D. ANTONIO DORADO. JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

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JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

¡NO A LAS ARMAS NUCLEARES Y A TODA VIOLENCIA!

  

El profeta Isaías anunció, para los tiempos mesiánicos, que los pueblos forjarían de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas; que no levantaría la espada nación contra nación ni se adiestrarían para la guerra. Pero cuando miramos a nuestro mundo, vemos que estas palabras, lejos de haberse cumplido, parecen alejarse más cada día. Es verdad que ha disminuido el número de guerras en los últimos años, pero han crecido de manera alarmante los gastos en armas y el comercio de las mismas.

 

El año 1968, Pablo VI propuso a la Iglesia y a toda persona de buena voluntad, que el día 1 de enero de cada año se celebrara la Jornada Mundial de la Paz. Y venimos haciéndolo desde entonces. La lectura y la meditación de los Mensajes que se han hecho públicos con tal ocasión constituyen un profundo análisis sobre las causas de la guerra y una rica enseñanza sobre la actitud de la Iglesia con relación a los conflictos armados.

 

En fechas aún recientes, Juan Pablo II se opuso tenazmente a la guerra de Irak y a todo conflicto armado. Y con él, los Obispos y la mayoría del Pueblo de Dios en todo el mundo. Este año, Benedicto XVI, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dice entre otras cosas sugerentes: «¿Qué decir de los gobiernos que se apoyan en las armas nucleares para garantizar la seguridad de su país? Junto con innumerables personas de buena voluntad, se puede afirmar que este planteamiento, además de ser funesto, es totalmente falaz. En una guerra nuclear no habría vencedores, sino sólo víctimas. La verdad de la paz exige que todos, tanto los gobiernos que de manera declarada u oculta poseen armas nucleares como los que quieren procurárselas, inviertan conjuntamente su orientación con opciones claras y firmes, encaminándose hacia un desarme nuclear progresivo y concordado. Los recursos ahorrados de este modo podrían emplearse en proyectos de desarrollo a favor de todos los habitantes, en primer lugar de los más pobres».

 

Se trata de una propuesta muy hermosa, que la Iglesia repite una vez más con la voz autorizada de un Papa. Y para que estos sueños se conviertan en realidad necesitan contar con el apoyo de todos. Es verdad que la paz es fruto de la justicia y del respeto a los derechos humanos, pues mientras la persona sufra hambre o recortes de libertad, no se puede hablar de paz sincera. Pero nuestra lucha contra las causas de la violencia sólo será convincente cuando brote de un corazón pacificado y use medios no violentos. Para conseguir ese cambio interior, dice el Papa, necesitamos a Dios, porque «sólo Dios hace eficaz cada obra de bien y de paz. Y la historia ha demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro. Esto ha de impulsar a los creyentes a ser testigos convincentes de Dios».

 

Y lo seremos en la medida en que dejemos que Él sane nuestro espíritu, para alejar de los hogares la violencia doméstica, para educar a los niños en el respeto al otro, para que la alegría y la disciplina regresen a los colegios, para que los inmigrantes se sientan acogidos, para que nadie exija a un obrero que se juegue la vida para conservar su trabajo. Pues de poco servirá rezar por la paz, manifestarse a favor de la misma o lanzar las más hermosas proclamas si somos injustos y si nuestro corazón está enfermo de violencia.

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

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