La CVII Asamblea Plenaria, celebrada del 18 al 22 de abril de 2016, ha aprobado un Mensaje con motivo del 50 aniversario de la CEE con el título; Al servicio de la Iglesia y de nuestro pueblo.
Al servicio de la Iglesia y de nuestro pueblo
Al cumplirse cincuenta años de la creación de la Conferencia Episcopal Española, los obispos valoramos su existencia y su fecunda trayectoria de servicio con profunda gratitud: de agradecimiento a Dios que nos ha confiado un ministerio para la Iglesia y un servicio benéfico y necesario para la entera sociedad española. Nuestro reconocimiento se dirige igualmente a todos los obispos que han formado parte de ella a lo largo de estas décadas, así como a los colaboradores en sus distintos organismos, comisiones y departamentos.
Nuestra gratitud va destinada también a tantas personas e instituciones que han participado en las distintas actividades y que han sostenido y colaborado en las iniciativas y proyectos surgidos de la Conferencia Episcopal. Esta no es un mero organismo administrativo; sus documentos y actuaciones, sus planes y programas han estado insertos en el caminar de una comunidad eclesial viva, como es la Iglesia en España, que tiene tras de sí una larga y fecunda historia cristiana que arranca de la época apostólica y testimonia una multitud de santos, y que peregrina a través de las variadas y cambiantes circunstancia de la sociedad.
La Conferencia Episcopal, como instrumento de la espíritu colegial de los obispos (cfr. Apostolos suos, 14; CIC., c. 447), ha desarrollado su tarea en un periodo de profundas transformaciones tanto en lo eclesial como en lo social, cultural y político. A lo largo de estas décadas que han transcurrido los obispos, junto con el resto de los miembros del Pueblo de Dios, asumimos nuestra responsabilidad y nuestro papel en un tiempo apasionante, cargado de tensiones pero también de expectativas y de promesas.
En todos estos años hemos querido hacer realidad la afirmación conciliar de que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1), pero también hemos de confesar y pedir perdón por las ocasiones en que no ha sido así y no hemos estado a la altura de las exigencias evangélicas que, como pastores de la Iglesia, se esperaba de nosotros.