Pasaron por el mundo haciendo el bien

Carta pastoral de D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga, con motivo del Día del Seminario. Pudo ser uno de los epitafios más hermosos, aunque no figura en ninguna tumba, pues la de Jesucristo está vacía. “Pasó haciendo el bien”: Así resume la vida de Jesús uno de los discípulos que le conoció mejor, el apóstol san Pedro. Es esa también, guardando las distancias, la frase con la que se podría calificar la vida de numerosos sacerdotes que se han educado en nuestro Seminario: pasaron esta tierra haciendo el bien. Ciertamente, con sus limitaciones y defectos, como humanos que han sido y son, pero con toda la bondad y el servicio entrañable que Dios ha derramado y derrama en nuestras parroquias por medio de ellos. Muchos murieron hace años; otros, en fechas recientes; y cerca trescientos siguen activos y generosamente entregados al servicio de Dios y del hombre en nuestros pueblos y ciudades.

Hace sólo unos meses, la Iglesia beatificó a un rector y a un seminarista de Málaga, D. Enrique Vidaurreta y D. Juan Duarte, ahora beatos; y pocos años antes había beatificado al Obispo que fundó el Seminario actual. Constituyen una pequeña muestra de la fe firme, del amor fraterno, y de la esperanza alegre que caracteriza a los hombres de Dios. Un día escucharon la llamada de Jesucristo y lo dejaron todo para servir como sacerdotes de la Iglesia y se han mantenido fieles a la palabra dada. Conservan las cicatrices del camino, pero la gracia del Señor los ha sostenido en la misión de proclamar el Evangelio con obras y con palabras.

También hoy nuestra Iglesia necesita personas que sirvan al Reino de Dios como sacerdotes. Para ello, hay que profundizar en la vida de fe, pues es la única fuerza que nos lleva a dejarlo todo para seguir a Jesucristo. Y la madurez evangélica de una comunidad se echa ver en que de su seno brotan todo tipo de vocaciones. Pero esto no acontece de forma automática, sino que es el fruto de una propuesta nítida y convencida, que se puede realizar en las homilías del domingo, en las catequesis, en la vida de familia y en los encuentros con adolescentes y jóvenes. El punto de partida puede ser el compromiso en el servicio a los demás, pero la verdadera vocación tiene que fraguarse en el encuentro con Dios y apoyarse en el amor que nos tiene. Sólo cuando el creyente ha vivido una experiencia rompedora de encuentro con Dios, sólo cuando Dios es el motivo último de su decisión, el candidato al sacerdocio ha encontrado ese tesoro que le lleva a relativizar todo lo demás por el Reino.
De ahí la necesidad de alentar la vida de oración y los espacios de silencio en las comunidades cristianas, para descubrir la llamada de Dios. Precisamente el lema de este año está tomado de un salmo, y dice así: “Si escuchas hoy su voz…” Es verdad que Dios nos habla también en medio de la existencia y en la densidad de la vida diaria, pero no es fácil detectar y distinguir su presencia si no es en un clima de recogimiento.

La vida del sacerdote no goza hoy de ese prestigio social que la pudo hacer atractiva en otros tiempos. Este hecho, que implica ciertamente una dificultad para acoger la llamada divina, es también una garantía de autenticidad. Y aunque ahora el ejercicio del ministerio tiene grandes dificultades, sigue siendo una fuente de plenitud humana para quien se siente llamado y responde con decisión, pues como nos ensaña San Pablo, los frutos del Espíritu Santo, que inundan al seguidor de Jesucristo, son el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la grandeza de alma, la bondad y todos los demás valores evangélicos que ayudan al hombre a desarrollar lo mejor de sí mismo.

+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

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