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Clausura diocesana del Año Jubilar de la Esperanza, en la Catedral de Guadix

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Clausura diocesana del Año Jubilar de la Esperanza, en la Catedral de Guadix

Será este domingo 28 de diciembre, en la Misa de 12 y todos estamos invitados

Este domingo 28 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, la diócesis de Guadix clausura el Año Jubilar de la Esperanza. Será en la Catedral accitana, que ha sido templo jubilar, en la Misa de 12, con una celebración de la Eucaristía que estará presidida por el obispo accitano. Fue el mismo obispo, D. Francisco Jesús Orozco, quien abrió la Puerta Santa de la Catedral, y con ella el Año Jubilar, el 29 de diciembre del año pasado. A la semana siguiente, el sábado 4 de enero de 2025, se abrió la Puerta Santa en el santuario de Face Retama, que ha sido el otro templo jubilar con el que ha contado la diócesis de Guadix.

Ha sido un año lleno de gracia y de celebraciones, en toda la Iglesia y también, en la diócesis accitana. Muchas instituciones diocesanas, hermandades, parroquias, arciprestazgos… han pasado por la Catedral o por Face Retama para lucrar las indulgencias y para vivir una experiencia espiritual, de celebración de la fe y de comunión con la Iglesia. Un año de gracia que ya termina en nuestra diócesis y que lo hará definitivamente, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 6 de enero de 2026, cuando el papa León XIV cierre su Puerta Santa.

Convocado como Año de la Esperanza, con el lema “Peregrinos de esperanza”, este año jubilar fue promulgado por el papa Francisco para conmemorar el 2025 aniversario del nacimiento de Cristo. Y de esperanza se ha hablado, y con esperanza se ha trabajado, durante todo este año en la Iglesia. También en la diócesis de Guadix. Ahora toca vivir lo aprendido y lo experimentado, para seguir siendo peregrinos de esperanza en un mundo que la necesita.

A la celebración de clausura en la Catedral de Guadix estamos convocados todos. Será, además, una Misa en la que se celebrará la fiesta de la Sagrada Familia y las bodas de oro y de plata de aquellos matrimonios que quieran celebrarlas en la Catedral, recibiendo la bendición del Señor de manos del obispo diocesano. Para participar como matrimonio y celebrar las bodas de oro o de plata solo hay que asistir, aunque conviene comunicarlo antes, en el teléfono 647995512, para facilitar la organización. La delegación de Familia y Vida se encarga de prepararlo todo y seguro que algún detalle tendrá con los que cumplen esos 25 o 50 años de casados.

Sin duda, la Misa de este domingo 28 de diciembre va a ser muy especial en la Catedral. Y todos estamos invitados

Antonio Gómez

Delegado diocesano de MCS. Guadix

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FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA, por Manuel Pozo Oller

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En el domingo de la infraoctava de Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia que este año coincide con la clausura en las diócesis del año jubilar de la esperanza.

La liturgia, de la mano de san Mateo (2.13-15.19-23) nos propone este domingo dos escenas exclusivas de este evangelio con las que el autor quiere plantear la siguiente cuestión: Si Jesús había nacido en Belén, ¿por qué le llaman nazareno? En la respuesta a esta cuestión se da mucha importancia a los topónimos de Egipto y Nazaret.

El relato de los hechos se enmarca en una doble dirección. Por un lado, la persecución al Niño y, por otra, la acción de Dios que se vale de José que escucha en sueños la voz de Dios que le dice, una vez que los sabios de Oriente se marcharon, «levántate, y coge al niño y a su madre, y huye a Egipto» (v. 13). Herodes el Grande (39 – 4 a. C.) buscaba al niño para matarlo. La situación descrita recuerda la vida de Moisés narrada en el libro del Éxodo: la matanza de los niños inocentes (cf. 1, 15-16), la huida de la corte (cf. 3,14-15) y la vuelta a Egipto cuando habían muerto los que intentaron acabar con él (cf. 4,19-23). San Mateo presenta a Jesús en el relato como el nuevo Moisés libertador del pueblo.

La segunda parte del texto narra el establecimiento de la familia en Nazaret que, según el parecer del escritor sagrado, no se debió al hecho de que María y José vivieran ya allí, sino por el peligro que suponía permanecer en Belén, reinando en Judea Arquelao, uno de los muchos hijos de Herodes, con fama de cruel.

