Tres religiosos: la Madre Leonor, hija de María Dolorosa y filipense; el Hno. José Prieto, de la Orden de San Juan de Dios y el Padre Antonio Elverfeldt, trinitario, nos ayudan con su testimonio a acercarnos a la vida religiosa, que trabaja en las fronteras de la sociedad, con los excluidos.
Más de un millar de consagrados en la Diócesis entregan su vida por los demás
El Día de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada para la Vida Consagrada. En este año de la fe lo hace bajo el lema: «Signo de la presencia de Cristo resucitado en el Mundo», expresión tomada de la carta apostólica Porta Fidei. En nuestra diócesis, concretamente, hay más de 1.200 personas que viven su consagración según los diferentes carismas. Ellos y ellas, con su vida y misión, son en esta sociedad tantas veces desierta de amor, signo vivo de la ternura de Dios.
Como señala el mensaje de la Comisión para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal, los consagrados «pueden entregarse sin reservas a los hermanos y a todos los hombres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, por el ejercicio de la caridad, en las escuelas y hospitales, en los geriátricos y en las cárceles, en las parroquias y en los claustros, en las ciudades y en los pueblos, en las universidades y en los asilos, en los lugares de frontera y en lo más oculto de las celdas». ¿De qué manera llevan a cabo esta entrega los consagrados que trabajan en nuestra diócesis? Para muestra, estos tres botones.
MADRES FILIPENSES
La fachada pasaría desapercibida si no fuera por un azulejo con un corazón traspasado y el lema: «Caritas Maior Omnium», que indica que en esa vivienda se cuece algo especial. Y así es, porque nada más cruzar el umbral, el visitante tiene la sensación de estar como en casa.
Y es que el principal objetivo del Hogar San Carlos que las Hijas de María Dolorosa-Filipenses regentan en el barrio de la Trinidad es precisamente ese: proporcionar un hogar y ambiente familiar a niños y jóvenes que pasan por serias dificultades sociales. «Ejercer la misericordia con la niñez, la juventud y la mujer en exclusión social, ese es nuestro carisma», explica la Madre Leonor Gutiérrez, directora del centro, que define su consagración como una manera de «vivir intentando descubrir cada día lo que Dios quiere de mí. Yo soy muy testaruda y se lo digo así al Señor: «Señor, tú sé tozudo también conmigo y no me dejes hasta que haga lo que tú quieras, que es lo que yo realmente quiero». Por eso los votos no son para mí una renuncia, un cargo o algo fuera de lo normal».
¿Y cómo se es presencia de Cristo Resucitado en medio de nuestro mundo? Madre Leonor lo tiene muy claro: «Yo puedo ser esta presencia en la medida en que es Cristo quien se hace presente en mí. Yo tengo una experiencia de Dios muy bonita, muy cercana. Un Dios que me quiere de forma muy misericordiosa, por el que me siento siempre acompañada, mimada y sostenida de una manera especial. Esa es la gran gracia que yo tengo. Me siento como un cacharrito de cerámica muy frágil que Él arropa y toma en sus manos. Salvando las distancias, eso es lo que yo trato de hacer, no con todo el mundo, porque eso es imposible, sino con las personas que me rodean cada día en esta casa».
Con respecto al futuro de la Vida Consagrada, la directora del Hogar San Carlos recuerda con orgullo que «la vida religiosa siempre se ha ocupado de las necesidades humanas que nadie cubría. También se han ido abandonando las que ya eran cubiertas por otros. Y eso es lo que tenemos que seguir haciendo. Buscar los lugares adonde no llega nadie. Tendremos que plantearnos otra nueva forma de estar. En algunos casos, quizá tengamos que perder las seguridades que nos proporcionan las subvenciones o los conciertos y ver adónde tenemos que ir».
HERMANOS DE SAN JUAN DE DIOS
Su vida quedó marcada tras un largo secuestro en la selva africana. El trauma parecía imposible de superar. Pero lo consiguió gracias a una terapia. Ahora es él el terapeuta, el que ayuda a otras muchas personas a cambiar el rumbo de sus vidas. Un trabajo para el que hay que remangarse e implicarse hasta el fondo. Como señala el propio hermano José Prieto, «para ser presencia de Cristo Resucitado, hemos de comenzar por establecer una relación de cercanía con las personas, una relación de tú a tú. Por mucho que yo me sienta religioso, si no bajo a donde Jesús bajó, que fue a los infiernos, no vamos a parecernos a Él. Jesús bajó muy profundo a la realidad del hombre. Esa cruda realidad, hoy en día, es la del drogadicto, el alcohólico… esos infiernos son insoportables. Cuando te hablan los chicos de su vida te das cuenta de que lo son. Pero en el momento en que tú lo verbalizas ya cambia la cosa. Y en eso consiste mi trabajo, en ayudarlos a abrirse, pero siempre desde el temblor, desde el temor. Cuando, al final, arrancas una sonrisa, eso te confirma que vas por el buen camino».
El reciente sínodo de los obispos ha invitado a los religiosos y religiosas «a estar completamente disponibles para ir hasta las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización, a moverse hacia los nuevos areópagos de misión». En este sentido, el hermano Prieto señala que una de esas fronteras en las que se está haciendo presente su orden es en la de las nuevas adicciones que se están extendiendo en nuestra sociedad: «cada vez más tratamos a personas con problemas de adicción a las nuevas tecnologías, a los móviles, a internet, a los ordenadores… Todos tienen en común un problema de afectividad, no es otra cosa que la falta de autoestima, se han dejado llevar por ese mundo ficticio que no lleva a nada y ahí, en esa nueva frontera, es donde estamos ya trabajando nosotros».
RELIGIOSOS TRINITARIOS
Además de su trabajo con reclusos y exreclusos, el P. Antonio es presidente de «Solidaridad Internacional Trinitaria» (www.sit-perseguidos.org), organización que trabaja en favor de los perseguidos por su fe. Una labor también de frontera puesto que entre las actividades que desarrolla destaca la liberación de niños esclavos en Sudán. En aquel país, los niños se compran como esclavos por 300 euros (las niñas por 250). Los niños trabajan en los campos de los señores árabes o cuidando su ganado y las niñas en los harenes. Los trinitarios compran niños a los traficantes y los llevan a su escuela hogar donde les dan educación y la familia que perdieron en la guerra.
Volviendo a su comunidad de Antequera, el P. Antonio siente que, efectivamente, su misión es ser presencia de Cristo en medio del mundo: «Partiendo del regalo de la Eucaristía, de mi relación con Él y con sus preferidos que son los excluidos y marginados, cada día siento su amor y su fuerza y así me hago, aún siendo un discípulo muy torpe, parte de su presencia».
La vida consagrada se caracteriza por la profesión de sus miembros de los tres votos: obediencia, pobreza y castidad, valores completamente contrarios a los que propugna nuestra sociedad. Para el P. Antonio, «son unos dones maravillosos que Él nos da para que nosotros vayamos descubriendo la vida en plenitud que es Su presencia. Estoy siempre ansioso de explicar a las personas de mi alrededor qué significan estos dones para hacerles parte de esta experiencia liberadora. Estoy convencido de que, en el fondo, todos buscan esta experiencia aunque en nuestra sociedad aparecen como valores a contracorriente. La vida religiosa sigue siendo un gran signo del Reino de Dios viviendo y orando en comunidad yestando con los últimos. El mundo individualista y hedonista de hoy y de mañana va a necesitar siempre signos de la presencia de Dios Trinidad que es familia, que es libertad y que es plenitud».