Semblanza de la carmelita descalza Carmen Duarte

Diócesis de Málaga
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La carmelita descalza Carmen Duarte, de la comunidad del Convento Eucarístico de Jesús en Ronda, hermana del beato Juan Duarte, falleció el miércoles 19 de abril, a los 95 años. Así la recuerda la priora del convento, la hermana Isabel de la Stma. Trinidad cd. y agradece una oración por su eterno descanso.

Nace nuestra hermana Carmen en el seno de una familia profundamente cristiana y numerosa. Los que sobrevivieron a la gestación e infancia fueron 6: ella era la pequeña, como tal, fue sumamente amada por ellos, y ella corresponderá toda su vida con un amor reciproco a todos ellos, al igual que a los nuevos miembros que se le van añadiendo; sus cuñados/cuñadas., sobrinos y resobrinos.

Con cada nuevo retoño que nacía se le anchaba el corazón y los amaba a cada uno como si fuera el único e irremplazable, preocupándose por sus cosas, sufriendo con sus penas y alegrándose con ellos en sus logros y alegrías. Ellos, se sentían amados de verdad y correspondían con sus visitas a la “tía Carmen”. Aun los que vivían lejos no faltaban, en sus vacaciones al pueblo, la visita, ya tradicional, a la tía Carmen.

Pero la H Carmen no sólo tenía corazón para sus seres queridos, aunque fueran siempre un pucherito aparte, ella manifestaba un gran cariño a todo el que se acercaba a vernos, familias o amistades de las otras hermanas, y nunca dejaba de ir a verlos al locutorio. Cuando se enteraba que había un familiar o amigo etc. allí estaba ella para saber cómo estaban y dejarles saber que rezaba por ellos. Ellos le encomendaban sus necesidades que eran muy variopinto: unos por trabajo, otros por los hijos, y otros para que lograran dejar de fumar. Tanto es así, que el anuncio del fallecimiento de nuestra querida hermana, ha sido sentido por todas las familias, como algo propio.

Una amiga de una hermana, al saber que había fallecido preguntó: “No será la santita que siempre venía a verme al locutorio en la sillita de rueda, ¿verdad?”.

En su juventud fue catequista, y aun de mayor, los que la tuvieron como tal la recordaban con cariño y admiración. Había un familiar de una hermana que solía decir constantemente: “¡Fue mi catequista!”. La verdad es que tenía un “piquito de oro” al hablar del Señor y de nuestros santos padres, Sta. Teresa y San Juan de la Cruz, en cuyas doctrina había bebido y asimilado.

Dicen que los santos no nacen, se hacen: y nuestra hermana se hizo santa a través del ejercicio de las virtudes, la oración diaria “en el silencio y la esperanza fue su fortaleza” como nos dice la escrituras.

La paciencia fue su dominante; trabajadora, para los metales nadie como ella para dejarlos perfectos: algunos anagramas se perdieron entre sus manos. Cuando ella lo dejó nunca comentó si otra lo hacía bien o mal. No comparaba, tenía un gran olvido de sí misma.

Ella que tan bien se había manejado en la vida, cuando necesitó y se le empezó a ayudar, se dejó en las manos de las que la ayudaban sin decir: “¡así no!”. Últimamente no tenía muchas ganas de comer, o no le pasaba la comida, se iba una hermana a su lado para dársela. Ella protestaba: “¡no si yo puedo!”, pero al ver que la hermana se resistía, no repetía la protesta, a pesar de que le costaba.

A la hermana Carmen se le conocía por 3 nombres:

1. Carmen Duarte Martin: nombre de familia y de las aguas bautismales. La niña de la piel blanquísima y de los ojos claros y vivarachos, que a más de uno habría conquistado. Y como decía ella con toda sencillez: “y un pelo rubio que era la admiración del pueblo”.

2. H Carmen de Cristo Rey: nombre en la vida consagrada. “La H Carmen, la monja de Yunquera”, a la que venían a ver sus paisanos.

3. Y por ultimo: “¡la hermana del mártir!” Este nombre es, quizás, el más verdadero de todos.

Hay una frase que se usa mucho desde los primeros cristianos y es: “¡La sangre de mártires; semilla de nuevos cristianos!”. La H Carmen recordaba que ella nunca había pensado hacerse monja. Pero cuando el hermano murió, mártir en el ’36, después de una semana de brutales torturas, ella dice que entonces se le vino el deseo de ser Carmelita, aunque ella no las conocía. Su vocación era fruto del martirio de su hermano Juan, seminarista Diacono de 24 años que pronto se iba a ordenar.

Cuando habló con sus padres sobre entrar en el Carmelo, no se opusieron pero el Padre quiso que esperara un poco. A los 20 años entro en este Carmelo de Ronda, dejando a su pobre Madre que no se había recuperado de la muerte de su hermano Juan, pues a alguien se le ocurrió contarle, todos los pormenores, del brutal martirio de su hijo. Así que cuando Carmen se vino para el convento, la salud de la madre se resquebrajó aun más y a los pocos meses murió. Pero antes había dejado dicho, que a su Carmen, no le dijeran nada de su enfermedad y de su muerte, pues no quería que la vocación de su hija sufriera, si esta se decidía ir a verla. Ese desprendimiento, por parte de su madre, era el que había mamado la H Carmen, y el que ejercito en las adversidades que la vida le deparó.

Desde que Juan fue beatificado por el Papa Benedicto XVI, los seminaristas, de muchos seminarios, han desfilado por el locutorio de Ronda. Todos venían para: “ver a la hermana del mártir”. Y la escuchaban, embelesados, contar las anécdotas que ella recordaba de su hermano. Era emocionante ver a tantos chicos atentos a su voz.

Hablando de la fortaleza de la H Carmen, fue notable de ver a esta “anciana”, como ella se denominaba, tomar la decisión de acompañar al obispo de Málaga, junto con los peregrinos y los seminaristas, camino a Roma para la beatificación de su hermano Juan. Con su sillita de rueda, su capa blanca, y la imborrable sonrisa, hacía gente. Eran cantidad los seminaristas que se tomaban una foto de grupo, o un “selfie”, con la “hermana del mártir”, y ella feliz no comentaba las molestias del viaje. La señora, amiga de la comunidad, que la acompañó con un sobrino de la entonces Priora, decían: “¡Pero qué fuerte es la hermana Carmen!”
En tan resumida reseña solo nos queda decir que su muerte aconteció en dos días. Una fiebre que la metió en cama y el corazón que empezó a resentirse. Recibió la unción de enfermos y toda la comunidad reunida le cantó la salve, el credo y la canción “Grano de Trigo Soy”, asociada a su hermano. Se iba apagando poco a poco pero se le notaba consciente hasta el último momento, en el que una hermana le dijo: “H Carmen dentro de poco estarás abrazando a tu hermano. Dale un abrazo de todas”. En sus labios se dibujó una sonrisa, y dulcemente expiró.

Agradecemos una oración por el eterno descanso de la H. Carmen, ella siempre tan agradecida os lo recompensará, y pidan también por esta, su comunidad.

H. Isabel de la Stma. Trinidad. cd. Priora

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