Con estas notas históricas, de idas y venidas, el evangelista quiere transmitir desde el primer momento que la persecución será una constante en la vida de Jesús. La citación del profeta Oseas, «de Egipto llamé a mi Hijo» (11,1), recuerda la situación padecida por la familia de Jacob en ese mismo país (Gn 46,1-7). Dios llama a su Hijo de Egipto, porque quiere empezar bajo su liderazgo el nuevo y definitivo éxodo que libere al pueblo de la esclavitud. El Hijo de Dios se convierte en hijo de los hombres, asumiendo las penurias y dificultades de su pueblo desde una aldea desconocida y sin brillo.

En este domingo tengamos presente a los millones de personas que sufren persecución y destierro. Actualmente se estimaba que hay 42,7 millones de personas exiliadas de sus países. Hoy, también, celebramos la Jornada de la Sagrada Familia con el lema propuesto de «Matrimonio, vocación de santidad». Pedimos que el hogar de Nazaret sea referencia de nuestras familias y de la Iglesia.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

 

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Navidad: El encuentro que salva (Tribuna Diario de Sevilla. 24-12-25)

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Navidad: El encuentro que salva (Tribuna Diario de Sevilla. 24-12-25)

Tribuna para el Diario de Sevilla. Navidad 2025

Cada año, cuando llega la Navidad, se despiertan en nuestra sociedad sentimientos y anhelos profundos. Las luces, los encuentros familiares, los regalos, los gestos de solidaridad y los buenos deseos forman parte del paisaje habitual de estas fechas. Todo ello posee un valor y una belleza indudables. Sin embargo, conviene recordar con claridad que el centro de la Navidad no son los efectos visibles ni las consecuencias sociales que se derivan de ella, sino la causa originaria que le da sentido a todo. Y esa causa no es otra que la persona de Jesucristo. La Navidad es mucho más que una idea, un sentimiento o una tradición cultural, es un acontecimiento. Es la irrupción de Dios en la historia humana, es el misterio admirable de un Dios que, movido por un amor infinito, no permanece distante, sino que se acerca, se hace uno de nosotros y entra en nuestra historia concreta para salvarnos. Como proclama la fe de la Iglesia, celebramos que “nos ha nacido un Salvador” (cf. Lc 2,11). Jesús viene a salvarnos. Esta es la gran noticia que da sentido a todo lo demás.

En un mundo marcado por la incertidumbre, la violencia, las desigualdades y el sufrimiento de tantos inocentes, la Navidad nos recuerda que Dios no ha abandonado a la humanidad. Al contrario, ha querido compartir nuestra condición, asumir nuestra fragilidad y caminar con nosotros. El Hijo eterno del Padre entra en el tiempo; el Infinito se hace pequeño; el Todopoderoso se presenta como un niño necesitado de cuidado y ternura. Este es el escándalo y, al mismo tiempo, la grandeza de la Navidad cristiana. Por eso, vivir la Navidad de verdad no consiste solo en mantener unas costumbres o en reproducir unos gestos heredados, sino en dejarnos interpelar por este acontecimiento y abrirnos a un encuentro personal con Cristo. El cristianismo no se reduce a una ética, a una visión del mundo o a un conjunto de valores, por muy nobles que estos sean. Como señaló con lucidez el gran pensador alemán Romano Guardini “la esencia del cristianismo no es una doctrina ni una moral, sino la persona de Jesucristo”. Esta afirmación, tan sencilla como profunda, resulta especialmente iluminadora en Navidad.

La fe cristiana nace y se sostiene en un encuentro. Un encuentro que transforma la vida, que da sentido a la existencia y que abre horizontes de esperanza. Los pastores y los magos no acudieron a Belén movidos por una idea abstracta, sino atraídos por una presencia. Se encontraron con un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, y en ese encuentro descubrieron a Dios hecho carne. También hoy la Navidad nos invita a lo mismo: a encontrarnos con Cristo vivo, a reconocerlo, acogerlo y adorarlo. Cuando este encuentro es real y profundo, la vida cambia. De la persona de Jesús brota una manera nueva de mirar al ser humano y de comprender el mundo. De su vida y de su mensaje se desprenden valores que todos reconocemos como fundamentales: la justicia que defiende la dignidad de cada persona, la paz que nace de la reconciliación, el amor que se entrega sin condiciones, la solidaridad que se hace cargo del más débil, la misericordia que no excluye a nadie. Estos valores no surgen de la nada; tienen su raíz en Cristo.

