«Es el día de la despedida, el día de las confidencias»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Homilía del cardenal Fernando Sebastián en la Santa Misa «in Coena Domini», en la Catedral de Málaga, el Jueves Santo.

Este día, hermanos, es un día especialmente santo y profundo, es el día de la despedida, el día de las confidencias, el día del testamento de Jesús.

En este día, con una cena ritual, los judíos celebraban la gran intervención de Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Y en ese marco de memoria y de agradecimiento, Jesús vive por adelantado en su corazón la realidad de su muerte. Porque esta muerte suya va a ser la verdadera pascua, la verdadera reconciliación de la humanidad entera con Dios, la verdadera liberación.

En su espíritu se hizo presente la muerte inminente. Él la vive, la acepta, la hace ofrenda voluntaria de obediencia y de amor, y lo que es más admirable todavía, nos la entrega como alimento de nuestra vida personal: “Tomad y comed”, “Tomad y bebed”. Él es el autor de la reconciliación universal y definitiva de la humanidad con Dios. Su muerte inocente y obediente va a ser la puerta abierta para llegar hasta Dios y alcanzar los bienes de la vida eterna.

Por eso hermanos hoy es el día de la paz y del agradecimiento. Hoy es el día del amor, amor de Jesús que se entrega a la muerte para rescatar al mundo del olvido y el desconocimiento de Dios; amor del Dios del cielo que nos entrega a su Hijo para que podamos llegar con Él hasta la felicidad de la vida eterna; amor en nuestros corazones, que nos sentimos perdonados, acogidos, arropados por un amor infinito que nos abraza y nos protege y nos lleva hasta el manantial de la verdad y de la vida.

Hemos recordado con emoción el gesto de Jesús lavando los pies de sus discípulos en señal de entrega y de hermandad. Y ha llegado a nuestro corazón el mandato del Señor: “os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros”.

Esta es la gran revolución del cristianismo. Este es el gran cambio que Jesús quiere hacer en nuestros corazones. El gran cambio que nosotros podemos y debemos hacer en el mundo en el nombre de Jesús. El mundo no se construye con la fuerza sino con el amor, con el servicio generoso mantenido como tónica general del comportamiento de cada día, tanto en lo privado como en lo público. Nuestra vida no crece con el dinero, ni con la comodidad, ni con los bienes de este mundo, sino con la confianza en Dios, con el seguimiento de Cristo, un seguimiento que se tiene que traducir en veracidad, en amor y generosidad, en paz y en concordia, tanto en la Iglesia como en la sociedad y en la vida pública.

Con estos sentimientos pedimos al Señor que renueve nuestros corazones, que nos libre de la amenaza de una cultura descreída y egoísta, que nos bendiga con el don del amor verdadero, fuente de justicia y de paz.

En esta celebración, pedimos al Señor para todos nosotros que alimente nuestra vida con ese amor fuerte, santo y santificador que Él vivió durante toda su vida hasta sellarlo y consumarlo con muerte.

Hoy le damos gracias por aquel gran don del Cenáculo, renovamos nuestra fe en su presencia eucarística con la que abraza y santifica el mundo entero y le pedimos que cada Eucaristía sea para nosotros un paso más en el amor al prójimo, en el servicio generoso a nuestros hermanos, en la entrega generosa de nuestra vida para el bien del prójimo, con la esperanza alegre y consoladora de la bendición de Dios y de la vida eterna.

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