«La devoción a la Virgen del Carmen va dentro de mí. Mi padre es «pescaor» y nuestra familia la lleva como si fuese el código genético», afirma Diana Navarro (Málaga, 1978), quien adora a su familia y su trabajo, vive entre Málaga y Madrid, y, a pesar del éxito que está teniendo en su vida profesional, no olvida sus raíces, su barrio, su gente, su parroquia de Nuestra Señora de la Paz, donde recibió el bautismo y la comunión, y su catequista Antonio María. Una mujer agradecida a Dios y a su Madre.
–Diana Navarro, malagueña salerosa, ¿hija de familia numerosa?
–La menor de cinco hermanos. Mis hermanos dicen que soy la mimada, pero yo digo que no (se ríe). Somos una familia absolutamente normal, con padres humildes que han salido adelante como han podido. Mi padre es «pescaor» y mi madre ama de casa. Mi padre de Málaga y mi madre de Albacete. Él se fue a trabajar allí, se conocieron, se enamoraron y se volvieron a Málaga.
–La vida de una artista es dura, ¿qué lugar ocupa su familia en su día a día?
–Mi familia es una de mis prioridades. Yo adoro mi trabajo, es mi vida y me ha costado muchísimo, pero sin mi familia no tendría sentido. No concibo vivir sin esa llamada de teléfono, aunque no los pueda ver, pero preguntarles «mamá cómo está la cosa», «papá todo bien». Y saber de los sobrinos, de mis hermanos…
–Málaga le ha visto nacer y crecer. ¿Qué parroquia le vio nacer y crecer en la fe?
–En la parroquia de Nuestra Señora de la Paz, en calle Goya. Allí recibí el bautismo y la comunión. Allí iba a los grupos de catequesis de perseverancia y tenía unos catequistas a los que recuerdo con mucho cariño: Antonio María y Gregorio. A Antonio y su mujer, Vito, los adoro. También recuerdo que gané el primer festival de canción religiosa, que tuvo lugar en la parroquia de Santa María Goretti. Era principios de los 90, montamos un grupito y nos lanzamos. Tengo unos recuerdos preciosos de la catequesis, de los grupos de FIMES, de los encuentros en el Seminario… –Hablar de Diana Navarro es hablar de saetas bellamente interpretadas.
–¿Cómo vive usted la Semana Santa?
–Desde pequeña recuerdo a mi padre llevarme al encierro del Chiquito en la calle Ancha del Carmen. Tengo grabado el olor a romero, la imagen de la Virgen del Gran Poder… es un recuerdo imborrable. Primero he vivido la Semana Santa, después también ha sido para mí un medio de trabajo. Cantar en las procesiones era parte de mi crecimiento profesional. Y ahora es una acción de gracias, porque a mí la vida me está dando demasiadas cosas y concretamente esta Semana Santa ha sido crucial en mi vida. Fui a cantar a Galicia y pude ver al Apóstol Santiago. Para mí sólo pedí paz interior, pero pedí por tanta gente que está perdiendo su trabajo, su casa… Es un año tremendamente duro y tenemos que tener más fe que nunca, creas en quien creas, yo eso lo respeto muchísimo. Otro momento muy especial ha sido poder cantar a la Virgen de la Soledad de Marbella. Después de una Semana Santa intensa no han parado de llegarme proyectos ilusionantes, hasta mi primera película.
–Veo que lleva una medalla de la Virgen del Carmen, ¿muy especial?
–Va dentro de mí. Mi padre es «pescaor» y lo llevamos en el código genético de nuestra familia.
–¿Qué hace antes de salir al escenario y cuando termina de actuar?
–Rezar y dar gracias y decirle «al de arriba» que me eche una manita para que me salga bien, además, por supuesto, de calentar la voz. Y, cuando acabo, intento atender a todo el mundo. Es otro momento de acción de gracias. Mediante la voz y la emoción transmitimos a la gente muchas cosas y, después se acercan a contarte sus experiencias. Yo no puedo ayudarles en muchas ocasiones, pero sí escucharles y darles un abrazo, y eso me gusta hacerlo. Aunque termine agotada. Porque, qué sentido tiene la vida si no puedes compartirla.
– Una de sus canciones, «Mare mía» es un homenaje a la madre y un guiño al Ave María, ¿qué significó para usted?
– Con la canción «Mare mía», que está inspirada en el «Ave María», queríamos hacer un homenaje a la madre, no sólo a la mujer que da a luz, sino a la persona que «cría» a los niños. Hay grandes padres y abuelas que nos hacen grandes. Para mí era necesario homenajear a todas esas madres. Se trata de un canto al amor y al querer cuidar al otro.
– Desde la música, el cine… se están poniendo en marcha muchas iniciativas benéficas para los más necesitados, ¿qué le parece?
– Me parece una obligación del artista, en mi caso es un placer ayudar a los demás, pero creo que tenemos la obligación moral de ayudar porque tenemos una posición privilegiada desde la que llegamos a más gente. En la medida en que se pueda, hay que hacer la vida más feliz a otros, desde una sonrisa, hasta la ayuda económica. Yo hago muchas galas benéficas, pero claro, son tantas las peticiones que a veces no se pueden atender todas, porque también necesita una vivir y prepararse para poder seguir actuando. Yo siempre digo que cantar, canto gratis, el dinero lo necesito para prepararme, estudiar, cuidar la voz…
– Nos cuentan que este año dio usted una sorpresa a los alumnos del colegio San Patricio, de la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria. ¿Cómo fue la experiencia?
– Mis sobrinos me meten en todos los follones que pueden (se ríe). Me invitaron para que fuese al colegio y allí me planté. Tengo unos sobrinos Dani, Yoli, Juan y Alba, que son para comérselos. En San Patricio tengo a dos de ellos. Y allí compartimos una saeta con los alumnos. Siempre recibo más de lo que doy y ese día, los niños mirándome atentos mientras les explicaba que una saeta es un rezo al Señor… fue un momento precioso.