Aquí se sitúa el núcleo del humanismo cristiano. No se trata de un pensamiento restringido al hombre o a una construcción ideológica, sino de una visión de la persona iluminada por el misterio de la Encarnación. En Jesús, Dios revela plenamente al hombre su propia verdad y su vocación más alta. Por eso, cuando la sociedad asume estos valores, cuando se traducen en gestos concretos de justicia, de fraternidad y de cuidado mutuo, está bebiendo —a veces sin saberlo— de una fuente profundamente cristiana. Sin embargo, es importante no invertir el orden. El riesgo de nuestro tiempo es quedarnos solo en los efectos y olvidar la causa; admirar los valores cristianos sin reconocer su origen; hablar de paz, de solidaridad o de fraternidad sin referencia a Cristo. La Navidad nos llama a volver a las raíces, a la fuente de donde brota todo. Si se pierde a Cristo, esos valores terminan vaciándose de contenido o reduciéndose a consignas bienintencionadas, pero frágiles.

Por eso, la Navidad es una invitación a apuntar a lo esencial. A detenernos en medio del ruido y de la prisa para contemplar el misterio de un Dios que se hace cercano, a abrir el corazón para que Cristo nazca también en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra sociedad. No se trata de un nacimiento simbólico, sino real: Cristo quiere habitar en nosotros, iluminar nuestras decisiones, sanar nuestras heridas y sostener nuestra esperanza. Celebrar la Navidad con sentido, con profundidad y con verdad implica no apagar en el alma los brotes de la fe, de la esperanza y del amor efectivo y compartido. Implica cuidar nuestras tradiciones, que son expresión de una fe encarnada en la cultura, pero sin quedarnos en la superficie. Implica, sobre todo, dejarnos encontrar por Cristo y responder a su amor con una vida coherente y entregada.

En medio de las noches de nuestro mundo, la Navidad es un estallido de luz; en medio de los conflictos y las divisiones, es una promesa de paz; en medio del egoísmo y la indiferencia, es una llamada al amor verdadero. Todo esto es posible porque Jesús ha nacido, porque Dios ha entrado en nuestra historia, porque Cristo viene a salvarnos. Que esta Navidad nos ayude a volver al centro, a lo esencial, a la persona de Jesucristo. Que no nos quedemos solo en los efectos, sino que vayamos a la raíz. Y que, desde ese encuentro vivo con Él, podamos construir una sociedad más justa, más fraterna y más humana.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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Festividad de la Sagrada Familia: Jesús, María y José

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Festividad de la Sagrada Familia: Jesús, María y José

El Evangelio de hoy nos presenta a la Sagrada Familia en una situación de extrema fragilidad. El Niño Jesús, portador de la salvación, debe huir para sobrevivir. José y María se ven obligados a abandonar su tierra, su seguridad y sus planes, confiando únicamente en la palabra de Dios. Así, el Hijo de Dios entra en la historia humana no desde el poder, sino desde la precariedad y el exilio.

Este pasaje nos revela que la familia es el primer lugar donde se acoge y se protege la vida. José, figura silenciosa pero decisiva, encarna la obediencia confiada: escucha, discierne y actúa sin demora. No busca seguridades humanas, sino cumplir la voluntad de Dios, aun cuando ello implique desarraigo e incertidumbre. En él descubrimos una paternidad responsable, valiente y profundamente creyente.

La huida a Egipto muestra que Dios no promete a las familias cristianas una vida sin dificultades, sino su presencia fiel en medio de ellas. La Sagrada Familia no queda al margen del sufrimiento, pero lo atraviesa unida, sostenida por la fe y por el amor que se entrega. Como recuerdan nuestros obispos, la vocación matrimonial y familiar es un camino concreto de santidad, donde el amor se hace don y misión, incluso en medio de la prueba.

El regreso a Israel tampoco es inmediato ni sencillo. José vuelve a discernir, atento a la realidad y a la voz de Dios. Nazaret será el lugar elegido: humilde, discreto, aparentemente insignificante. Allí crecerá Jesús. Así se nos recuerda que Dios actúa desde lo pequeño, desde hogares sencillos donde el amor cotidiano se vive con fidelidad.

