Pilar Osuna, profesora de Religión Católica: Una vocación, un servicio, una llamada

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Pilar Osuna lleva diecisiete años impartiendo la asignatura de Religión Católica. Se ha acercado a jóvenes creyentes y no creyentes ofreciendo su conocimiento y dando a manos llenas, con gestos y con palabras, esa parte intangible que hace de la experiencia un modo de estar cerca. Y no siempre ha sido fácil. Como profesora de religión católica en uno de los institutos de Montoro, en la provincia de Córdoba,  ha comprobado el rechazo en alguna reunión de claustro, pero también la cercanía de profesores que lejos de la religión han apoyado su labor. Los profesores cristianos que ha tenido cerca la han acompañado en su trabajo y juntos se han identificado como Iglesia. Ella sigue invocando la esperanza. Trescientos alumnos la eligen como docente cada año. Otras asignaturas no pasan ese filtro porque son obligatorias. Alegría y cercanía definen sus clases, quizás por eso los alumnos no creyentes la paran por el pasillo y le confían parte de sus vidas adolescentes, agitadas y cambiantes.

Trabajar con jóvenes es una vocación para esta profesora formada en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Córdoba. Hacerlo en un centro público de enseñanza la convierte en la  primera trinchera de la Iglesia: “lo vivo con alegría, profundidad y responsabilidad”. Su vocación docente parte de su juventud, al encontrarse con la guía y orientación de un buen  sacerdote,  “a él le debo ser Iglesia, sentirme Iglesia; su testimonio de párroco bueno y entregado que me hizo plantearme que yo también quería servir así a la Iglesia”. Aquel testimonio de sacerdote joven, que hoy es el obispo de Guadix, monseñor Francisco Jesús Orozco, despertó una vocación docente, atravesada de servicio a la Iglesia que la llamaba a la misión de mostrar la Religión católica a jóvenes no siempre creyentes. Y desde entonces dedica su vida a expresar su identidad católica en un instituto público.

Un profesor de religión en pleno siglo XXI, sostiene, tiene que tener clara su identidad eclesial y vivir con coherencia esa amistad con Dios a través de los sacramentos; además, debe tener una gran formación académica.  “Nadie puede trasmitir lo que no tiene”, asegura cuando le preguntan por métodos pedagógicos, tiene claro que su tesoro mayor es Jesucristo y en ofrecer la Verdad empeña tiempo y recursos. Su trabajo consiste en que los jóvenes conozcan el Evangelio “sin quitar ni un punto ni una coma”, aunque aclara que la clase no es una catequesis. Para esta trasmisión del Evangelio, Pilar se sirve de manuales que plantean unos objetivos curriculares y para eso es precisa la formación del docente. Como diplomada en Ciencias Religiosas contó con formadores religiosos y laicos que le han permitido profundizar en la fe y dar razones a los jóvenes. Ahora lo trasmite con apertura y sentido de la adaptación.

A Pilar le gusta el reto de la cercanía con el alumnado, ella tiene trescientos y algunos no son creyentes, “admiten que no tienen fe pero si quieren estar en las clases”. Ese es el punto de partida a la hora de empezar cualquier sesión y supone para ella un tiempo de acompañamiento a los alumnos, en una etapa vital llena de dudas y vacilaciones. Esta diferencia en la elección entre alumnos creyentes y no creyentes no puede rebajar en nada el contenido de la asignatura, pero llama la atención el sincretismo en una misma aula.

La asignatura de Religión Católica tiene una materia curricular amplia que también te lleva a hablar a otras religiones, de la doctrina social de la Iglesia y ella lo hace “proponiendo; no Imponiendo. Enseñando; no obligando”. Este es para ella el carácter principal del profesor del religión del siglo XXI “porque estamos inmersos en una sociedad secularizada”.

En Montoro, la localidad cordobesa donde trabaja, hay dos parroquias y Pilar tiene contacto con los dos párrocos porque considera que el eje  Parroquia-Familia-Escuela vertebra el buen funcionamiento de los centros de secundaria, donde también hay niños matriculados en la asignatura de religión católica con necesidades educativas especiales. Antonio, Mari Ángeles o Manuel son los nombres de los primeros de la clase, por los que adapta métodos y cuando ellos hablan, asistidos por el monitor, “el silencio es total. Respetamos. Fundamentalmente a ellos. Son parte fundamental dentro del aula”. Para esta profesora de Religión Católica lo principal es “nuestro alumno, nuestra alumna”.

 

Delegación diocesana de MCS de Córdoba

 

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