPADO DE TENERIFE

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Cuenta Pro – Restauración del Obispado

CajaCanarias: 2065 0021 15 3000248228

 

NOTA DE LA VICARÍA GENERAL DE LA DIÓCESIS NIVERIENSE

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NOTA DE LA VICARÍA GENERAL DE LA DIÓCESIS NIVARIENSE

 

 

Día durísimo para todos. Hoy nos hemos levantado, sin apenas dormir, con fe y ánimo firme. Los medios materiales de los servicios diocesanos han sido reducidos a ceniza, pero quedamos lo más importante: las personas.

 

Los que trabajamos en cada uno de los servicios diocesanos, hemos de trabajar hoy y mañana, y estos meses, con todas nuestras fuerzas para que los servicios que prestamos a los Católicos de El Hierro, La Gomera, La Palma y Tenerife y a la entera sociedad Canaria desde esta sede de La Laguna, sean reestablecidos. El trabajo es ingente, pero las llamas no van a acabar con nuestra determinación de reestablecernos de las ingentes pérdidas patrimoniales y “administrativas que hemos, estamos padeciendo.

 

            Nuestro Obispo nos decía ayer, “ésto comenzó en Belén y aquí estamos”. Pues eso. Aquí estamos. A trabajar, a luchar, a mantenernos unidos, a vivir más austeros, a reforzar la fe y esperanza de todas y todos, a interpretare  adecuadamente lo que Dios nos está diciendo con todo esto. Convirtamos la tragedia en una oportunidad saludable para mejorar.

 

Que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde. No estamos solos. Él está, si cabe, más cercano a nosotros en estos momentos.

 

A nivel práctico, hoy se ha abierto una cuenta en Cajacanarias  con el nombre de “Restauración del Obispado”. El Obispo, los Vicarios Generales y de Economía, provisionalmente estos días, estaremos situados en las oficinas del Archivo histórico en la calle Anchieta. La administración se ubica en la sede de la central de peregrinaciones, situada en la Casas de la Juventud, frente el Casino de La Laguna.

 

Gracias a todas y todos. Administraciones, empresas, instituciones, particulares, por tantas muestras de solidaridad y cercanía.

 

 

Antonio Pérez Morales

Vicario General

ANDIAMO AVANTI, CARTA DE D. CARMELO J. PÉREZ

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ANDIAMO AVANTI. PROSIGAMOS

 

 

Prosigamos!, ¡andiamo avanti! Fueron algunas de las primeras palabras del recién estrenado Papa, Benedicto XVI, tras su elección. Y son las palabras que me vinieron a la cabeza cuando conseguí reponerme un poco de las noticias que me llegaban desde Tenerife.


Hemos perdido el Obispado. La tragedia arquitectónica es incuestionable. Pero mucho más difícil será calibrar el alcance del drama humano y diocesano que esta desgracia entraña en toda su magnitud.


Aquellas venerables piedras se han dañado irremisiblemente. Yo conozco bien cada rincón, cada esquina del difunto palacio, y no me hago a la idea de que ya no queda nada. Pero hay mucho más… y peor. Pienso en John, el bedel, que se ha quedado sin casa y sin todo. Y en Elsa y sus compañeras, que han perdido mucho más que su lugar de trabajo con la desaparición de la Librería. Tengo presente a Óscar, el nuevo secretario, recién instalado. Pienso en mis compañeros de la Vicaría de Justicia, y en tantas historias personales que recogían los expedientes aniquilados. Y en los trabajos pendientes sobre las mesas y en los ordenadores, finalmente devastados. No consigo apartar la imagen de la que fue mi oficina durante trece años… y me duele muy dentro todo.


También pienso en las ironías del destino. Ayer tenía que haber llovido en La Laguna. Y ayer, casi por casualidad, nuestro obispo emérito, don Felipe, estaba a pocos metros del incendio. Él, que pisaba por primera vez Tenerife tras la renuncia por razones de enfermedad, también tuvo que asistir al indeseable espectáculo de ver como su hogar y su Obispado desaparecían para siempre. No es justo. No es la imagen de bienvenida que merecía ver el viejo y sabio pastor.


Sin embargo, ¡andiamo avanti!, ¡prosigamos! Me suenan ahora con una inesperada conveniencia aquellas palabras del Papa. Apropiadas para quienes sentimos algo, mucho, por la Iglesia Católica en Tenerife.


Seguro que el mismo sentimiento del Pontífice es el que ahora acuna el obispo, don Bernardo. Por dentro estará dando forma ya a lo que tenemos que hacer, con el empuje que distingue a quienes saben que la Iglesia es mucho más que un edificio. El fuego no ha perdonado nada, pero don Bernardo no permitirá que las llamas arrasen la esperanza. Irá delante, seguro, con otra antorcha: la que ilumina los pasos en medio de la noche a quienes se han dejado abrasar por el calor de la fe.


