Fiesta de la Virgen del Carmen

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la Catedral de Málaga, el 19 julio 2015.

Lecturas: Jer 23, 1-6; Sal 22, 1-6; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34.

1. Hoy celebramos la fiesta de la Virgen del Carmen. Los devotos habéis acompañado su imagen con gran afecto filial, cantando y rezando a Nuestra Señora por todas las personas y sus necesidades: por vuestras familias, por los enfermos, por los ancianos y desamparados, por los niños, por los problemas de nuestra sociedad. La Virgen del Carmen nos acompaña a todos.

La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo surgió en el siglo XII, cuando un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo en Palestina. El término «carmelo» significa jardín; es importante retener este significado.

En el año 1209 el patriarca de Jerusalén, Alberto, entregó a los ermitaños una Regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: la contemplación, la meditación de la Palabra de Dios y el trabajo. Existen hoy órdenes de carmelitas en todo el mundo, masculinas y femeninas, que han asumido esta forma de vida, centrando la espiritualidad en la Virgen del Carmen.

La devoción se extendió a las gentes del mar, que la tienen como patrona, guía y puerto seguro.

Hoy, queridos devotos de la Virgen del Carmen, venís a dar gracias a Dios por la presencia maternal de Nuestra Señora del Carmen en vuestras vidas. Ella nos consuela, alienta y sostiene en todas las circunstancias de nuestra vida.

2. El Salmo, que hemos proclamado hoy, nos anima a poner nuestra esperanza en Dios: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22, 1). En este año jubilar teresiano tenemos muy presente a Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia y fundadora, cuya espiritualidad nos ayuda a centrarnos en el amor de Dios y en lo que significa para nuestras vidas.

Santa Teresa nos enseña a buscar solamente a Dios, dejando de lado lo que nos aparta de él. «Solo Dios basta» –nos dice la santa–. Como nos recordaba el papa Benedicto: «Vivimos en una época en la que son evidentes los signos del laicismo. Parece que Dios ha desaparecido del horizonte de muchas personas o se ha convertido en una realidad ante la cual se permanece indiferente. Sin embargo, al mismo tiempo vemos muchos signos que nos indican un despertar del sentido religioso, un redescubrimiento de la importancia de Dios para la vida del hombre, una exigencia de espiritualidad, de superar una visión puramente horizontal, material, de la vida humana» (Benedicto XVI, Catequesis El Hombre en oración, 11.05.2011). En medio del mar del laicismo estamos invitados a mirar a Cristo.

Queridos hermanos, ¡cuántas cosas nos sobran! Llevamos las alforjas llenas de planes, deseos, ambiciones, proyectos,… Pero solo Dios colma por completo todos los anhelos del ser humano. La Virgen del Carmen nos ayuda a descubrir los verdaderos valores, que traen la felicidad al hombre.

3. El Señor Jesús es el buen Pastor, que nos conduce hacia fuentes tranquilas (cf. Sal 22, 1) y repara nuestras fuerzas (cf. Sal 22, 3).

La Virgen del Carmen es nuestra madre, que nos acoge en su «Carmelo», es decir, en su jardín, donde su Hijo nos salva y nos alimenta preparándonos su mesa de manjares sabrosos (cf. Sal 22, 5). En la casa de María gozamos de verdes praderas, donde su Hijo nos hace recostar (cf. Sal 22, 1).

Habitar en un Carmelo es «habitar en la casa del Señor» (Sal 22, 6). Ese es nuestro deseo: habitar por siempre en la casa del Señor junto a María. La Virgen del Carmen supo vivir con Jesús y José, formando la familia sagrada, que es modelo para todos nosotros.

4. En el evangelio aparece Jesús y sus discípulos, agotados por el ajetreo del ir y venir de la gente; buscaban un lugar tranquilo para descansar: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco» (Mc 6, 31), porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.

El mismo Jesús nos invita también a nosotros a descansar con él, a estar con él en silencio, a contemplarlo, a pedirle ayuda, a contarle nuestras cosas, a escuchar sus palabras, a seguir sus pasos. Podemos hacer de nuestro corazón un «Carmelo»; esto es, un lugar de contemplación, de oración y de amor a Dios y a los demás. Podemos retirarnos del bullicio y estar a solas con Jesús y con nuestra Madre, la Virgen. Él sosiega nuestro ánimo, calma nuestros corazones, nos da fuerza para seguir adelante.

5. El profeta Jeremías, preocupado por el pueblo de Israel, anuncia que el Señor en persona reunirá al resto de sus ovejas «de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen» (Jer 23, 3).

Promete la presencia de pastores que cuiden del rebaño y lo lleven a buenos y sabrosos pastos: «Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán» (Jer 23, 4).

La Iglesia es como un verde prado, donde las ovejas, es decir, los fieles cristianos, pastorean, descansan y se alimentan con pastos exquisitos. En ella nacen a la vida divina como hijos de Dios los que reciben las aguas bautismales; en ella acuden a recibir el perdón de sus pecados numerosos fieles, para ser purificados con la gracia del perdón; en ella se acercan los fieles cristianos a escuchar la Palabra de Dios, que ilumina sus vidas y les alimenta con su doctrina; en ella celebran la Eucaristía y se alimentan con el Pan de vida eterna.

6. Damos gracias a Dios por el don de la Iglesia, que, como un «Carmelo», ofrece a los fieles los sabrosos pastos divinos, que llenan sus almas y les hace vivir en sintonía con Dios. Agradecemos a todos los pastores el ejercicio de su ministerio sacerdotal, cuidando del rebaño de Dios encomendado a su cuidado solícito.

En la Iglesia, queridos fieles y devotos de la Virgen, está la presencia maternal de la Santísima Virgen María, que hoy celebramos bajo el título de Nuestra Señora del Carmen. Ella nos acompaña y nos lleva hasta su Hijo Jesús, que es Camino Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Ella es la Madre del Hijo de Dios y, en consecuencia, madre nuestra; ella nos ha adoptado como hijos suyos en su Hijo muy amado.

En esta fiesta mariana le pedimos que nos acompañe en nuestro caminar; que nos guíe a puerto seguro en este mar alborotado; que nos acoja en su «Carmelo», para disfrutar del silencio y de la contemplación de las cosas de Dios; porque «Solo Dios basta».

¡Virgen del Carmen, estrella de los mares, divina hermosura, Madre del Divino Amor. A ti acudimos y nos acogemos en tu regazo!

La Virgen es para nosotros luz en los momentos de oscuridad; Estrella que nos guía, para no extraviarnos por caminos desconocidos; Madre amorosa, que nos cuida y nos lleva a su Hijo; y «Carmelo», que nos hace gozar del silencio contemplativo y de la oración.

Le pedimos que interceda siempre por todos nosotros y por todos sus hijos queridos. Amén.

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