Este Evangelio interpela hoy a nuestra sociedad española, marcada por el individualismo, la inseguridad y el miedo al compromiso. Nos invita a redescubrir el valor de la familia como espacio de acogida, de transmisión de la fe y de cuidado mutuo. Frente a una cultura que a veces desprestigia el matrimonio, la Sagrada Familia nos muestra que el amor fiel y fecundo es posible cuando se vive abierto a Dios.

A las familias cristianas, este texto les recuerda que su hogar está llamado a ser “Iglesia doméstica”, primer tabernáculo donde Dios habita. Incluso en la dificultad, en la precariedad económica, en la enfermedad o en la incertidumbre, el Señor camina con vosotros. Custodiar la vida, educar en la fe, amar sin reservas y perseverar juntos es una auténtica misión eclesial.

Que la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a volver al amor primero, a vivir nuestra vocación como don recibido y entregado, y a ser, en medio del mundo, testigos humildes y luminosos del amor de Dios.

Para la reflexión:

  • ¿Cómo cuidamos y protegemos hoy la vida en nuestras familias, especialmente la más frágil?
  • ¿Somos capaces de discernir la voluntad de Dios en medio de la incertidumbre, como hizo san José?
  • ¿De qué manera nuestro hogar puede ser un signo visible del amor fiel, paciente y fecundo de Dios en la sociedad actual?

Juan Miguel Jiménez Bocanegra y Rocío Padilla Diaz de la Serna
Delegados Diocesanos de Familia y Vida

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Homilía de la Misa del Gallo 2025

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Homilía de la Misa del Gallo 2025

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Catedral de Santa María de la Sede, Sevilla. 24 de diciembre de 2025. Lecturas: Is. 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 11-3.11-13; Tit. 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: ¡Santa y Feliz Navidad! Cabildo de la Catedral, sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; también los que participáis a través del canal YouTube de la Catedral. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9,1). Esta proclamación del profeta Isaías resuena de nuevo en esta noche santa. En medio de las oscuridades de la historia, Dios hace brillar una luz que no se apaga y que vence toda sombra: Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, nacido de María Virgen en Belén de Judá. Esta es la noche en la que se cumple la esperanza de Israel y la humanidad entera reconoce que Dios ha venido a nosotros.

La liturgia de la Misa del Gallo nos invita a contemplar el misterio con la mirada humilde de los pastores y con el corazón fiel de María y José. Los textos bíblicos que hemos escuchado convergen en un mismo anuncio: ha aparecido la luz, ha brillado la gracia, ha nacido el Salvador. El profeta Isaías habla a un pueblo sometido por el peso de la incertidumbre, amenazado por invasiones y marcado por el pecado. Y en medio de esa situación, anuncia un tiempo nuevo: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5). Este Niño es el Mesías, el Enviado, “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”.

A lo largo del año 2025 hemos sido testigos de muchas sombras: tensiones sociales, conflictos bélicos, heridas abiertas en diversos lugares del mundo, especialmente donde el odio y la violencia parecen tener la última palabra. Sin embargo, esta noche santa escuchamos de nuevo una verdad que sostiene nuestra esperanza: la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha vencido (cf. Jn 1,5). En la segunda lectura, san Pablo proclama que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Aquel Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre es la manifestación de esa gracia salvadora. No es una idea abstracta, no es un sentimiento, no es un mito: es una Persona viva, cercana, que entra en nuestra historia para transformarla desde dentro.

San Lucas nos ofrece en su evangelio la profundidad de la Encarnación. María da a luz a su Hijo primogénito en Belén, y allí, en el marco sencillo de un establo, entre silencio, pobreza y adoración, Dios se hace Niño. La señal para los pastores es un signo sorprendente: no la gloria del poder, sino la pequeñez de la ternura. Dios elige la pobreza para revelarse, elige lo humilde para confundir la soberbia, elige el silencio para hablar al corazón. El anuncio de los ángels se dirige a pastores, hombres sencillos de aquel tiempo. Y el mensaje es directo y universal: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Tres títulos que resumen la identidad de Jesús: Salvador, porque nos libera del pecado y de la muerte; Mesías, porque cumple las promesas del Padre; Señor, porque es Dios verdadero. A continuación, se une el coro celestial: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). He aquí la síntesis del misterio: gloria y paz; alabanza y reconciliación; adoración y fraternidad.