Si ahora no tenemos piedras que acojan los organismos diocesanos, renovemos nuestra confianza en que las piedras vivas de la diócesis somos nosotros. No perdamos tiempo en echar la vista atrás, otros habrá que se abonen al desaliento. Nosotros, los creyentes, no.


Desafortunadamente, el día de ayer está escrito ya en la crónica de sucesos de la Historia de Canarias. Hoy ha amanecido triste, es inevitable. Pero bien estaría que sobre la derrotada estructura del edificio quemado pusiéramos nosotros las bases de un nuevo comienzo. Una etapa nueva que otros recordarán con orgullo porque no sucumbimos a nuestro ánimo caído.


No se ha quemado la Iglesia. El fuego no ha arrasado ni la fe ni la esperanza. Irrumpamos en la calle, envueltos por el humo, como el obispo, el último en salir. Todavía conmocionados, aprovechamos la ocasión para experimentar, y compartir con quienes nos contemplan, que la fe es un aliento que nos empuja adelante en medio de la contrariedad. Que no se quema. Que no depende de espacios para vivir. Que vive por dentro y se nota por fuera.



Carmelo J. Pérez Hernández
es sacerdote y ha dirigido la Oficina de Prensa del Obispado.

 

(Publicado en Diario de Avisos el 24/01/05)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

D. FRANCISCO CASES ANDREU, OBISPO DE LA DIÓCESIS DE CANARIAS

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Las Palmas de Gran Canaria. 27 / 01 / 2006. – El nuevo Obispo de la Diócesis de Canarias, D. Francisco Cases Andreu, ha pronunciado hoy su primera homilía como Obispo de la Diócesis de Canarias ante unas cuatro mil personas en la Catedral de Santa Ana.

 

Entre las 4.000 personas testigos de su toma de posesión como obispo de la Diócesis  se encontraba el Nuncio del Papa en España, Mons. Monteiro; el obispo saliente, D. Ramón Echarren, y el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo.

 

Uno de los momentos más emotivos de la celebración fueron las palabras de Cases dirigidas al Obispo de la Diócesis de Tenerife, D. Bernardo Álvarez,  declarando que está a su lado tras el incendio en La Laguna y que fomentará la unidad en Canarias. La colecta de hoy ha ido destinada a la rehabilitación de la sede del obispado tinerfeño.

 

Para seguir la ceremonia se habían colocado pantallas gigantes a ambos lados de la plaza y en el interior del templo.

 

 

En la tarde de ayer jueves 26 de enero, Mons. Cases llegó al aeropuerto de Gran Canaria, procedente de Madrid; acudieron a recibirle Mons. Echarren, ahora ya Obispo Emérito de la Diócesis de Canarias, y una nutrida representación de sacerdotes de distintos municipios de la Isla.


Aseguró que su primera tarea en la Isla será la de empadronarse. También anunció que el próximo miércoles comenzará una gira por las islas de Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa «en principio para que me vean y me conozcan, y luego ya empezaremos a trabajar».


D. Francisco Cases sustituirá, por razones de edad, al anterior obispo de Canarias, D. Ramón Echarren, de 76 años, que culminó, con el nombramiento de su sucesor, con 37 años de ejercicio como obispo, de los que 27 los desempeñó en el archipiélago canario.

 

D. ANTONIO CEBALLOS. MANOS UNIDAS

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“OTRO MUNDO ES POSIBLE, DEPENDE DE TI”

  

Carta Pastoral de D. Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

Mis queridos diocesanos:

 

                Cada año en los primeros días del mes de febrero la Campaña contra el Hambre en el Mundo y el día del Ayuno Voluntario, que ella promueve, es para todos como una fuerte llamada a la solidaridad. El lema de este año es muy elocuente: “Otro mundo es posible, depende de ti”. Os exhorto a todos los miembros de la Iglesia del Señor en Cádiz y Ceuta a ser solidarios. A poner nuestro granito de arena en este proyecto solidario Norte-Sur.

 

1. Tejer  la solidaridad entre todos

 

                Este año “Manos Unidas”, además de esperar nuestra colaboración económica para cientos de proyectos, con sus nombres y apellidos, que esperan nuestra generosidad, nos llama a participar en el mejor de sus proyectos, el de tejer la solidaridad entre todos.

 

                Como católicos, podemos contribuir a que dicha celebración sea una interpelación a la solidaridad, que tal y como nos lo enseña el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Sollicitudo rei socialis”, es una “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien a todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS 38).

