El hombre tiene derecho a conocer el Evangelio

Carta semanal del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto. Según estudios recientes de la oficina de estadística de la Conferencia Episcopal, cada domingo y día festivo participan en la eucaristía en torno a diez millones y medio de personas, calculando a la baja. Se trata de un hecho muy importante, que desearían para sí cualquier otra institución o grupo sociológico. Y manif iesta que el número de católicos se mantiene estable, a pesar de las difíciles circunstancias en que vivimos, e incluso parece que se da cierta recuperación. Hay personas que se habían alejado de la Iglesia y han vuelto a descubrir sus raíces cristianas, ante las graves consecuencias del olvido de Dios.
Al celebrar la Epifanía del Señor, su manifestación a los paganos, que descubren la llamada divina a través de una estrella, es importante constatar que los caminos de Dios suelen ser sorprendentes. Y es necesario que la evangelización se dirija a ese amplio sector de personas bondadosas y de nobles ciudadanos que abandonaron un día la práctica de la fe sin motivos profundos. Con frecuencia, presionados por los horarios de trabajo y por la falta de una comunidad creyente, con la que identificarse y en la que vivir el Evangelio con alegría. Muchos no habían recibido una presentación actualizada y fiel de la doctrina católica, ni tuvieron la posibilidad de vivir experiencias religiosas adultas. De hecho, no son pocos los que, al justificar por qué abandonaron la práctica de la fe, se apoyan en recuerdos infantiles, casi siempre anecdóticos. Como acaba de recordar un documento de la Congregación para la Doctr ina de la Fe sobre algunos aspec tos relacionados con la evangelización, toda persona, también las del mundo rico en el que vivimos, tiene derecho a que se le anuncie el Evangelio y a conocerlo. Por consiguiente, nuestras comunidades no pueden olvidar el deber de evangelizar. De ahí la importancia de escuchar, acoger y dialogar con estos católicos no practicantes cuando van a la par roquia para recabar información sobre el bautizo de un hijo, sobre los requisitos para su matrimonio o con ocasión de la catequesis de los niños. Son oportunidades pr ivilegiadas para conocer a los diversos miembros de la comunidad parroquial y también para anunc iar el Evangelio a quien llega sin muchas convicciones y con algunos prejuicios.
Por otra parte, los Magos descubrieron la llamada del Señor en medio de su trabajo, al observar un fenómeno extraño en la marcha de los astros. Es algo que acontece también hoy, pues a pesar de las apariencias, la mayoría de los científicos importantes son personas creyentes. Además, el progreso de la ciencia nos ha abierto nuevas posibilidades para dar a conocer el Evangelio, como acabamos de constatar cuando se ha hecho presente en Madrid el Papa Benedicto XVI; o como hacen algunos jóvenes, que pregonan la fe por medio de internet con sus mensajes y con su música.
Para proclamar el Evangelio sólo se necesita una fe convencida en Jesucristo, y que dicha fe se convierta en experiencia compartida de Dios. Porque la fe vivida es fuente de alegría y esperanza, dos sentimientos que afloran al corazón y a los labios. Además, “la esperanza, en sentido cristiano, es siempre esperanza para los demás, ha escrito Benedicto XVI. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un «final perverso». Es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios” (SS 34).

+ D. Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

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