La Navidad no es un recuerdo sentimental del pasado; es un acontecimiento presente que renueva la vida del creyente y lo introduce en la dinámica del amor redentor de Cristo. Cada año, al acercarnos a este misterio, somos invitados a dejar que la luz penetre en nuestras oscuridades, para que todo en nuestra vida sea transformado por Él. Por eso, esta noche el Señor nos pide abrir el corazón: a la fe, a la esperanza y al amor. Nos llama a vivir la reconciliación en la familia, en el ambiente laboral, en la comunidad cristiana. Nos invita a renovar el perdón y la misericordia. Nos urge a poner en el centro a los pobres, a los que sufren, a los enfermos y a quienes más necesitan una palabra de consuelo.

Celebramos esta Navidad dentro del Año Jubilar 2025 que está llegando a su conclusión. Un año de gracia en el que toda la Iglesia ha sido invitada a “peregrinar en la esperanza”. En este contexto jubilar, la Navidad recibe una significación particular: Cristo, que “ha aparecido para todos los hombres” (Tit 2,11), es la verdadera Puerta Santa por la que entramos en el misterio de la salvación. Él es la puerta del redil, la puerta de la misericordia, la puerta que nos conduce al Padre.

Nuestra Iglesia diocesana ha vivido intensamente este Año Jubilar. Damos gracias a Dios por tantos acontecimientos de gracia que han tenido lugar: las peregrinaciones a Roma, las celebraciones jubilares en la Catedral y en los otros templos jubilares, los encuentros diocesanos; la Misión en numerosos pueblos y barrios, especialmente la Misión de la Esperanza, que ha dejado una profunda huella evangelizadora; y las constantes iniciativas de formación, oración, de caridad, de adoración y misión, que han impulsado a tantos fieles a renovar su vida espiritual y su compromiso apostólico. Todo ello ha sido posible gracias al trabajo de sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, laicas y laicos comprometidos, hermandades, movimientos, delegaciones y servicios pastorales. El Señor ha estado grande con nosotros, y esta noche santa es una ocasión privilegiada para agradecerlo.

No podemos contemplar el misterio del nacimiento del Señor sin mirar a la Sagrada Familia. María, con su fe sin reservas, nos enseña a acoger la Palabra de Dios con docilidad. Ella es la primera creyente, la mujer del “sí”, la Madre del Redentor. José, por su parte, es el custodio fiel, el hombre justo que cumple la voluntad de Dios en silencio y obediencia. Los dos nos muestran el camino para vivir nuestra vocación cristiana escuchando a Dios, también cuando no lo entendemos todo; confiando en Él, incluso en medio de las dificultades; sirviendo al prójimo, especialmente a los más pobres; protegiendo la vida, desde su concepción hasta su final natural; viviendo en familia la fe, sabiendo que la familia es la primera escuela del amor y la fraternidad.

La Navidad no termina en la belleza de la liturgia ni en los cantos de esta noche. La Navidad pide una respuesta. Dios se nos da para que nosotros también nos demos a los demás. Este año 2025 nos ha impulsado a salir, a anunciar, a celebrar, a servir. Hemos renovado nuestro deseo de vivir una Iglesia en salida, como insistió el Papa Francisco, una Iglesia que se deja mover por la misericordia y la esperanza. Por eso, la Navidad es también una misión: anunciar la alegría del Evangelio, llevar la luz allí donde hay oscuridad, sembrar reconciliación donde existe división, ofrecer amistad donde reina la soledad. La paz, que los ángeles proclaman esta noche, es un don y una tarea. Es un don que recibimos del Niño Dios, y una tarea que realizamos como discípulos suyos. Que en esta Noche Santa renovemos nuestro compromiso en la construcción de la paz, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero. La paz, por la que tanto clama el Papa León, especialmente ahora, en Navidad.

Queridos hermanos y hermanas, como los pastores, también nosotros vayamos a Belén. Vayamos con fe, con humildad, con actitud de adoración. Acerquémonos al pesebre interior de nuestro corazón para acoger al Señor. Dejemos que ilumine nuestras vidas, que cure nuestras heridas, que fortalezca nuestras debilidades. Dejemos que Él sea realmente el centro de nuestra Navidad. Contemplando a Cristo Niño, renovemos nuestra esperanza. Él es la gracia que ha aparecido, la luz que brilla, la paz que se da. En Él Dios se hace cercano para siempre. Pidamos a la Virgen María, Madre del Dios encarnado, y a san José, custodio del Redentor, que nos acompañen en este tiempo santo. Que nos preparen para concluir con fruto el Año Jubilar y para comenzar un nuevo año abiertos a la gracia, a la misión y a la esperanza que viene de Cristo. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Santa y Feliz Navidad.