 

2. Entrañas de misericordia

 

         Esta Campaña contra el Hambre en el Mundo está muy metida dentro del corazón de los gaditanos y los ceutíes, que muestran sus entrañas de misericordia y amor. Observo como cada año crece su atención a este grave problema que trata de devolver su dignidad a miles de seres humanos y procurarles unas condiciones mejores de vida. No es cosa de repetir cifras un año más, que denotan la injusticia y la falta de solidaridad de este mundo inhumano en que vivimos. Unos pocos gozan de la mayor parte de los recursos económicos del planeta en los países del Norte, mientras que en los países del Sur de la Tierra las gentes se mueren de hambre y miseria.

3. Sé solidario: otro mundo es posible

 

                   La palabra solidaridad está hoy día cargada de muchas resonancias y referencias. La palabra solidaridad traduce la actitud del buen samaritano que se manifiesta como prójimo del hombre que se encuentra en el camino de la vida de cada día (cf. Lc 10,29). Es necesario hacerse débil entre los débiles…

 

                   Os facilito unos datos significativos: en el año 2004 se han recaudado 46.347,30 euros, y aprobados 720 proyectos de desarrollo en 60 países, repartidos entre las siguientes prioridades y continentes: – África: 282; – Asia: 233; – América: 205. Como veis, estos sencillos datos exigen de nuestra parte una mayor solidaridad.

 

                   Tenemos que ser solidarios. Ser solidarios con nuestros hermanos más débiles y necesitados, y esto no por un sentimiento superficial de compasión, sino por un cambio de actitud, una conversión. Por encima de los vínculos humanos y naturales tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse, en última instancia, la solidaridad: “Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación” (GS 32).

 

4. Determinación de trabajar por el bien común

 

                   Es amenazadora y pavorosa la distancia entre quienes pueden consumir de todo hasta la saciedad y el derroche, y aquellos que carecen de lo más necesario. Puestos frente a frente, los unos no podrían sostener la mirada de los otros. Sólo puede salvarse lo ancho y lo profundo de esta separación si nos sentimos de veras responsables los unos de los otros “y tomamos la determinación de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno, porque somos verdaderamente responsables de todos”, como nos decía el Papa Juan Pablo II. Para ello es necesario que entre nosotros se reavive la conciencia moral, embrutecida por esta sociedad de consumo que impide escuchar responsablemente el grito de tantos necesitados que nos reclama.

 

5. Millones de seres humanos nos miran a la cara 

 

                   Es necesario que para remediar el hambre en el mundo haya un cambio en las relaciones estructurales entre las naciones y los pueblos. Este cambio lento por fuerza nos pedirá que influyamos en él por todos los medios pacíficos que estén a nuestro alcance. Pero hay, ya ahora, millones de seres en extrema necesidad que se dirigen a nosotros pidiendo una ayuda inaplazable.

 

                   Manos Unidas nos pone en relación inmediata, sin intermediarios, con hombres y mujeres con nombres y apellidos propios, y con sus necesidades y proyectos para salir con su trabajo y esfuerzo de su miseria, y así recuperar su dignidad humana. Estos hombres y mujeres, gracias a los inapreciables oficios de Manos Unidas están inmediatamente junto a nosotros, y nos miran a la cara. No podemos negar una ayuda que con toda seguridad llegará a ellos, para que construyan viviendas, caven pozos, compren maquinaria agrícola, levanten un dispensario, una escuela, etc.

 

6. La solidaridad tiene un nombre: Caridad

 

                   En esta jornada, día 12 de febrero, me dirijo particularmente, a los cristianos. Aquí la solidaridad tiene un nombre: Caridad. La celebración de la Eucaristía está íntimamente vinculada a las exigencias de justicia y amor. Es el “memorial” de la muerte de Cristo por salvar entre otros, el abismo del que hemos hablado. Nadie puede participar seriamente en él sin dar algún paso con Cristo hacia el hermano que nos reclama desde su miseria y necesidad. En este día quiero que pidáis, en el nombre del Señor, una conversión del corazón para todos.

 

                   Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

+ Antonio Ceballos Atienza

    Obispo de Cádiz y Ceuta

 

Cádiz, 12 de enero de 2006.

 

D. ANTONIO CEBALLOS. SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

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“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)

 

Carta Pastoral de D. Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

                Mis queridos diocesanos:

 

                Con particular afecto dirijo un caluroso saludo a todos los cristianos, católicos y no católicos, que desean la unidad y se preocupan de que esta aspiración se traduzca en una fidelidad al mensaje de Jesucristo, el cual oró al Padre por la unidad de todos los que creen en su nombre. Os invito a participar en la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que tendrá lugar del 18 al 25 de enero de 2006.

