EL VERANO DE MI VIDA. Testimonio de Alejandro J. Jerez, subdirector de Foovy Language School.
Supongo que para quienes ya hemos crecido pero tenemos la suerte de compartir nuestra vida con niños y jóvenes es más fácil sentirnos reconfortados con las palabras de Jesús recogidas por Mateo. Esta frase con la que, sólo en apariencia, se nos advierte, siempre la he entendido como un ofrecimiento, una invitación a pedir prestados ojos y sentidos de quienes menos esperan porque poco o nada conocen todavía, de ésos a los que se les puede ilusionar fácilmente porque cualquier detalle del mundo se muestra ante ellos con un brillo fascinante.
Durante la primera quincena de agosto, mi verano y el de otros compañeros de Foovy transcurre en Worthing (Inglaterra). Nuestra inmersión lingüística representa un balcón para asomarnos, junto a nuestros alumnos, a divisar nuevos horizontes, a conocer a personas de otros países, sitios que, hasta ese momento, han sonado muy lejos. Fuera de nuestras fronteras aprendemos que no existen, que estos que llegan pueden estar cerca, que no existe el miedo mientras sigamos siendo capaces de asombrarnos como solo ellos lo hacen. Esta convivencia estival con el que es como yo pero también con quien tengo enfrente, al lado, a quien ayudo a cruzar la calle y le tiendo mi mano si la necesita, supone un paso más para entender la amplia perspectiva del plan de Dios.
En la necesaria convergencia de sus relojes vitales y los nuestros, los profesores recuperamos la ilusión que lleva consigo la sorpresa y abrazamos la esperanza y la alegría implícitas en sus caras cuando comparten con el distinto, con quien, en teoría, es diferente pero tiene las mismas ganas irrefrenables de vivir y de aprender.
Lejos de suponer un esfuerzo, el tiempo puede ser vida que se escapa de manera tajante o un salón de juegos maravilloso del que nunca cansarse.
Ana María Medina