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Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria

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En este día de Navidad, muchos fieles jiennenses y también familias procedentes de fuera de la provincia se han dado cita en la Iglesia Catedral para celebrar, junto al Obispo del Santo Reino, que Dios ha entrado a formar parte de la humanidad y lo ha hecho en la humildad de un pesebre.

La celebración eucarística daba comienzo a las 11:30 de la mañana. Presidía el Obispo de Jaén, Monseñor Chico Martínez. Acompañad del Rector del Seminario, D. Juan Francisco Ortiz, del formador, D. Raúl Contreras. También, estaba presente el canónigo emérito, D. Juan Viedma; y como maestro de ceremonias, el litúrgico, D. Antonio Lara. Don Sebastián, ha contado. Con la presencia de varios seminaristas. Que junto. A los voluntarios de la Catedral han acolitado la celebración.

Hoy, miembros de la Cofradía de la Buena Muerte han participado de las lecturas de este día de Navidad, junto con uno de los seminaristas. El Evangelio lo ha proclamado el diácono, D. José Extremera. Las voces blancas de la Escolanía de la Catedral, bajo la dirección de Cristina García de la Torre, y al órgano, Alberto de las Heras han armonizado la celebración.

Homilía

El Obispo de Jaén ha comenzado la homilía felicitando la Navidad para, a continuación, afirmar: “La Navidad siempre nos sitúa ante algo nuevo, pero este año lo hace con una fuerza singular. Celebramos el nacimiento del Señor en el Año Jubilar de la Esperanza, cuando conmemoramos los 2025 años de la Encarnación del Hijo de Dios. No es solo un aniversario que recordamos: es un misterio que se hace presente y actual”, a lo que ha añadido, “Hoy la luz de Dios nos permite mirar la vida con otros ojos: más limpios, más compasivos, más confiados. En medio de un mundo herido por la violencia, la injusticia y la incertidumbre, la Navidad nos dice que Dios no se ha cansado del ser humano, que sigue creyendo en nosotros y apostando por nuestra historia”.

Después, el Prelado jiennense ha querido profundizar en las lecturas que se acaban de proclamar, para decir, “Dios no ha querido salvarnos desde lejos ni desde arriba, sino desde dentro de nuestra condición humana. Se hace pequeño, pobre, vulnerable. Nace en los márgenes, lejos de los palacios y del poder. En un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre, Dios se acerca hasta el extremo. Nadie puede decir que Dios esté lejos, nadie puede sentirse olvidado. En Belén, Dios ha acampado para siempre en nuestra historia. Nadie está fuera de ese pesebre: los pastores pobres, los magos buscadores, los que llegan a tiempo y los que llegan tarde… todos caben delante del Niño”.

En ese mismo sentido ha querido enfatizar, “La Navidad nos recuerda quiénes somos y a qué estamos llamados: a vivir como hijos, con libertad interior, con confianza, con esperanza. Pregúntate: ¿estoy viviendo como hijo –confiado, libre, esperanzado– o como esclavo del qué dirán, del consumo, del rencor, del pasado?”

Asimismo, Don Sebastián no ha querido dejar pasar esta solemnidad para recordarnos que la “Navidad nos coloca ante la decisión más importante de la vida: acoger o rechazar a Cristo, abrirle la puerta o dejarlo al margen. Acoger a Jesús no significa solo creer unas verdades, sino seguir su camino, asumir su estilo de vida, amar como Él amó. No es un camino fácil, pero sí profundamente gozoso, porque desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, la única manera de ser plenamente humanos es vivir como hijos de Dios.”

Tras la proclamación del Credo niceno constantinopolitano, las preces han estado participadas por algunos de los fieles que han acudido al Templo.

La bendición solemne ha dado paso a la veneración del Niño Dios, que se encontraba a los pies del presbiterio, y que el Obispo ha dado a besar a todos los que se le han acercado.

Un día familiar lleno de agradecimiento a Dios que eligió la humildad de la Sagrada Familia de Nazaret para hacerse uno como nosotros, en todo excepto en el pecado, y unir para siempre el cielo con la tierra.