 

1. Donde dos o tres….

 

                Hace sólo unas semanas celebrábamos todos los cristianos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, designado por el evangelista san Mateo como Jesús, el “Salvador” y el “Dios con nosotros” (cf. Mt 1,21-23). En este contexto se expresa la promesa de Jesús, que sirve de tema para la Semana de Oración por la unidad de los cristianos en este año: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Y tengamos también presente las palabras de Jesús en la llamada oración sacerdotal: “Que todos sean uno, para que el mundo crea” (cf. Jn 17).

 

2. Son más las cosas que nos unen que las que nos separan

 

                Esta confesión unánime y muchos otros elementos comunes que enumeró el Concilio Vaticano II en su Decreto sobre el Ecumenismo fundamentan las relaciones de buena hermandad que deben mantener las diferentes Iglesias cristianas, a pesar de las prolongadas discordias y enemistades que marcaron largas etapas del pasado. El buen Papa Juan XXIII nos recordó, una y otra vez, que son más fuertes las cosas que nos unen que aquellas que nos separan.

 

 

 

 

3. Pedir la gracia y el don de la unidad

 

                Durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos y en nuestra oración por la unidad durante todo el año, os invito a tomar conciencia de que la unidad es una gracia y de que debemos invocar sin cesar este don. Para ello nada  mejor que confiar en la presencia de Jesús que ha prometido a sus discípulos: “Os digo  también: si dos de vosotros, estéis donde estéis, os ponéis de acuerdo para pedir algo en oración, mi Padre celestial os lo concederá” (Mt 18,19). Y también tener presente el capítulo 17 del evangelio de san Juan, que nos habla de la centralidad que los cristianos de todos los tiempos descubren en la plegaria y en la  oración  por la unidad : “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21).

 

4. Unidad cristiana y unidad de la humanidad

 

                En el contexto de esta semana y dadas las divisiones eclesiales, ninguna oración como ésta para obedecer e identificarnos con el deseo de Jesús. La oración al Padre será asumida por todos los cristianos de tantas tradiciones diversas y, sin duda, será escuchada por Aquel que concede toda dádiva y todo don.

 

                Vale la pena recordar que la oración por la unidad no puede ni debe representar una preocupación marginal entre otras muchas. Toca el fondo de la obra redentora de Cristo. La unidad de sus discípulos es vital para hacer creíble el mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres del mundo. Por eso, unidad cristiana y unidad de la humanidad son realidades que se implican mutuamente. No cabe la segunda sin la primera. Es el sentido profundo del que “todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21).

 

5. Restauración de la unidad visible

 

                Las dificultades por las que atraviesa el movimiento ecuménico son obvios. Pero este hecho no debe hacernos rebajar la guardia, antes al contrario, debería estimularnos a todos a proseguir en esa búsqueda de unidad visible.

 

                Todos conocemos las dificultades y diferentes niveles en el que se mueve el trabajo ecuménico. El doctrinal, el institucional, el “de base”. Pero hay uno que envuelve, de alguna manera, a todos los demás: la plegaria, que es como el “alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual” (UR 8).

 

                Al dirigiros estas líneas tengo muy presentes los gestos y palabras del Papa Benedicto XVI, y más concretamente de su antecesor, el Papa Juan Pablo II: “Contra el fondo de la desunión humana la difícil marcha hacia la unidad cristiana debe ser continuada con determinación y coraje, aunque se perciben obstáculos que bloquean la senda. Aquí y de forma solemne, nos comprometemos de nuevo, con nosotros mismos y con los que representamos, a la restauración de la unidad visible y la plena comunión eclesial, en la confianza de buscar algo menos sería traicionar la intención del Señor por la unidad de su pueblo” (Juan Pablo II y el Primado Anglicano, 1989).

 

6. Convertir esta urgencia en un reto

 

                Nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta, poco a poco, va asumiendo la tarea ecuménica. Durante la celebración de nuestro Sínodo Diocesano se hicieron verdaderos gestos en este sentido.

 

                Os invito a todos, un año más, a convertir esta urgencia en un reto. Del día 18 al 25 de enero nos uniremos a la misma oración del Señor: “Que todos sean uno para que el mundo crea”, y sabiendo también que “donde dos o tres se reúnen en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Esta será la plegaria y la experiencia cristiana de nuestras parroquias, de nuestras comunidades religiosas, de nuestros grupos juveniles. Esta será nuestra valiosa aportación al movimiento ecuménico. Cuando nos reunimos para orar juntos por la unidad, la unidad se siente cercana. Oremos, pues, unidos “para que todos sean uno”.

 

                Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

                                                               + Antonio Ceballos Atienza

                                                             Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

Cádiz, 10 de enero de 2006.

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