Homilía en el funeral de D. Emilio Benavent, el cinco de enero de 2008. 1.- La muerte de un ser querido –y D. Emilio lo ha sido muchísimo para todos nosotros- es siempre para los cristianos un motivo especial de oración. Necesitamos comunicarnos con Dios.
Y éste es precisamente el motivo que nos reúne hoy y el sentido fundamental de esta celebración eucarística: orar, ponernos en contacto con Dios, darle gracias, solicitar su misericordia y consolarnos mutuamente con
2.- “Su herencia no puede quedar encerrada en una tumba”, dijo el cardenal Montini en la oración fúnebre del Papa Juan XXIII, en la catedral de Milán. La muerte de D. Emilio Benavent nos congrega hoy en esta celebración eucarística, que debe caracterizarse por la oración y por el recuerdo amoroso y emocionado de quien fue nuestro padre y pastor durante muchos años.
Oración al Padre, por Cristo, en el Espíritu para que le sean concedidas la paz eterna y el gozo del encuentro con Dios a este fidelísimo ministro de
“Él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, pues lo de antes ha pasado”.
Una oración confiada, para que la muerte sea para él cumplimiento feliz de la promesa del Señor:
“Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros”.
Nos alegra la esperanza de que Dios “le ha hallado digno de sí” y de que “permanecerá junto a Él en el amor”, como dice el libro de
Oración por D. Emilio Benavent y oración también por nosotros y por toda
De este modo, nuestra oración se convierte hoy en memorial, en memoria agradecida. “Su herencia no puede quedar encerrada en una tumba”, decimos también nosotros.
3.- No es fácil hacer un retrato de la figura espiritual de D. Emilio, ni un inventario de su acción pastoral como sacerdote y como Obispo. Fue ordenado sacerdote en 1943; y Obispo, en 1955. Fue Obispo Auxiliar y Coadjutor de
Don Emilio Benavent asumió sin titubeos la empresa del concilio Vaticano II, apostó decididamente por la renovación de
Su grandeza y los más valioso que nos queda de él es su recia vida teologal. Fue sencillamente un hombre de Dios.
Nos queda la herencia:
– De un hombre de Fe, que creyó siempre en Dios y, por eso, fue soberanamente libre para decir la verdad y defender la justicia a tiempo y a destiempo, sin acepción de personas.
– De un hombre de esperanza, que supo “soportar la cruz sin miedo a la ignominia” y nunca desfalleció falto de ánimos.
– Nos queda, sobre todo, la herencia de un hombre de amor generoso y sacrificado. Y como Jesús, con un amor preferencial por los pobres, por los oprimidos, por los que no contaban nada para nadie. Como ha dejado escrito, D. Francisco Parrilla, secretario suyo durante varios años: “La cercanía de D. Emilio a los obreros rompe distancias. Se crean relaciones nuevas entre el pueblo y
En ella:
– Damos gracias a Dios por las maravillas que ha realizado en D. Emilio y a través de su vida.
– Bendecimos a Dios, que le ha dado una larga vida y le ha purificado en su dolorosa enfermedad.
– Meditamos ante su cadáver en el misterio cristiano de la muerte.
– Recogemos con suma atención el aviso amoroso e interpelador de Dios en la muerte de una persona tan querida para nosotros.
– Deseamos que nuestro hermano ya esté experimentando la verdad de las palabras del Señor: “Venid a mí, los que estáis cansados y agobiados y yo os consolare. Yo soy manso y humilde de corazón. En mi encontraréis descanso.
– Y esperamos que ya haya comprobado, como decía San Pablo: “Que nada ni nadie, ni la aflicción, ni la angustia, ni peligro alguno, ni la vida, ni la muerte nos puede separar de l amor de Dios, manifestado en Cristo”.
Dios es admirable en sus santo y nosotros nos reunimos para celebrar sus maravillas. El Señor ha estado grande con D. Emilio y estamos alegres, y damos gracias en este Eucaristía de su paso por estas tierras nuestras como sacerdote y como Obispo.
Que el Señor acoja en su gozo a su siervo bueno y fiel. Amén