Galería fotográfica: «Navidad 2025»

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Una Nochebuena con las puertas abiertas: la parroquia de Regiones acoge a los más vulnerables

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La parroquia de Regiones vivió anoche una Nochebuena distinta y profundamente evangélica. Treinta personas sin hogar compartieron mesa y calor humano en una cena preparada con esmero gracias a la implicación de los grupos parroquiales y de la asociación de vecinos, que se volcaron desde primera hora en acondicionar la sala y reunir los menús.

Nada fue comprado para la ocasión: cada plato, cada mesa y cada detalle llegó desde las casas de quienes quisieron compartir “de lo nuestro”, haciendo realidad el sentido más auténtico de la Navidad. Las Hijas de la Caridad facilitaron la participación de los usuarios de su comedor, que se sumaron a una celebración marcada por la sencillez y la fraternidad.

Antes de la cena, se adoró la imagen del Niño Jesús, poniendo el encuentro bajo la mirada del Dios que nace pobre y desamparado. Tras la comida, muchos de los asistentes participaron en la Misa del Gallo celebrada a medianoche, prolongando así una noche cargada de sentido y emoción.

La lluvia y el mal tiempo llevaron a la parroquia a dar un paso más: los salones quedaron abiertos y varias de estas personas pudieron pasar allí la noche. A la mañana siguiente, los desayunos esperaban ya preparados, como signo de una acogida que no se limita a un gesto puntual, sino que se hace cuidado concreto.

“Como en la noche santa, Cristo desamparado ha tocado a la puerta y hemos querido que esté abierta y no cerrada”, comentaban desde la comunidad parroquial. La experiencia fue vivida como un verdadero motivo de alegría y esperanza, recordando que la Navidad cobra todo su sentido cuando se convierte en acogida real al hermano más necesitado.

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NAVIDAD, LA FE SIN MAQUILLAJE, por Jesús Martín Gómez

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Existe una tentación continua entre los creyentes de hoy. Se trata de confundir la fe con su envoltorio. Hablamos de valores, de bienestar, de inclusión, de experiencias, de emociones, de discursos, de posiciones morales, de pros y contras, de conservadores y de progresistas. Se nos cuelan todas las ideologías y las confundimos con la fe, además las predicamos y sembramos confusión entre quienes nos escuchan. Cuando el adorno ocupa el lugar de lo necesario la fe comienza a ser una decoración y no una buena noticia.

Tal vez tengamos miedo a presentar la fe católica sin ambages, porque no es amable en el sentido superficial del término, porque nadie quiere escuchar la verdad. La fe no es una dormidera para la conciencia, no es un barniz espiritual, una pose que se suma a una vida ya satisfecha. El núcleo de la fe es el hecho de que Dios ha entrado en la historia sin protección. Este acontecimiento nos desinstala a la fuerza, nos obliga a salir de nosotros mismos. En esto consiste la Navidad y también la cruz, la vida entera de Cristo.

La Navidad es una escena incómoda. Dios aparece como un niño desnudo, dependiente, expuesto al frío, al rechazo, a la pobreza, no es un símbolo. Solo hay carne frágil que nos obliga a sacudir nuestras categorías religiosas. Nuestro Dios no explica, solamente se ofrece, vive con nosotros. No se trata de un Dios que resuelve desde arriba, sino un Dios que ha asumido hasta el fondo nuestra fragilidad.

Pero, entonces ¿qué ha pasado con nuestra predicación? ¿por qué perdemos el tiempo hablando de lo contingente? Estructuras, modas pastorales, adaptación del lenguaje… han ocupado el lugar de lo esencial. Es una idolatría de lo que nosotros podemos hacer por Dios, pero no de lo que Dios hace con nosotros. Ofrecemos una fe compatible con todo que más que convertirnos nos ajusta para encajar. Pero si la fe no hiere el orgullo, no confronta el pecado, no nos invita a vivir en plenitud, se ha transformado en un sucedáneo piadoso.

La Navidad y la cruz no son episodios decorativos del calendario litúrgico; son el criterio. Ahí Dios se muestra sin maquillaje. No como idea consoladora, sino como verdad desnuda. Quizá el problema no sea que la fe resulte dura, sino que hemos dejado de anunciarla tal como es. Una fe que no necesita adornos y cuya fuerza está en el contenido. Volver a Cristo, esa es la tarea que no hará la fe más popular, pero sí más fiel. Y, al final, más verdadera.

