Los emigrantes también son nuestros hermanos

Carta del Obispo de Málaga en la que pide superar el recelo que provoca la diversidad. La Conferencia Episcopal ha aprobado en fechas recientes un documento que lleva por título “La Iglesia en España y los inmigrantes”. Fruto de un largo trabajo en el que han participado personas que conocen bien el tema por su labor directa con los inmigrantes, debe convertirse en una especie de guía para todas nuestras parroquias y comunidades. Al celebrar la Jornada Mundial de las Migraciones, os invito a todos a leerlo y analizarlo, para ver cómo lo podemos llevar a la práctica.
Por mi parte, me voy a ceñir a resumir las notas que señala como características de la pastoral de migraciones. En primer lugar, debe ser una pastoral misionera, que se acerca al hermano en actitud de acogida, de diálogo y de servicio, tanto a los hermanos que profesan la fe católica como a los demás. Hay que eliminar barreras y tender puentes que salven las distancias culturales, psicológicas e incluso religiosas.
En segundo lugar, es necesario que sea una pastoral inculturada. La parroquia y demás comunidades tienen que abrir sus puertas al otro, escucharle, ponerse en su lugar y “utilizar un lenguaje antropológico y cultural que sea comprensible para poder testimoniar esa fe (la fe católica) a las personas provenientes de otras culturas que no la conocen, o vivirla en comunión con quienes ya la poseen”. Es una tarea en la que debemos guiarnos por la inteligencia y por el corazón, para no caer en el relativismo ni mantenernos en una actitud distante. En tercer lugar, hay que realizar una pastoral de conversión y de reconciliación. Esta conversión atañe a todos los miembros de nuestras comunidades, pues necesitamos ir al encuentro de Jesucristo, para vivir la autenticidad evangélica y dar un contenido realista a la catolicidad de la Iglesia. Hay que revisar la tendencia a asimilar otro y a pensar que los planteamientos ajenos son “raros”; y hay que abrir las estructuras parroquiales al ecumenismo, al diálogo interreligioso y al respeto al diferente.
También hay que invitar a los inmigrantes a una actitud similar, para que asuman su historia, conserven sus valores y se desprendan de actitudes que no están en consonancia con los derechos humanos. En cuarto lugar, importa grandemente potenciar la pastoral de comunión. Ante el recelo a aceptar la diversidad, la comunión evangélica debe acoger el legítimo pluralismo y no imponer el colonialismo religioso. Para lograr dicha comunión, necesitamos respetar la libertad y el ritmo de las personas que llegan, y su desconcierto ante una cultura que les resulta extraña. Más que pedirles su integración inmediata en nuestras comunidades, puede ser conveniente crear órganos adaptados a un proceso de búsqueda (misiones, capellanías étnicas), y mantener el contacto con sus comunidades de origen.
En quinto lugar, debemos buscar una pastoral con signo de catolicidad. La historia nos ha ayudado a comprender que la catolicidad no es sólo cuestión geográfica (en todas partes), sino también de tiempo (en toda época) y de cultura (en las diversas expresiones del desarrollo humano). Para la Iglesia, nadie es extranjero y el Espíritu Santo nos empuja hoy, como ayer en Pentecostés, a abandonar nuestro encierro cultural y ser el pueblo de Dios compuesto de toda raza, lengua y nación.
Finalmente, hay que desarrollar una pastoral marcada por las notas de la doctrina social de la Iglesia, tanto en lo que se refiere al respeto y a la defensa de los inmigrantes, como en la presentación clara de los principios éticos que, como católicos, debemos asumir todos.

+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

Málaga, 13 de enero de 2008

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