Jesús Martín Gómez

Párroco de Vera

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La Catedral de la Merced celebra con fervor la Solemnidad de la Natividad del Señor

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La Catedral de la Merced celebra con fervor la Solemnidad de la Natividad del Señor

La comunidad diocesana se congregó en la noche del 24 de diciembre para participar en la tradicional «Misa del Gallo», celebrada a las 00:00 horas. La solemnidad estuvo acompañada por el coro catedralicio, cuyos villancicos tradicionales enriquecieron la liturgia y ayudaron a vivir con profundidad el misterio del Nacimiento del Señor.

Durante su homilía, monseñor Santiago Gómez Sierra subrayó el sentido auténtico de la Navidad, invitando a acoger a Cristo en el corazón y a traducir esa acogida en gestos concretos de amor y cercanía hacia los más necesitados. El obispo animó a los presentes a dejarse transformar por el mensaje de esperanza que trae el nacimiento de Jesús.

Las celebraciones han continuado este jueves, día 25 de diciembre, a las 12:00 horas, con la Misa de la Solemnidad de la Natividad del Señor. En esta Eucaristía, el obispo diocesano exhortó a los fieles a reconocer a Dios tal como se revela y a imitar la prontitud de los pastores que acudieron sin demora al encuentro del Niño Jesús.

Asimismo, monseñor Gómez Sierra animó a no aplazar el acercamiento a las cosas de Dios, recordando que la Navidad es una llamada permanente a vivir con fe, disponibilidad y alegría el encuentro con Cristo hecho hombre. Al término de la Santa Misa se realizó un Devoto Besapiés a la Sagrada Imagen del Niño Dios.

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Misa del Gallo: ¡Dejémonos iluminar por Cristo!

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El obispo Eloy Santiago, presidió en la Catedral la Misa del Gallo. Es la primera vez que el prelado presidía la eucaristía de Nochebuena, en cuya homilía subrayó que la Navidad es la fiesta de la Luz, así como invitó a ser constructores de una paz que nace de la justicia y ha de ser desarmada y desarmante.  También recordó, citando al Papa, que «los pobres para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo».

“Para los cristianos, expuso Santiago, hoy hay una luz que resplandece más que las otras. Una luz que nos ilumina el camino a seguir; que nos saca de las oscuridades o tinieblas en las que, a veces, vivimos a causa del pecado y de la desesperanza que anida en nuestro corazón. Es la luz del Salvador, «la luz del mundo», que con su claridad nos invita a recobrar la esperanza porque Él es nuestra Esperanza, con mayúscula, como se nos ha recordado a lo largo de este año jubilar que ya está llegando a su fin”.

Teniendo en cuenta la realidad de la guerra y las divisiones en tantos lugares, quiso el Obispo resaltar que “Jesús nos trae una buena y hermosa noticia. Él es el «príncipe de la paz» el que ha venido para traernos la paz verdadera y sostenible que sólo es posible cuando hay justicia y derecho”.  Se trata de una paz que también ha de ser cultivada en el corazón y la vida de todas las personas. «La Navidad del Señor es la Navidad de la Paz».

En el día en el que la Iglesia celebra la encarnación del Hijo de Dios, subrayó el Obispo Eloy Santiago que “la caridad como actitud fundamental del cristiano vivida en el amor al prójimo, especialmente al pobre y vulnerable, como nos invitaba el papa León XIV en su primera Exhortación Apostólica Te he amado: «no es suficiente limitarse a enunciar en modo general la doctrina de la encarnación de Dios; para adentrarse en serio en este misterio, en cambio, es necesario especificar que el Señor se hace carne, carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada».

La Navidad, finalizó la homilía, “nos invita a acoger a Jesús como luz que quiere iluminar nuestra vida y la de nuestra sociedad, también la de nuestra diócesis nivariense. ¡Dejémonos iluminar por Cristo! No huyamos de la luz para escondernos en la oscuridad del pecado, antes bien dejemos que los rayos de luz de la gracia del Señor entre en nuestras vidas para renovar nuestra esperanza, animarnos a vivir con alegría la fe y entregarnos generosamente a los demás con amor. Seamos cristianos y una iglesia en salida misionera deseosos de compartir la luz que resplandece en esta noche de Navidad con tantas personas que siguen viviendo en la oscuridad del pecado y de la pobreza”..

Al término de la Misa el Obispo dio a besar a los presentes la imagen del Niño Jesús.

Este 25 de diciembre a las 13 horas presidirá la Misa de Navidad en la Catedral en la que impartirá la bendición apostólica y se concede la indulgencia plenaria.

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